
Eran las 17 horas de un día de semana, poco antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Roberto Grabois, el fundador del FEN (Frente Estudiantil Nacional), la diputada Virginia Sanguinetti y quien esto escribe fuimos recibidos por la presidente de la Nación en la Casa de Gobierno.
Los tres éramos miembros de un Instituto de cuadros técnicos para la administración de gobierno, con oficina en Paseo Colón a metros de la Rosada, desde donde nos dirigimos a ese encuentro con la Presidente de la Nación, gestionado por Grabois a través de Julio González, entonces Secretario Legal y Técnico de la Presidencia y un hombre de absoluta confianza de Isabel.
Queríamos que la Presidente supiera que contaba con una fuerza que la respaldaba, mientras la inmensa mayoría de la dirigencia política justicialista fungía de oficialista y simultáneamente negociaba su impunidad con los inminentes dueños del poder. Conscientes del clima destituyente del momento, deseábamos expresarle el respaldo de una fuerza política de cuadros que era incondicional al general Perón.
Estábamos conversando acerca de la situación política en general, cuando Virginia Sanguinetti, que estaba embarazada, le dijo que necesitaba tomar un medicamento, y le pidió un vaso de agua.
Entonces, ante nuestra sorpresa, Isabel se levantó, salió de su despacho y caminó por el pasillo hasta el baño y le trajo ella misma el vaso de agua. “A partir de esta hora la Casa MIlitar me abandona -nos explicó-. He pasado situaciones de gran incomodidad. He estado en reuniones con embajadores y he llamado al servicio y me comunicaron que la Casa Militar ya se había retirado”.

Era la antesala del golpe -éste tuvo lugar un par de semanas después-, la mitad de las oficinas estaban en penumbras y la soledad de la Presidente era patente. Consciente de esto, ella permanecía firme.
Durante el diálogo, nos confió que en un momento había empezado a sentir que le fallaba la visión y, sospechando que podrían estar envenenándola, se auto internó en un sanatorio de la Capital.
Años después, en plena Guerra de Malvinas, yo salía del velatorio de Enrique Llambí, coronel de Granaderos, hermano de Benito Llambí, quien fue ministro del Interior de Perón, cuando me encontré con Ricardo Guardo, presidente de la Cámara de Diputados en el año 46, y fuimos a conversar a una confitería en Uriburu y Las Heras. Ahí él me confió que, a fines del 75, algún sector de la cúpula militar buscaba reunir consenso entre algunos políticos para asesinar a Isabel y que desistieron de la idea por la tenaz oposición de Ítalo Argentino Luder, entonces presidente provisional del Senado y primero en la línea de sucesión.
Esa era la situación de aislamiento y peligro en que vivía sus últimos meses en el gobierno la Presidente que luego sería derrocada y encarcelada y a la que hoy desde ciertos sectores -de izquierda y derecha- se quiere responsabilizar por lo que hizo el gobierno de facto.
Se llega a decir “Isabel nombró a Videla”. Es atributo presidencial nombrar a los jefes de las Fuerzas Armadas, pero la mala fe está a la orden del día. También Salvador Allende nombró a Augusto Pinochet como jefe de las FFAA chilenas y nadie lo culpa por el golpe que lo derrocó.

Cuando, luego de visitarla en Madrid, Victoria Villarruel inauguró un busto de la ex Presidente en el Senado, se preguntó por “aquellas personas que dejaron a una mujer cuyo apellido es Perón, a merced del terrorismo al que combatió, del gobierno de facto que la encarceló y finalmente de una clase política que la desterró”.
La lista de padecimientos de Isabel Perón durante los cinco años que duró su reclusión - y que el feminismo siempre tan quisquilloso para detectar ofensas a las mujeres pasa por alto- incluye una larga serie de vejámenes que la prensa de la época ocultó. Isabel Perón fue juzgada dos veces por la misma causa, algo inédito en la historia, además de contrario a principios básicos del derecho.
Para humillarla, le raparon la cabeza en dos ocasiones, dejándole incluso espejos a fin de que pudiera verse, mientras permanecía recluida en un sitio donde, con la excusa de la seguridad, tapiaron las ventanas para que no ingresara la luz natural.
En esos cinco años estuvo casi siempre aislada y recibió poquísimas visitas.
Sufrió simulacros de fusilamiento.
También fue objeto de tentativas de seducción por parte de personajes con ambiciones políticas. Incluso un sector del justicialismo apoyó a un integrante de la junta militar como candidato; tenía aspiraciones de ser presidente electo en nombre del peronismo. Por eso muchas de las presiones sobre Isabel Perón tenían por objeto lograr que también ella expresara adhesión a ese proyecto. Nada ni nadie la movió.
Jamás se quejó.

Curiosamente, en años recientes, con tanto feminismo enarbolado por los progresistas, kirchneristas y otros, la primera mujer presidente de la Argentina y del mundo es permanentemente invisibilizada, incluso por Cristina Fernandez de Kirchner, que más de una vez se ha victimizado en función de su género.
“Yo te creo hermana” es para todas, menos para la viuda del General.
Cuando por fin fue liberada, Isabel Perón se instaló en España, donde llevó y lleva una vida discreta.
Regresó a la Argentina a los 100 días del gobierno de Raúl Alfonsín cuando el presidente radical se encontraba totalmente debilitado por la situación socioeconómica y por el acoso del Partido Justicialista y de la dirigencia gremial. Isabel Perón vino para consolidar la democracia. Le dio a Alfonsín un apoyo superlativo. Y éste dijo: “Por fin puedo hablar con alguien del justicialismo”. A su vez, él resolvió todos las infundadas circunstancias jurídicas en las que arbitrariamente se encontraba Isabel, dando ambos un ejemplo de pacífica convivencia republicana no muy frecuente en nuestra historia.

