
Argentina no deja de sorprender. Forma parte de su cultura tanto en lo social como en lo económico. La pregunta de fondo es si realmente estamos en un sendero distinto –parcial o total- o si se trata de un maquillaje superficial. La respuesta seguramente no tiene una sola arista.
Hay una clara conciencia de que el Estado no puede gastar más de lo que ingresa. El Gobierno logró superávit primario y financiero durante 2024, con la firme intención de sostenerlo en 2025.
Esto representa un cambio de paradigma estructural en Argentina. La historia económica de Argentina está repleta de déficits fiscales primarios y financieros. De los últimos 123 años, registra 83 años de déficit primario y 113 años de déficit financiero. Una carga considerable.
La inflación es parte de la vida republicana. Los niveles alcanzados fueron alarmantes: 95% en 2022, sube a 211% en 2023 y desacelera a 118% en 2024, un año que recibió el coletazo de los anteriores, con una marcada desaceleración en los últimos meses. Las proyecciones para 2025, de aproximadamente 25 por ciento anual, vuelven a reflejar la firmeza de un posible cambio estructural genuino, aun con intereses contrapuestos. De hecho, el mercado y la sociedad se vieron sorprendidos por los resultados positivos del proceso de desinflación.
La política económica liberal, en términos generales, con un Estado más pequeño y eficiente, que deja su rol sobreprotector, donde los privados deben hacerse cargo de su destino, constituye un cambio estructural de fondo
La política económica liberal, en términos generales, con un Estado más pequeño y eficiente, que deja su rol sobreprotector -donde los privados deben hacerse cargo de su destino, sin intervención o con mínima intervención estatal en la economía-, constituye un cambio estructural de fondo.
Este proceso se incorporará a la vida argentina solo después de varios años de consolidación e inclusión en el ADN social. Esta batalla cultural, impulsada desde la política económica del Estado, también representa una transformación profunda en las bases del país.
El tipo de cambio de pesos por dólar comparte con las variables anteriores un lugar privilegiado en la cultura económica argentina. El relato del presidente Milei, antes de ser electo, estuvo signado por la promesa de dolarizar, cerrar el Banco Central y eliminar el peso como moneda nacional. Las expectativas de los agentes económicos ante un posible escenario de ese calibre al asumir La Libertad Avanza implicaron un cambio de rumbo significativo. El nuevo Gobierno entendió que insistir con esa bandera podía costarle caro, generando un nivel de inestabilidad macroeconómica insostenible.
Por otro lado, el tipo de cambio real, que mide la competitividad del país, quedó retrasado desde la asunción del nuevo gobierno. Cuando se habla de atraso, se refiere a que la inflación creció más que la devaluación del tipo de cambio oficial. Esto implica una pérdida de competitividad para las exportaciones y mayor facilidad para importar, ya que los productos del exterior resultan relativamente más baratos.
El tipo de cambio real, que mide la competitividad del país, quedó retrasado desde la asunción del nuevo gobierno
El atraso cambiario también forma parte de la cultura económica argentina, con sus respectivos costos cuando el ajuste se vuelve inevitable. Los saltos discrecionales del tipo de cambio generan inestabilidad macroeconómica. Hasta ahora, en este frente, el Gobierno ha optado por el maquillaje, no por una política de cambio estructural.
Las reservas netas del Banco Central, como consecuencia del punto anterior, se mantienen en terreno negativo, lo que debilita un proceso de transformación que busca ser profundo. El acuerdo que se negocia con el FMI tiene como principal objetivo el fortalecimiento de las reservas para facilitar la salida del cepo y continuar con la normalización económica. La historia reciente de Argentina, en los últimos 30 años, registra varios capítulos con el FMI, ninguno con final feliz, por responsabilidad local, en gran parte.

Esta nueva negociación con el FMI no representa un cambio estructural, sino la repetición de patrones históricos. En este capítulo, el Gobierno optó por una dominancia política sobre la económica, al evitar una devaluación brusca del peso frente al dólar, con el objetivo de no reactivar la inflación. Esta estrategia tiene como telón de fondo las elecciones de este año.
La sociedad valora la baja de la inflación, y el Gobierno no está dispuesto a arriesgar ese logro.
La sociedad valora la baja de la inflación, y el Gobierno no está dispuesto a arriesgar ese logro
Las dudas que persisten hoy -incluso desde el año pasado, cuando se delineó la política cambiaria- apuntan al fortalecimiento genuino, y remarco genuino, no superficial, de las reservas, de la competitividad argentina para los próximos años, y del respaldo real que sostenga los avances en las variables que sí mostraron cambios estructurales durante este breve y, a la vez, largo lapso del nuevo gobierno.
Como se sabe, en economía no hay nada gratis -como en la vida misma-. En los próximos meses se verá si se consolidan los indicadores que implican transformaciones serias y sostenidas, no solo en estas variables, sino también en otras. O si, por el contrario, se confirma que muchos de estos cambios eran apenas una capa de maquillaje. El partido todavía no está definido.
El autor es Economista, director de Authentica Consulting
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