Lealtades

En política, ser leal implica la construcción de un pensamiento y la convocatoria a las diferentes visiones que se tengan de este

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Perón solía decir: “Ni sectarios
Perón solía decir: “Ni sectarios ni excluyentes" (Getty)

La lealtad del hombre es a la idea; la lealtad al hombre es propia del perro o del caballo, del animal. La verdadera lealtad humana se le confiere al pensamiento, y en tanto la inteligencia se siente atraída por las diferencias, la mediocridad exige acatamiento.

En política, ser leal implica la construcción de un pensamiento y la convocatoria a las diferentes visiones o concepciones que de él se tengan. En la paz, hay lealtad a una idea y a la construcción de un objetivo; en la guerra, la obediencia legítima es imprescindible. Son exigencias distintas de las relaciones humanas y de los momentos históricos.

El General Perón solía decir – y los peronistas lo repetíamos con ciertas variantes propias de los años juveniles_: “Ni sectarios..., ni excluyentes”. Es que la secta es el grupo de fanáticos que, en su pretensión de diferenciarse del resto de la sociedad, no admite observaciones, críticas, heterodoxia alguna, sólo lealtades incondicionales. En rigor, la secta es la antítesis del partido político. Lo que sucede con el fanatismo es que aniquila la duda, y en consecuencia, quien convoca a la mediocridad expulsa toda forma de inteligencia. El hombre rebelde, el de la auténtica rebeldía, el de Albert Camus, es aquel capaz de decir “no” a los propios, de enfrentar al pensamiento que lo convoca, en el momento en que deja de expresarlo o simplemente lo objeta. La auténtica fuerza de un partido político se da cuando se es capaz de contener la rebeldía, elemento central de la riqueza de su pensamiento y capacidad autocrítica de sus errores.

Durante su proscripción y ante las primeras elecciones presidenciales tras el Golpe del 55 y el gobierno de Aramburu y Rojas, el general Perón hace un acuerdo con Frondizi desde el exilio, pidiendo el voto para el fundador del Desarrollismo, quien, de este modo, gana la elección. Sin embargo, una gran mayoría vota en blanco, y Perón, al ser consultado sobre ese hecho, responde, con picardía, pero también con profundidad, “Los verdaderos leales fueron esos... los que votaron en blanco”. Se refería a la lealtad al justicialismo, no a él.

Desde el exilio, Perón hizo
Desde el exilio, Perón hizo un acuerdo con Frondizi (izquierda), el fundador del Desarrollismo.

El Perón del retorno, el del 73, representa la consolidación de su pensamiento a partir de la búsqueda de trascendencia respecto de los sectores que no opinaban como él. Porque la trascendencia va más allá del pensamiento de la fuerza propia, y la política se da entre adversarios, entre aquellos que pueden compartir un rumbo y construir un proyecto, enriqueciéndose con las diferencias de las otras fuerzas políticas convocadas.

La madurez de una sociedad se da en el momento que transita el centroizquierda y el centroderecha, es en ese punto donde se da el proyecto compartido. Desde la izquierda, se pone el acento en la distribución y desde la derecha, en la producción. Cuando esto se logra, hemos alcanzado la dimensión de una patria. Imaginar que para que el proyecto de Milei sea válido se necesita eliminar a la oposición es tan insensato y antidemocrático como imaginar la triste idea de que el autoritarismo puede fijar un camino hacia el futuro.

Javier Milei abraza a Luis
Javier Milei abraza a Luis "Toto" Caputo durante el acto en La Rural. Foto: Jaime Olivos

El peronismo constituyó en su retorno el mayor nivel de conciencia de nuestra sociedad, aunque terminó dañado profundamente por dos enfermedades: la izquierda suicida con su accionar a través de la guerrilla, y la derecha enferma y asesina con su vocación por la tortura, la desaparición y la muerte. En realidad, ambas fuerzas intentaban entregar sus vidas para sustituir a la democracia, se pensaban como minorías lúcidas, destinatarias de los logros de la sociedad sin que ninguna de ellas lo fuera ni por derecho propio ni porque le hubiese sido adjudicado por la ciudadanía.

Transitamos una etapa donde, en lo esencial, hemos destruido la reflexión, nos da miedo pensar. En nuestra decadencia, nos cuesta asumir errores, hacer autocrítica, y salir de ellos. Es patético escuchar la palabra lealtad en boca de personajes que caracterizados por el oportunismo y la traición a sus ideales, lo que les otorgó una cuota de poder en cada uno de los escalones de la decadencia argentina.

Es hora de entender que la política requiere de la convocatoria a quienes tienen una idea común, pero no la limitan a una lealtad personal, sino a la potencia de un pensamiento y es hora también de concebir a la disidencia como un elemento imprescindible de la política. Que la obediencia quede para las fuerzas armadas en el marco de la ley.

La riqueza de las fuerzas políticas se estructura en los frentes. Un frente electoral es capaz de concitar distintas visiones en una misma dirección y en esa armonía, incluidos el debate y el necesario disenso, se da la política genuina. En eso reside la lealtad, en ser leales al rumbo, a la idea, a la construcción de un destino común. Quienes no pueden integrar una coalición sólo construyen sectas, y las sectas tienen una brevísima duración porque nunca lograrán incluir a la diversidad de la sociedad. Los libres en serio son capaces de incorporar su visión al camino común elegido y no aceptar la razón de una verdad impuesta, ajena, que siempre es autoritaria. No hay lealtad con autoritarismo. La rebeldía convoca a la inteligencia tanto como la obediencia a la mediocridad.