Pero años después, en una insólita continuidad de la persecución del Proceso contra la viuda de Perón, el kirchnerismo promovió una iniciativa para extraditar y encarcelar a Isabel, con la intención de hacerla responsable de la represión dictatorial.
Esta iniciativa solo fue enfrentada por un sector del gremialismo que empapeló la ciudad de Buenos Aires con carteles que decían “No jodan con Perón”. Finalmente la Audiencia Española protegió a la ex Presidente de la Nación de esta nueva ofensiva en su contra.
Previamente, el gobierno de Néstor Kirchner, renunciando a la defensa de la soberanía jurídica del Estado, reconoció los argumentos del juez español Baltasar Garzón que pretendía juzgar a ciudadanos militares argentinos por hechos cometidos en nuestro país. Ese despropósito incluyó el reconocimiento de que hay leyes superiores a las de la República lo que configura traición a la Patria.
El kirchnerismo hizo esto con el mismo énfasis con el cual oportunamente persiguió e intentó encarcelar a Jorge Bergoglio, quien era nombrado en los discursos para que fuese insultado por sus seguidores, hasta que fue elegido Papa y entonces pasaron sin transición a la adulación a extremos ridículos, como cuando CFK quiso enseñarle a tomar mate…

En la década del 60, en el contexto de la Guerra Fría, y la disputa con la otra potencia por la hegemonía en las diferentes regiones del mundo, la ex URSS decidió inficionar los tres pilares que sostenían a la Argentina como Nación: la Iglesia, por medio del movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo, las Fuerzas Armadas, a través de un sector de la Inteligencia militar, y el Movimiento Nacional Justicialista, vía Montoneros.
En la Iglesia, la resistencia a esta avanzada la encarnó Jorge Bergoglio, como provincial de la orden jesuita y luego al frente de la Universidad del Salvador, en cuyas cátedras nombró a académicos de formación nacional y cristiana para impedir la expansión del marxismo.
Un sector militar fue el instrumento para ayudar a entronizar a Mario Eduardo Firmenich en la conducción de Montoneros a través del asesinato de Pedro Eugenio Aramburu, promovido por los mismos autores intelectuales de la muerte de José Ignacio Rucci, crimen político destinado a impedir las iniciativas de reconciliación nacional.
Todo este dispositivo buscó debilitar a la Argentina como nación.

Cualquiera que repase las circunstancias que llevaron al golpe podrá apreciar la connivencia y el concurso brindado por la táctica de unos a la estrategia de los otros. No es necesaria ninguna prueba material para observar la colusión del jefe guerrillero con el “enemigo” al que decía enfrentar. La cúpula de Montoneros militarizó la lucha facilitando que el otro bando pudiese militarizar la respuesta y exterminar a los cuadros de esa organización. El resultado fue el sacrificio de muchas vidas y también de las esperanzas de un pueblo, de la institucionalidad política, de la paz social y de la unidad nacional.
Ambos sectores, supuestamente enfrentados, coincidieron en el sabotaje al gobierno de Isabel Perón. Y la impronta soviética del gobierno de facto se puso claramente de manifiesto en el respaldo activo de Fidel Castro y todo el bloque soviético en los foros internacionales y en la decisión de la Junta de no acatar el embargo contra la URSS e incrementar sus exportaciones cerealeras al país sancionado por los Estados Unidos.
Contra lo que declama, el kirchnerismo fue continuador de la política de desunión nacional. Atentó contra la Iglesia, con el ataque a su máximo referente, Jorge Bergoglio. También agredió al peronismo en la persona de la viuda de su fundador. Ni hablar de las Fuerzas Armadas: mantiene presos a muchos militares desconociendo principios elementales del derecho como la irretroactividad de la ley penal. Sin mencionar que, como lo admitió el propio José Mujica para el caso del Uruguay, también aquí se han amañado juicios tomando como válidos testimonios indirectos y pruebas circunstanciales. Esto se acompaña de un permanente discurso anti militar, del desfinanciamiento hasta la insignificancia de nuestra defensa, de la persecución a las familias de los enjuiciados y del no reconocimiento a los héroes de Malvinas -varios de ellos encarcelados en el marco de esta política revanchista-.

En este contexto, ¿qué sentido tienen las marchas que cada 24 de marzo organizan sectores que en su momento no defendieron al gobierno constitucional ni reivindican hoy a la presidente derrocada?
Promoviendo una “verdad” que sólo busca un rédito sectario, nuevamente se usa a jóvenes argentinos como masa de maniobra de una política de desunión nacional. Esa es la perversa finalidad de las marchas del 24 de Marzo: mantener abiertas las grietas que nos dividen para impedir toda posibilidad de reconciliación nacional.
A la principal y primera víctima de la dictadura no la nombran. Y no lo hacen porque evocar a Isabel Perón los obligaría a reconocer responsabilidades, admitir errores y asumir todo el pasado sin beneficio de inventario.
La única dirigente que encarnó una política superadora de la grieta fue la actual Vicepresidente, cuando visitó a Isabel Perón el año pasado en Madrid, recorriendo un camino inverso al del kirchnerismo. Reconoció a la Iglesia, al visitar al Papa y calificarlo como “el argentino más trascendente de la historia”, reconoció al justicialismo en la persona de la esposa del General Perón y defiende a las Fuerzas Armadas de la Nación.
Finalmente, la única metodología para construir en sentido de la Historia es tender puentes para afianzar la unión nacional.

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