
Hace unos años recibí un mensaje de un querido amigo cineasta que vive en Alemania. Discípulo y colaborador del director Wim Wenders, en el mismo me contaba que regresaba de ver su documental “Francisco, un Hombre de Palabra”, y se había conmovido. “Es su película más emocionante,” agregó.
Intrigado por la posibilidad de que un documental sobre el Papa pudiera conmover tanto, vi la película unos días después. Lo hice junto a mis hijas, en aquel entonces adolescentes, con quienes compartíamos el ritual de ver cine juntos los fines de semana. Me reí en varios pasajes, lloré en otros y me indigné en algunos, siempre frente a la mirada atónita de mis hijas—sorprendidas de ver a su padre tan conmovido por un film de esas características, me dijeron al cabo del mismo.
Desde aquel entonces, volví a ver el documental varias veces, la última de ellas hace tan solo un par de meses. En cada una de estas ocasiones reviví el viaje emocional de la primera vez, matizado por el pasaje del tiempo. ¡Ninguna de los miles de películas que he visto en mi vida ha logrado conmoverme tanto… y eso que tengo el llanto fácil!
Quiero reflexionar acerca de este documental y mi experiencia como audiencia en tanto que un modesto tributo al legado transformador del Papa Francisco, focalizando en su inigualable capacidad de comunicar. La película muestra como la misma se apoya en una combinación de sabiduría, simplicidad y sentimiento. Vayamos por partes.
Sabiduría. En un mundo obsesionado por la imagen, la riqueza, la popularidad, y el éxito económico, político y social a toda costa, en el film el Papa Francisco hace hincapié en aquellos valores esenciales que nos definen en tanto personas y que han sido fuentes inmemoriales de bienestar tales como la atención respecto de aquellos que menos tienen; el cuidado al, y el respeto por el, prójimo; la tolerancia y la inclusión; los vínculos familiares y de amistad; y la preservación del planeta, nuestro hogar en común.
En otras palabras, un retorno a lo esencial en un contexto contemporáneo marcado por la centralidad de lo superficial.
Simplicidad. Vivimos en una sociedad que tiene acceso a más información que nunca en la historia. A toda hora y en cualquier lugar, las redes sociales y los dispositivos móviles nos conectan de manera multimedial e interactiva con un sinfín de estímulos comunicacionales. Simulaciones computacionales, realidades virtuales, e inteligencias artificiales contribuyen a desarrollar mundos complejos que a veces fascinan, pero a menudo marean y desorientan.
Como antídoto frente a tanta complejidad, el Papa Francisco hizo un culto a la simplicidad comunicacional: palabra plena, explicaciones claras, metáforas sencillas y gestos claros. En las entrevistas concedidas a Wenders para el film, la simplicidad comunicacional del Papa Francisco es tal que parece estarle hablando a uno en el living de su casa en lugar de a través de la pantalla.
Sentimiento. Esta cercanía es en parte producto del rol de la emocionalidad en la manera en que comunicaba el Papa Francisco, tanto en el film como a lo largo de su pontificado. Fueron emociones centradas en la empatía con la audiencia, intentando generar una sensación de intimidad, de sentirse escuchado y comprendido, y donde el humor pudo convivir con la seriedad. Por eso el film conmueve, su recuerdo emociona, y sus enseñanzas permanecerán.
En un mundo contemporáneo signado por la polarización y los asociados discursos de odio, las divisiones aparentemente insalvables, las luchas supuestamente interminables, y las sensaciones tristemente generalizadas de ansiedad y pesimismo, el tono emocional calmo, moderado, inclusivo y empático del Papa Francisco ofreció una alternativa, un bálsamo y una luz de esperanza.
A quienes tenemos profunda tristeza por su fallecimiento, el legado comunicacional de sabiduría, simplicidad y sentimiento nos marca el camino.
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