
En 1972 Kissinger y Nixon se reúnen con Mao Zedong para capitalizar las diferencias entre la URSS y China. En 1976 muere Mao. En 1978 Deng Xiaoping, considerado el “Arquitecto de la China Moderna”, comienza a liderar un proceso acelerado de desarrollo, basado en el masivo ingreso de capitales extranjeros y de apertura de su mercado, pero con reglas fijadas por la estrategia china, donde un eje central era la transferencia de tecnología, utilizando cierta obligatoriedad de establecer empresas conjuntas. La idea de los norteamericanos era incorporar a China al sistema global basado en normas, como proveedor de manufactura liviana, sostenida por salarios relativamente bajos. Los EEUU “adoctrinaban” a los chinos contra el proteccionismo, los impulsaban a eliminar barreras a la inversión extranjera y que no usaran subsidios para impulsar su política industrial. Los chinos escuchaban, sin debatir. Luego de la caída en 1989 de la URSS y durante toda la década de los 90 parecía que China avanzaba inexorablemente hacia la liberalización económica, ya que reestructuraba empresas estatales, despedían a millones de sus trabajadores, se incrementaban las actividades del sector privado, mientras monitoreaban los avances de su plan de modernización tecnológica e industrial. China ingresa en la OMC como “país en desarrollo”, disfrutando así de un “trato especial y diferenciado”, para acceder preferentemente a mercados del mundo desarrollado.
Los chinos tenían sus propios planes y el “adoctrinamiento” del liberalismo norteamericano fue soslayado a la china, es decir con mucha amabilidad, excusas y promesas, que nunca terminaban cumpliéndose. China siguió ejecutando una clara estrategia industrial de creciente valor agregado y siempre manteniendo altas tasas de empleo, cuidando así que no hubiese algún desborde de la cuestión social. Para esa misma época, acá teníamos el gobierno de Menem, sus relaciones carnales con EEUU y una política de desindustrialización y remate de los bienes públicos.
En China nunca se llevó a cabo una reforma política liberal, pero, al tradicional capitalismo de Estado se le incorporó un fuerte desarrollo privado de la economía. Se convirtió en un capitalismo mixto y flexible, con atención a lo social y con orientación nacionalista. El resultado fue un avance impresionante. El PIB de China (en millones de USD) creció de 350.000 (1989) a 1.700.000 (2003) a 18.000.000 (2023), según el Banco Mundial. La amplia financiación occidental acoplada al proyecto nacional chino sacó a más de mil millones de personas de la pobreza en un corto período de tiempo. China promovió el fortalecimiento de “campeones nacionales” en sectores estratégicos a través de subsidios estatales masivos. El Estado no liberó totalmente su mercado interno; lo fue modelando y controlando, mientras masivas exportaciones chinas baratas aceleraron la tendencia hacia la desindustrialización en los países más desarrollados. China se convirtió en la “la fábrica del mundo”, superando a Japón y Alemania en la primera década de este siglo. Cuando Xi Jinping llega al poder en 2012, China inicia una nueva etapa hacia el dominio de tecnologías críticas, aumentando la producción manufacturera hasta el punto de la sobrecapacidad e impulsa aún más sus exportaciones, siendo acusada de prácticas de dumping. La importancia comercial de China en Asia es innegable e hizo fracasar el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP), alentado por EEUU. No es fácil competir en China por las permanentes restricciones a su mercado; China siempre mantiene sus preferencias para las empresas nacionales y usa los subsidios para cumplir con sus metas estratégicas. Tanto EEUU como Europa o Japón se han quejado reiteradamente de esas prácticas, pero poco cambió.

En 2004, China representó el 9% del valor agregado manufacturero del mundo, saltando a un masivo 29% en 2023, según el Banco Mundial. Actualmente la manufactura china es 3 veces más grande que la de EEUU, 5 la de Alemania y 9 la de Japón. En el sector automotriz, tiene la capacidad de producir casi el 60% de la demanda automotriz mundial y produce más del 50% de la provisión mundial de acero, aluminio y barcos.
