
“La mayoría de los seres humanos parece estar de acuerdo en que el concepto de dignidad es algo central, pero nadie sabe por qué ni cómo”. (Jürgen Habermas, Dignidad. Perspectivas y aportaciones de la filosofía moral y la filosofía política, págs. 137-174, Anthropos, 2010).
La disciplina litúrgica no es baladí
“Lo litúrgico no es puro adorno ni gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado. Pasamos ahora a fijarnos en la acción.
El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona, sino que se derrama y alcanza «las periferias».
El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.” (Homilía, Misa Crismal, 28/03/2013).
Somos ungidos para ungir a los otros
“Cuando somos ungidos, en el bautismo, en la confirmación y en el sacerdocio, lo que el Espíritu nos hace sentir y gustar en nuestra propia carne es la caricia de la bondad del Padre rico en misericordia y de Jesucristo, su Hijo, nuestro Buen Pastor y Amigo.” (Reflexiones de un pastor. Testimonio, Card. Jorge Mario Bergoglio, Federico Wals, Buenos Aires, págs. 85-87, 2013).
“Al ser ungidos por esta Bondad, nos convertimos en ungidores. Somos ungidos para ungir. Ungidos para ungir al pueblo fiel de Dios.” A todos… “Ya que el Padre no quiere que se pierda —que se quede sin sentir su bondad— ni uno solo de sus pequeñitos.” (Op. cit., pág. 84).
El vestido en la Basílica de San Pedro
En su primera Misa Crismal como Obispo de Roma, el 28 de marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio se expresó mediante bellas metáforas. La unción de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor: los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos… Ese es “el ser para” del santo crisma (Salmo 133), tal como se representa en sus vestidos sagrados.
“Esos y otros simbolismos se encuentran grabados en la casulla. Sin embargo, a lo largo de estos doce años —parece decirnos el papa Francisco en su convalecencia— hay muchos que no han entendido el sentido de este mensaje grabado en la vestimenta sagrada, que, como lo explica en su homilía de ese día, ‘el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado…‘”.
La Iglesia debe estar siempre abierta para todos
El ícono bíblico del Buen Pastor (Jn 10,11-18) resume la misión que Jesús recibió del Padre: dar la vida por las ovejas. Esa actitud es un modelo también para la Iglesia, que acoge a sus hijos como una madre que da la vida por ellos, sostiene Bergoglio.
En la exhortación programática de su pontificado explica que la Iglesia está llamada a “ser siempre la casa abierta del Padre […]” – ¡Nada de puertas cerradas! (Evangelii Gaudium, 47). Y los cristianos estamos llamados a imitar al Buen Pastor dándole una mano a los desfavorecidos, a los descartados, a los pobres. ¿Ayudándolos a qué? A salir del aislamiento y la pobreza —y a los enfermos, a salir de la enfermedad.

La indumentaria como gesto del Santo Padre que unos pocos intelectuales no han sabido interpretar
La indumentaria del Papa es una cuestión que sólo atañe al Papa. Máxime en el momento en que está convaleciente. Está enfermo y no quiere esconderse a sí mismo ni su enfermedad. Manda que lo lleven a dar una vuelta por el templo.
La Basílica es un espacio físico ordenado, y además es también un espacio sobrenatural, sagrado, fundado en el misterio, donde Francisco concurre habitualmente a rezar. Es la casa de Dios y es su casa.
Visitarla fue un gran gesto de humildad y sencillez por parte del Santo Padre, concurriendo a pedir a Dios, sin disimulos —como tantos otros enfermos o convalecientes que lo hacen para demostrar su fe y esperanza en ese espacio sagrado. Lugar al cual concurren también, a diario, clérigos y fieles de todo el mundo.
El Papa, el Santo Padre, goza, al igual que los sacerdotes y obispos, de la sacralidad propia de su consagración. Estos han sido ungidos por el Espíritu Santo y, en el caso de los obispos, elevados al nivel de cabeza de la Iglesia católica universal en comunión jerárquica con el Sumo Pontífice, máxima autoridad. La indumentaria es, por tradición, llevar hábito, casulla, sotana o sobrepelliz, o hábito de monje —de diversos colores— y sotana blanca en el caso del pontífice, entre otras. Pero nada obsta a que, si el Papa, anciano y enfermo, decidiera recorrer las iglesias en ropa sport o sencilla, dejando el traje, pudiera hacerlo. ¿Qué objeción ética o religiosa puede hacérsele? Máxime en esas condiciones. ¿Alguien, en su sano juicio y con amor, podría oponerse?
Nota indigna e improcedente de un comentarista sobre lo que se anuncia en el Vaticano
No queremos dejar de señalar la confusión —digo yo; expresiones demoníacas, según otros— de las afirmaciones del periodista Aldo Valli sobre la visita del jueves pasado del Santo Padre a la Basílica de San Pedro.
No se puede, bajo pretexto de defender la dignidad del cargo o función del Santo Padre o la dignidad que otorga el saber, agraviar al Papa. Agraviar al Santo Padre o negar su sabiduría es propio de necios e indignos. En la antigua Grecia, lo digno —axios— significaba valor de una cosa y, por extensión, estimación, reputación o rango de algo, traducido al latín como dignus o dignitas. Platón afirmaba que “el ser humano puede conocer las ideas de las cosas, que son su esencia, es decir, su naturaleza, su verdad”. “El hombre —afirmaba Platón— se va dignificando mientras va despertando del letargo que provoca la ignorancia, la cual le hace ver solo las apariencias y le convierte en presa fácil del demagogo” (La República, VI, 489d-490a; 493a-c, Ed. 2008). En este sentido, “vivir la vida a partir de puras opiniones, sean propias o de los demás, sin búsqueda de la verdad y quedándose con las apariencias, es una forma de indignidad” (op. cit., V, 477a-480a; VI, 490b).
El periodista italiano publicó una reciente nota comentando el video del paso del Santo Padre en silla de ruedas y vestido de forma liviana por la Basílica de San Pedro. En la imagen se lo ve convaleciente, aún afectado por una pulmonía bilateral, con una manta sobre el torso.
Sin autoridad ética alguna, el cronista escribió: “Jorge Mario Bergoglio puede tener sus gustos (sic), pero en el momento en que se convierte en Pedro no puede pisotear esa dignidad… (sic)”, y concluye machacando sobre la infamia proferida: “Si ya no está en condiciones de realizarlo —con desmesura ilimitada— ‘él’ indica que: ‘corresponde a las personas que lo rodean salvaguardar su dignidad’” (sic).
Desde los descubrimientos de Platón, sabemos que lo que distingue a los seres humanos dotados de razón es la autonomía y el equilibrio ético que los hace merecedores de dignidad. Las expresiones que comentamos revelan, a las claras, que ese periodista italiano no tiene ni una ni la otra.
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