Hoy empezará el Cónclave, la reunión de los cardenales que elegirán al nuevo Papa. Después de estos días que pude vivir en Roma, rezando por nuestro querido Papa Francisco, me vino a la mente el “primer Cónclave” de la Iglesia, que no fue en Roma, sino al norte de Galilea, en Cesarea de Filipo. Tampoco fue en un lugar cerrado “con llave” (de ahí la palabra cónclave) sino al aire libre. Y, a decir verdad, ese primer cónclave no eligió al primer Papa por votación: Pedro fue elegido por Jesús mismo.
Fue en Galilea donde Jesús confirmó a Pedro como primer Papa. Días después de que este lo negara, Jesús le pregunta a Pedro tres veces si lo amaba y, con humildad y sinceridad, este responde afirmativamente. Ante esa respuesta llena de amor y arrepentimiento, Jesús le pide: “Apacienta mis ovejas”, que en criollo quiere decir “cuidá a cada persona que busca a Dios, guiá a la Iglesia”. En ese momento, las diferencias humanas entre todos los “cardenales” se dejaron de lado, y la unión con el Papa se fortaleció desde la fe en Jesucristo y desde el amor como vida y mensaje esencial.
El domingo de Pascua llegué a Ezeiza para viajar a Roma por trabajo. En la fila me encontré con un obispo que también iba a hacer escala en Roma, por motivos pastorales. Charlamos de todo un poco y recordamos unas palabras que Francisco solía citar en Pascua: “No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán”. Al aterrizar, con sorpresa y dolor, nos enteramos de la noticia que recorrió el mundo: Francisco acababa de fallecer. La alegría de llegar a Roma en tiempo pascual chocaba con la tristeza por la pérdida de alguien tan querido.
Ese mismo día fui a celebrar Misa por el Papa Francisco en la Iglesia Prelaticia del Opus Dei, donde está enterrado san Josemaría Escrivá. El evangelio era el mismo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán». Se me vino a la mente la paradoja de sentirnos salvados y queridos por Alguien que está vivo entre nosotros, Jesús, y la tristeza por la muerte de quien lo representaba en la tierra: el Papa. Una paradoja que nos invita a vivir con la certeza de que, aunque la ausencia sea dolorosa, la presencia de Cristo nos llena de esperanza y nos llama a seguir adelante en la fe.
Francisco preguntaba con frecuencia: “¿Qué significa ir a Galilea?”. Y explicaba que es volver al primer amor, recuperar la memoria del futuro, ir a los lugares cotidianos donde conocimos a Jesús; “es releer la vida desde la cruz y la victoria”, decía, “es empezar de nuevo”.

Como Papa argentino, Francisco fue un padre espiritual que siempre sentimos cercano. Esa cercanía se reflejaba en cada gesto, en cada palabra, y en su manera tan reconocible de hablar, muy propia de nuestra tierra. Un ejemplo de esta relación muy cercana lo hemos visto, por citar un ejemplo, con las alumnas del Colegio Buen Consejo, en Barracas (Buenos Aires). En un gesto lleno de ternura y fe, le escribieron cartas y dibujaron mensajes para despedirse de él, palabras sencillas que salían del corazón: ‘Te extrañamos, pero sabemos que ahora estás en el cielo’; ‘No estábamos listas para tu partida. Te extrañamos mucho’; ‘Ahora estás en un lugar más lindo, y ya no te va a doler más la rodilla que te operaron’. Con esa fe sencilla y profunda que nace con naturalidad del corazón de los niños, también le pedían que cuidara de sus familias y amigas.
Mi plan de trabajo original, como es lógico, cambió por completo. Estar en Roma esos días te hace sentir un privilegiado, pero también con una linda responsabilidad: rezar en el lugar donde descansa el Papa Francisco, y ofrecer mi oración por todos los argentinos, por la unidad de nuestro pueblo y de las familias, por la esperanza de los jóvenes, por aquellos que sufren, poniendo sus vidas y sus intenciones en manos de nuestro querido Papa, para que él haga la gauchada de interceder, y dejarlas en las manos de Dios. Agradezco tanto a Dios por lo vivido en estos días, y comprobar que la oración nos une en la fe, en la esperanza y en la caridad que Francisco no dejó de predicar.
En la plaza de San Pedro, miles de personas de todo el mundo se reunieron para despedir al Papa: familias, jóvenes, líderes de otros credos, creyentes y no creyentes. En el funeral estuvieron delegaciones de 130 países, 50 jefes de estado y 11 monarcas reinantes. En tiempos donde muchos piden que la religión quede al margen, la Iglesia sigue siendo un faro de luz. Un lugar de encuentro para todos.
Durante estos días en Roma, fui nuevamente testigo de una Iglesia viva, joven, en salida, como la que vivió Francisco en Río de Janeiro, en la Galilea de su pontificado. Una Iglesia que de la Cruz, se expandió por el mundo con un mensaje de esperanza que transforma vidas. Todavía me resuena el «vayan a Galilea» de Jesús y lo que significó para Francisco. En este nuevo cónclave que se acerca, pienso en el rico legado del Papa argentino. Ojalá nos encuentre a todos volviendo a nuestra Galilea cotidiana: al diálogo fraterno, a tender puentes, a hacer memoria de nuestra historia espiritual. Y a entregar ese amor que Jesús confirmó a Pedro en el “primer cónclave” de la historia.
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