Reacción norteamericana. EEUU finalmente se convence, tardíamente, que China no podrá ser incorporada a su red de influencia y menos aún, evitar que vaya creando un fuerte poder alternativo. Tal como advirtiera Kissinger, hasta las erróneas maniobras de la OTAN contra Rusia, donde EEUU se involucró directamente desde su base militar en Wiesbaden (Alemania), fortalecieron, indirectamente a China. Finalmente, el grupo político que encabeza Trump llega a la conclusión de que la mejor opción estratégica para EEUU es adoptar (parcialmente) el modelo chino. Tras décadas de criticar a China por imponer aranceles de importación y otras restricciones selectivas, EEUU ahora procede siguiendo esas prácticas. No sólo Trump, en su primera presidencia elevó de un 3% a un 19% (promedio) la tasa a las importaciones chinas, sino que Biden las mantuvo y añadió otras y a más productos chinos, como vehículos eléctricos, baterías y acero. En cuanto a las inversiones EEUU también cambió su enfoque: antes alentaba los flujos de inversión bilateral y ahora restringe severamente la inversión china en EEUU y la inversión norteamericana en ciertos sectores sensibles de China. La inversión anual china en EEUU se desplomó de 46.000 millones de dólares en 2016 a menos de 5.000 millones de dólares en 2022. Anteriormente Biden ya había apostado por disponer de una política industrial, destinando al menos 1,6 billones de dólares a la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleo de 2021, la Ley CHIPS y Ciencia de 2022 y la Ley de Reducción de la Inflación de 2022.
Más allá de la Muralla china. La estrategia de Trump de trasladar la producción de vuelta a EEUU necesitará flexibilizar la entrada de inversiones de empresas extranjeras. Hoy parece una medida anticuada que tanto Biden como Trump se opusieron a la adquisición de US Steel por parte de la empresa japonesa Nippon Steel. Una alternativa para Occidente (EEUU+EU) sería utilizar a su favor el enfoque inicial del modelo chino: a cambio de reducir las altas tarifas aduaneras para ingresar al valioso (por calidad y tamaño) mercado occidental, exigir a las empresas chinas (u otras) que establezcan empresas conjuntas con empresas nacionales y participen en transferencias de tecnología. Ello permitiría entender los “secretos” de buena calidad y bajos precios que ofrecen los chinos, por ejemplo, con los vehículos eléctricos donde China innova con mayor rapidez y producen vehículos de alta calidad a un precio mucho menor que otros. Europa parece dispuesta a transitar esta modalidad de asociación con China en la producción de vehículos eléctricos para lograr mantener el empleo y la capacidad de fabricación. Sin embargo, no sabemos aún si Trump estaría dispuesto a desarrollar esta asociación, tal vez confiado en las propias fortalezas de los EEUU o porque crea conveniente seguir prohibiendo los vehículos eléctricos chinos en EEUU debido a su potencial para rastrear los movimientos de los ciudadanos o paralizar el tráfico. Japón ha dado un paso adelante: en alianza con Corea del Sur y el conjunto de ASEAN Group se han asociado a China, para que en conjunto hagan la región de comercio libre más poderosa del mundo. Una jugada geopolítica de comercio internacional, que lo muestra en actitudes de independencia estratégica respecto de EEUU.
¿Puede Estados Unidos superar a China copiando parcialmente su modelo?
La agitación de todos los mercados financieros frente a los anuncios de EEUU poniendo una ola gigante de “aranceles recíprocos”, en línea con algunas modalidades del modelo chino, nos interroga sobre sus posibilidades de éxito en relación a su confrontación estratégica con China. Las decisiones de Trump están de algún modo limitadas por el régimen republicano, donde la oposición demócrata tiene casi la mitad de los votos, además de la activa participación de los lobbies de los intereses comerciales. Del otro lado, el régimen de Beijing tuvo siempre la capacidad, casi ilimitada, para movilizar capital y manipular la política comercial y de inversión al servicio de sus objetivos a largo plazo, lo que le permitió crear un mundo industrial real y tangible, que trae tanta preocupación a todo Occidente.
