
La caída del muro de Berlín en noviembre del 89 reafirmó la creencia de que la globalización y el multilateralismo habían llegado para quedarse y el proteccionismo tenía los días contados; pero ha corrido mucha agua bajo el puente y a la luz de los hechos, la historia fue otra: cumplido un cuarto del Siglo XXI nos encontramos sumergidos en una propagación constante de ideas proteccionistas-aislacionistas, y en un descreimiento generalizado de los beneficios del multilateralismo.
Mientras la comunidad internacional enfrenta realidades marcadas por una severa emergencia humanitaria, económica y social, el orden internacional que conocíamos se encuentra en plena reconfiguración. Esta crisis del internacionalismo ha generado como contrapartida el surgimiento de referentes que cuestionan, en las más diversas latitudes y por distintas razones, la idoneidad del multilateralismo para enfrentar los problemas globales de manera efectiva.
La alternativa que los líderes contemporáneos detractores del liberalismo multilateral proponen se basa en un nacionalismo exacerbado que -en teoría- busca priorizar los intereses locales por encima de los internacionales. Sin embargo, esa búsqueda muchas veces genera el efecto opuesto y terminan siendo maniobras demagógicas que nada tienen que ver con la búsqueda del interés nacional. Existen diversas muestras de los costos del proteccionismo exacerbado, que aumenta las tensiones geopolíticas regionales, la fragmentación global y debilitando a las instituciones que promueven la cooperación internacional.
El antecedente inmediato e insoslayable es el denominado Brexit, concretando el abandono del Reino Unido de la Unión Europea. Asimismo, el presidente Donald Trump -máximo referente actual de esta línea de acción política proteccionista y sancionatoria- anuncia y lleva adelante una suba de aranceles a diferentes naciones para dar respuesta a la “gran amenaza de los extranjeros ilegales y las drogas mortales que matan a nuestros ciudadanos”, desatando una guerra comercial con consecuencias negativas tanto para las demás naciones, como para los propios ciudadanos estadounidenses que ven aumentado sus costos. También, la invasión rusa en territorio ucraniano y la crisis humanitaria en la Franja de Gaza; son todas muestras claras de los riesgos de un mayor nacionalismo en detrimento de la búsqueda de soluciones consensuadas y multilaterales.
Además, no podemos dejar de mencionar al propio presidente Javier Milei anunciando la posible salida de Argentina del Mercosur en su discurso de apertura de sesiones ordinarias. Seguir al pie de la letra la política de EE.UU. incluso en detrimento de los intereses de nuestros ciudadanos, retirarse de la OMS y votar en contra de disposiciones lógicas y necesarias en Naciones Unidas, es desentenderse de la posición histórica de nuestro país en política internacional, y para peor, es una decisión errada que puede traer consecuencias negativas a mediano y largo plazo.
Esta es la realidad que atravesamos y debemos revertir. La historia nos enseña que un multilateralismo deficiente pero perfectible -este es el gran desafío- es siempre mejor que cualquier alternativa nacionalista y proteccionista. Hay problemáticas globales que debemos atender en forma conjunta e integral: cambio climático, terrorismo internacional, pandemias, desastres naturales, pobreza y desigualdad que generan a su vez migraciones que afectan de igual manera a países ricos como a países menos desarrollados, entre otras.
El multilateralismo fue ideado para contrarrestar los peligros del nacionalismo y del proteccionismo extremo: mientras el primero busca promover el diálogo, la cooperación y las soluciones globales, el nacionalismo y el proteccionismo a menudo obstaculizan la cooperación y escalan los conflictos.
Seguramente hay cosas por revisar y mejorar, pero encerrarse sobre uno mismo y desentenderse del futuro del otro no puede ser una opción para quienes creemos en el bien común y la vida en comunidad. Las futuras generaciones deben construirse sobre la base del diálogo como solución a los problemas globales y esto se logra fortaleciendo el derecho internacional y las instituciones que lo ejercen.
No seamos meros observadores ni relatores de la realidad, no dejemos que el mundo se fragmente frente a nuestros ojos sin reaccionar y buscar nuevos caminos, porque la crisis del multilateralismo se resuelve con más multilateralismo. El progreso de nuestra sociedad depende de ello, no hay futuro si no es común, en paz y a través de un desarrollo sostenible que no deje a nadie atrás.
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