El juego estratégico del poder y la persuasión en la comunicación política

Apelar al miedo y a la confrontación ha sido una estrategia recurrente en la política, donde la identificación de un enemigo permite al líder fortalecer su base y debilitar cualquier disidencia

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El presidente de Estados Unidos,
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump

La dinámica amigo-enemigo es un binomio estratégico que se utiliza a menudo en política, por no decir siempre. En términos de comunicación política, es sumamente fructífero tener un enemigo. Un enemigo es aquel villano que hace maldades, y que el héroe desea y debe desenmascarar. Suena a película de Hollywood, pero recordemos que fue la industria del cine la que supo ver lo valioso de dicha narrativa, dónde el centro de las películas siempre se estructura en base a esta dinámica de amigo – enemigo. Recordemos también la poderosa frase que popularizaron los americanos en el contexto de la Guerra Fría, friend or foe, para clasificar aliados o enemigos.

Para intentar ubicar el origen de esta dinámica o narrativa habría que hacer una exploración por la historia. A primeras se me viene a la mente el célebre proverbio divide ut regnes – divide y reinarás – donde se insinúa lo mismo, pero pensado para la estrategia en combate. En la actualidad se emplea para distintos escenarios políticos, principalmente electorales, o incluso poselectoral.

El lenguaje posee una fuerza única que condiciona y moldea nuestra forma de pensar, de ahí que siempre explico que la realidad se construye en la comunicación, porque mientras nos comunicamos y desarrollamos narrativas es que creamos la realidad acorde a nuestra idea preconcebida de esta.

Para que la figura del enemigo tenga fuerza hay que transformarla en una amenaza inminente o potencial. Se necesita resaltar la imagen de las víctimas para conectar con la parte emocional de nuestro cerebro, que es muy receptivo ante este tipo de mensajes.

Las narrativas de amigo–enemigo funcionan apelando al cerebro emocional construidas desde un lenguaje destinado a conectar con el lado emocional de la audiencia o electorado. El público objetivo para este tipo de estrategias es el prodestinatario, es decir quienes ya nos siguen y nos creen, y para el indeciso, aquel que aún no ha formado una opinión o se encuentra en duda frente a que postura tomar. O en el caso de la vida política diaria, para el aliado, el que apoya nuestra mirada.

Entrando en la psicología de las masas

Desde el punto de vista de la psicología de las masas, la narrativa amigo-enemigo es bastante sencilla de aplicar, por la forma en la que el individuo se comporta cuando integra una masa organizada o grupo.

Una de sus características de una masa organizada es que se vuelve anónima. El contagio de ideas y la sugestión dominan la escena permitiendo que las narrativas se adapten y fluyan mejor.

La masa es impulsiva, voluble y fácilmente excitable, y en esa multitud, la persona se ve contagiada del sentimiento común, o sugestionada. Desaparece como individuo pensante. Cuando se quiere estimular a la masa organizada no es necesario presentarle argumentos y dirigirse al cerebro racional, por el contrario, se le habla al cerebro emocional pintando imágenes claras y vivas con palabras que inviten a la imaginación. Se requiere exagerar y repetir. De ahí es que surge la dinámica amigo-enemigo o héroe-villano. Esta masa es conducida por un líder, que, con el poder de las palabras, encanta a su audiencia, que obedece sin más. El conductor puede ser un individuo, una organización o un gobierno, que albergan la misma agenda de comunicación. Suena un poco fuerte, pero esto conforma el ABC de la comunicación política y de la comunicación de masas.

Sin embargo, me gustaría aclarar que no necesariamente existe siempre una idea de engañar al electorado o a la audiencia cuando se establece una dinámica o narrativa de amigo-enemigo, en algunos casos el líder tiene verdadero convencimiento de que lo que comunica es verdad, y en algún punto se ha comprado el rol del héroe.

El riesgo de la narrativa amigo-enemigo en la política

La dinámica amigo-enemigo sigue siendo una herramienta clave en la comunicación política y en la formación del discurso público. Su efectividad radica en la capacidad de simplificar realidades complejas en una narrativa emocionalmente poderosa, donde siempre hay un héroe que lucha contra un villano. A lo largo de la historia, esta estrategia ha sido utilizada por líderes, gobiernos y movimientos políticos para movilizar a las masas, construir identidades colectivas y justificar determinadas acciones o decisiones.

En el contexto actual, ejemplos como la guerra en Ucrania y la división política en Estados Unidos evidencian cómo este tipo de narrativa sigue vigente. La polarización que genera esta estrategia no solo influye en la opinión pública, sino que también condiciona las decisiones políticas y la forma en que percibimos el mundo. Al apelar a las emociones en lugar de la razón, se crea un ambiente en el que la confrontación predomina sobre el debate racional y la búsqueda de soluciones equilibradas.

Sin embargo, más allá de su efectividad, es importante reflexionar sobre las implicancias éticas de esta estrategia. ¿Hasta qué punto es legítimo construir discursos políticos basados en la dicotomía amigo-enemigo? ¿No corremos el riesgo de caer en una visión reduccionista de la realidad, donde la complejidad de los problemas es reemplazada por una narrativa simplista?