Otra pregunta que habría que hacerse es: cuán importante es, para una nación tan poderosa como los EUU, la agitación de las bolsas financieras cuyos cuantiosos “activos” están cargados de pura virtualidad, de especulación; de un gran software con poco hardware; porque en realidad son sólo papeles impresos o registros contables (fondos de inversión) o de bits de internet (bitcoins, criptomonedas); es decir son futuras promesas de pagos intangibles en las que se ha basado todo el andamiaje financiero del mundo. Lo que siempre importa, al final del día, es la economía real. Porque hay que recordar que las garantías de esas promesas virtuales no se podrían sostener seriamente si no existiese un poder real y tangible que las sostenga; FFAA poderosas (caso EEUU) o una fortaleza industrial (caso China). En otros términos, la agitación financiera contraria a las decisiones de Trump que intenta fortalecer industrialmente a EEUU podrían ser consideradas un “tigre de papel”, si es que el grueso de la nación norteamericana se encamina resueltamente a reconstruir ese poderío perdido por las desmedidas andanzas de la especulación financiera. Veremos que sucede; en gran medida las expectativas están divididas ya que el proceso para recuperar el liderazgo mundial es largo e incierto.
La tabla presentada por Trump en el “Día de la Liberación” sobre los aranceles compensatorios, es en realidad una base para comenzar a negociar los equilibrios en las balanzas comerciales entre EEUU y cada uno de los países. El grueso de los países de Hispanoamérica (Brasil, Colombia, la Argentina, Chile, Perú, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador, Guatemala, Honduras y El Salvador) se han beneficiado con los aranceles mínimos (10%). A sus aliados de Europa les impone un 20%, indicando que aquellos son doblemente proteccionistas (40%). A Japón y Corea del Sur se los carga con un 24%; a India con 26% y a Taiwán, con un 32%. A China le recarga un 34%, sobre la base de un 67% de protección que cobrarían los chinos. Automóviles 25% para todos. Obviamente Trump no presentó ninguna explicación sobre los cálculos que está utilizando para justificar los aranceles, pero se entiende que a los aranceles aduaneros les sumó otras restricciones no arancelarias que ponen casi todos los países. El ordenamiento de los valores asignados a cada país guarda relación con su grado de proteccionismo, su competitividad, su interés geopolítico y de necesidades de provisión de insumos. A la crítica sobre un aumento momentáneo de la inflación, Trump cree que se compensaría con alguna baja en el precio del petróleo. El plan no puede estar basado únicamente en simples barreras arancelarias; seguramente habrá un capítulo de reactivación de los centros de innovación y de las instituciones educativas y de ciencia y tecnología, necesario para despejar algunas dudas que surgieron por recortes iniciales en esos campos de las partidas presupuestarias. Veremos cómo se desempeña EEUU usando las reglas de juego creadas por China. No hay modelos de desarrollo universales; cada país deberá adaptar su propia versión.
Desde hace una década que otros países, defensores de sus soberanías y de sus intereses nacionales, ya habían comenzado a imitar, pero no a copiar literalmente, el modelo de desarrollo chino, protegiendo primero el empleo y el consumo interno, sus industrias y sus exportaciones. India es el mejor ejemplo, pero no lo son menos Vietnam, Indonesia, Turquía, Sudáfrica y tantos otros. Las bases del desarrollo exitoso de China, visibilizado globalmente por su liderazgo en vehículos eléctricos y tecnologías limpias, no se debió a políticas económicas ultraliberales ni a un estatismo obsoleto. Respondieron a una planificación estratégica con intervenciones flexibles estatales, pero sin renegar de objetivas reglas de mercado capitalistas; todo ello enlazado por claros objetivos nacionales. En ese sentido, ¿Quo vadis, Argentina?: Abyssus vado iterum crucifigi (voy hacia el abismo para ser nuevamente crucificado).
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