
Cambiar el juego al aire libre, la risa con amigos, la imaginación, la creatividad, el aburrimiento, los abrazos, la pelota en el potrero, las hamacas y trepar árboles por tiempo excesivo en pantallas está destruyendo a nuestros niños, niñas y jóvenes.
En la Ciudad de Buenos Aires, 8 de cada 10 estudiantes presentan niveles críticos y vulnerables de regulación emocional, principalmente las mujeres. Y 5 de cada 10 estudiantes del nivel secundario dicen no tener una valoración afectiva de sí mismos.
Existe una correlación entre la autoestima y las habilidades académicas. El aprendizaje incluye aprender a ser, a sentir, a expresar, a reconocer las propias emociones y hacer que nuestros chicos sean fuertes interiormente. Por eso decidimos que el bienestar emocional sea parte fundacional del aprendizaje. No es un complemento, no es un lujo, no es una moda: es una política pública obligatoria en todas las escuelas.
Sabemos, con evidencia local e internacional, que los niños y jóvenes que desarrollan habilidades emocionales tienen más herramientas para aprender, para vincularse con otros, para enfrentar desafíos, para construir proyectos de vida. Lo dice la UNESCO. Lo confirma la OCDE. Lo vemos cada día en nuestras aulas. Según la OCDE, el 20% del rendimiento escolar está explicado por factores emocionales.
Un estudio de la consultora McKinsey muestra que los estudiantes con mayor autoconocimiento y regulación emocional tienen un 50% más de probabilidades de persistir en sus estudios.
En la búsqueda de mejorar el rendimiento académico de los estudiantes y desarrollar el máximo potencial de cada niño estamos trabajando para que la escuela sea más efectiva, más humana, más relevante.
Retirar los celulares de las aulas no fue una decisión aislada. Fue una acción coherente con una visión: la necesidad urgente de recuperar la atención, la mirada y la escucha, el tiempo compartido. Volver a hablar y poder expresar lo que se siente, a jugar, a moverse, a aburrirse también. Porque ahí aparecen la creatividad, el pensamiento propio, la introspección, el conocimiento de uno mismo y de los otros.
Nuestros estudiantes necesitan correr, reír, ensuciarse, frustrarse, imaginar, crear, ser curiosos. Necesitan contacto con la naturaleza, juegos libres y límites claros. El límite es parte necesaria y constitutiva del desarrollo de los niños. Corregirlos cuando cometen un error es parte del aprendizaje necesario. Porque sin límites no hay cuidado. En el libro Generación Ansiosa, su autor, Jonathan Haidt, destaca la necesidad de enseñar a los jóvenes a regular sus emociones, enfrentar la frustración, vincularse sanamente con los demás y desarrollarse en el mundo real, lejos de las pantallas.
Los mismos jóvenes nos están pidiendo atender las demandas de la salud mental y la salud emocional. Por eso, la Ciudad de Buenos Aires decidió incluir las emociones como un área fundacional del aprendizaje y no solo cambiar contenidos curriculares.
La política de bienestar socioemocional que implementamos en las escuelas no es una consigna: es formación docente, es espacio curricular, es acompañamiento a las familias, es prevención de violencias y es construcción de comunidad. Responde a mucha evidencia que nos muestra que los chicos, necesitan aprender a conocer, reconocer y regular sus emociones.
La tríada “mente, corazón y manos” con la que trabajamos desde nuestro plan estratégico Buenos Aires Aprende está orientada hacia la educación integral de los chicos. Lo que necesitan aprender y comprender (mente), lo que sienten (corazón) y cómo ponen en práctica (manos) ese conocimiento es lo que nos guía en todo lo que hacemos en cada una de las escuelas.
Cuidar el bienestar socioemocional de nuestros chicos es cuidar su derecho a aprender, es guiarlos para que desarrollen sus habilidades y puedan descubrir y potenciar su inteligencia emocional, que será clave para su vida futura. Es, en definitiva, ayudarlos a crecer, a ser. Y esto, en esta Ciudad, es prioridad.
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