El legado del papa Francisco y el futuro de la Iglesia

¿Quién reemplazará su cercanía? ¿Quién sabrá mirar a los ojos al herido, al olvidado, al alejado, sin juzgarlo? Pedimos a Dios un pontífice que escuche, que no tema la complejidad del mundo, que dialogue con la ciencia, con otras religiones, con los jóvenes, con las mujeres. Un hombre de oración y también de calle

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Francisco ha sido una figura
Francisco ha sido una figura transformadora, no sólo dentro de la Iglesia Católica sino también en el escenario global (Imagen de archivo de la audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro. 19 de noviembre de 2014 (REUTERS/Tony Gentile)

Desde su elección el 13 de marzo de 2013, el Papa Francisco ha sido una figura transformadora, no sólo dentro de la Iglesia Católica sino también en el escenario global. Primer Papa latinoamericano, jesuita y con una sensibilidad profundamente pastoral, Jorge Mario Bergoglio eligió el nombre de Francisco evocando al Santo de Asís, símbolo de la pobreza, la paz y el cuidado de la creación. Ese gesto inicial ya anticipaba un pontificado marcado por la sencillez y el compromiso con los más vulnerables.

En un mundo marcado por la indiferencia, la desigualdad y la fractura social, Francisco habló con claridad sobre los pobres, los descartados, los migrantes, los jóvenes sin futuro, los ancianos solos, y los pueblos oprimidos por la guerra o la codicia financiera. Su denuncia del sistema económico que “mata” (Evangelii Gaudium) y su crítica a la “globalización de la indiferencia” pusieron en el centro del debate temas que trascienden lo religioso.

En Laudato si’, su encíclica ecológica, logró una confluencia inédita entre ciencia, ética, teología y política, reclamando un cambio profundo del modelo de desarrollo y alertando sobre la urgencia de cuidar nuestra “casa común”. Su diplomacia silenciosa también abrió caminos de paz: entre Cuba y Estados Unidos, en la región amazónica, en la defensa de los pueblos indígenas y en el diálogo interreligioso, especialmente con el Islam.

Francisco ha sido un Papa de gestos: besó los pies de líderes enfrentados en Sudán del Sur, visitó cárceles y lavó los pies a reclusos el Jueves Santo, abrazó a personas con malformaciones, viajó a campos de refugiados, e invitó a los pobres a comer con él en el Vaticano. Cada gesto suyo habló más fuerte que muchas homilías.

El papa Francisco lava los
El papa Francisco lava los pies de reclusos en la prisión de Civitavecchia en Italia, 14 de abril del 2022. Vatican Media/Handout via REUTERS

Un mundo católico sin Francisco

La eventual ausencia del Papa Francisco abre una pregunta profunda: ¿cómo quedará la Iglesia tras su pontificado? Francisco no impuso una doctrina nueva, pero sí provocó una conversión pastoral que marcó el espíritu del tiempo. Su énfasis en la misericordia por sobre la condena, en la sinodalidad como modo de caminar juntos, y en la inclusión de los descartados, dejó una semilla en los corazones.

Sin embargo, su paso también generó resistencias. Algunos sectores, replegados en estructuras rígidas, no comprendieron su impulso renovador. Aun así, Francisco no buscó imponer, sino invitar. Y en eso está su genialidad: sembró procesos, en coherencia con su afirmación de que “el tiempo es superior al espacio”.

Nos deja una Iglesia más consciente de su misión en las periferias, más dispuesta al diálogo, y más humilde para reconocer sus errores. La cultura del encuentro que promovió no desaparecerá con su partida, sino que quedará como brújula para una nueva generación de creyentes y pastores.

Sin él, la Iglesia perderá una voz que supo hablar con ternura, con sentido del humor, con lenguaje de pueblo. ¿Quién reemplazará su cercanía? ¿Quién sabrá mirar a los ojos al herido, al olvidado, al alejado, sin juzgarlo? El Espíritu Santo se encargará de mostrarnos a quién elige.

El próximo Papa: oración, calle y escucha

Imaginar al próximo Papa es pensar en un sucesor del Apóstol San Pedro. Y esta elección no es predecible, por más especulaciones que se estén realizando.

Pedimos a Dios nos envíe un Papa que escuche, que no tema la complejidad del mundo, que sepa dialogar con la ciencia, con otras religiones, con los jóvenes, con las mujeres. Un hombre de oración y también de calle. Que hable varios idiomas, pero que sobre todo entienda el lenguaje del dolor humano.

El Papa Francisco nos enseñó que la fe no se reduce a normas, sino que es encuentro; que la Iglesia no es un museo de perfectos, sino un hospital de campaña; que el Evangelio sigue siendo la buena noticia para los pobres. Su paso por la historia no será breve ni silencioso. Será semilla y levadura.

Que quien lo suceda, tenga el coraje de seguir caminando con ese bastón de pastor que no señala, sino que acompaña desde la alegría del Evangelio.

[El autor es arzobispo de San Juan de Cuyo, presidente de la Comisión Episcopal de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina y miembro del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano]