
La serie “Adolescencia” de Netflix nos está haciendo reflexionar. En el segundo capítulo nos muestra una escuela desbordada, impecable en lo edilicio, en lo formal, en los recursos y uniformes, pero desnuda de autoridad, abandonada por los adultos.
Los docentes que allí aparecen o son autoritarios, gritando y maltratando, o son calmos y contenedores, pero incapaces de lograr que alguien les haga caso frente a una orden o indicación. Otros, directamente, no cumplen sus obligaciones, llegan tarde, no conocen a sus alumnos, solo pasan videos en clase y cuando sucede algo en lo que deberían intervenir, eligen mirar para otro lado. Los alumnos se ríen frente a la tragedia, marchan ordenadamente frente una alarma de incendio, pero siguen desordenados ante la violencia latente y la ya ejecutada contra una compañera asesinada.
No tienen adultos referentes. Marchan hacia una adultez, pero no ven modelos a quiénes seguir. Frente la alarma que suena en sus vidas, a diferencia de la evacuación por incendio, no saben dónde está la salida, ni el punto de encuentro. Están desorientados.
La serie es un llamado a que los padres, docentes, autoridades, demos un paso adelante. Es hora de ejercer un rol diferente, debemos estar bien cerca de nuestros hijos y alumnos, para poder ayudar a que encuentren su camino. En términos deportivos, entrenarnos para estar cerca de la jugada, marcar la falta cuando corresponda o dejar jugar si el partido fluye. Ellos tienen que ser protagonistas de su vida, pero necesitan referentes. Modelos vivos, portadores alegres de los valores que predicamos para que ellos encuentren como vivir y decodificar sus valores en un mundo cambiante. La palabra clave es orientar. Del verbo orior, nacer. Mostrarles con entusiasmo el oriente, donde nace el sol, donde nosotros tenemos nuestra energía vital, el sentido de nuestra vida. Ellos encontrarán el propio, pero solo si ven caminos posibles, adultos cercanos, amantes, humanos, firmes cuando haga falta, y vulnerables cuando las cosas no nos salgan.
Está en juego mucho más que un partido, está en juego la vida y felicidad de nuestros hijos, los tuyos, los míos, los nuestros.
Cuando todo falla, un adulto referente, en el hogar, en la escuela, club o barrio, puede ser un salvador de vidas. Demos un paso hacia adelante. El camino será incierto, pero si los grandes hacemos el esfuerzo, podremos entre todos cambiarle la historia a muchos niños y adolescentes. En definitiva, todos son de algún modo “nuestros hijos”. Seamos nosotros sus padres.
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