
Cada vez son más los hombres que, al ceder el paso a una mujer, reciben de vuelta un: ¿por qué no pasás vos? ¿por qué tengo que pasar yo? ¿soy minusválida? y otras groserías por el estilo, dichas con indignación de mujer empoderada.
El feminismo de tercera ola llega tarde a la emancipación de la mujer -que, en Occidente, está hace tiempo completada- y entonces crea estas micro causas, micro gestos de rebelión contra un patriarcado que, como hace décadas que no existe, debe ser detectado detrás de sus disfraces.
“El feminismo se vuelve cada vez más estúpido”, dice Isabelle Larmat en la revista Causeur, al reseñar el libro de Jennifer Tamas, que lleva por título Peut-on encore être galant? (¿Se puede seguir siendo galante?). Al parecer, para Tamas, la galantería es cosa de la derecha, de la ultraderecha, entonces Larmat ironiza: “Cree que hay que votar a (Eric) Zemmour [Partido Reconquista] para seguir sosteniendo la puerta al paso de una mujer”.
En Francia, una encuesta (realizada por Ifop para la revista Elle en agosto de 2024) dio como resultado que 65% de los hombres admiten que, desde que estalló el MeToo, lo piensan dos veces antes de abordar a una mujer que les gusta. Uno de cada dos hombres teme que, en el abordaje, se le escape un comentario sexista o un gesto inapropiado. En efecto, el MeToo, revolución lanzada por Hollywood, es una tendencia que transformó muchísimo las relaciones de seducción. O, mejor dicho, las puso bajo sospecha. Es un neofeminismo retrógrado que nos quiere llevar de la libertad al apartheid sexual. Y lo está logrando. En cambio, la revista femenina que encargó la encuesta sigue la corriente de moda y tiene una mirada positiva sobre esta transformación: “Estamos en marcha hacia más libertad, igualdad, sensualidad (...), hacia un levante más civilizado”, dice una nota del semanario. Consecuentemente, la galantería es puesta bajo sospecha.

Las conclusiones del estudio de Ifop precisan que si bien el 77% de los franceses considera que las pequeñas atenciones de los hombres hacia las mujeres son una forma de cortesía y no un resabio patriarcal, 38% de las militantes feministas piensan que es sexismo.
Jennifer Tamas, la autora del libro citado, es una profesora de Letras y de literatura francesa en la Rutgers University (New Jersey). Ella se pregunta -”sin temor al ridículo”, acota Isabelle Larmat, impiadosa-: “¿No es acaso el galán el prototipo del viejo hombre blanco heterosexual que añora la grandeza de una Francia obsoleta? Bajo el refinamiento y la aparente sumisión a las mujeres se esconde una forma más perniciosa de dominación masculina”. Tamas se propone entonces reformularla, salvarla o “revisitarla”. Volver a la galantería inicial, la del siglo XVII que, dice, fue inventada por las mujeres, y superar la que ejercen esos viejos “torpes y pesados”. En el siglo XVII la galantería era “un arte de vvir”, mientras que ahora es una forma sutil de opresión por parte de una masculinidad grotesca. Larmat ironiza de nuevo: “¿Y si el combate fuera eterno? ¿El hombre debe ser siempre des-varonilizado (sic)? ¿No hemos avanzado nada? Parece que no, según las feministas”.
Según la autora del libro no todo está perdido. La galantería es una “práctica viviente” que será salvada por ¡las mujeres! “La galantería debe ser liberada del dominio masculino y retrabajada por el preciosismo” (recuperando de modo positivo la burla de Molìère en su comedia Les précieuses ridicules). “Las mujeres pueden ser galantes como los hombres”, dice Tamas y concluye con lo que considera una ingeniosa propuesta superadora: “En vez de sexualizar la galantería, hay que galantizar (sic) el sexo para volverlo más lúdico”.

En diciembre de 2017, la cadena de televisión francesa TF1 hizo un informe sobre el tema. “La galantería sigue anclada en nuestras costumbres, incluso en 2017″, decía. O sea, dando por sentado que ya entonces, hace 8 años, era una antigualla. Ahora bien, el tema, decían, era desentrañar lo que hay detrás de esta costumbre. ¿Es o no es sexismo? El besamanos está totalmente superado, pero otras formas de galantería siguen vigentes.
Las feministas, como no pueden sostener seriamente que en las sociedades occidentales (y digo occidentales porque paradójicamente el feminismo solo existe allí donde ya no hay patriarcado) exista un machismo estructural han inventado una palabreja siniestra: micro-machismo, que consiste en detectar segundas intenciones (malas) en todo gesto de un hombre hacia una mujer. Ojo, acá cobran hasta los mozos porque un clásico del micromachismo es darle la cuenta al hombre en el restaurante. Ceder el paso ante una puerta a una mujer es considerarla débil. La cosa va incluso más allá y se las toma con la amabilidad, la solidaridad, el compañerismo. Por ejemplo, si un compañero de estudios o un colega de trabajo le explica algo a una de sus pares, no lo hace por darle una mano sino porque la está subestimando. Este “crimen sexista” se llama mansplaining. Para todo hay léxico. Es condescendencia, paternalismo.
En la calle, las respuestas que encuentra el canal cuando pide a la gente que defina la galantería son muy diferentes: “Es una forma de respeto hacia las mujeres”, una “forma de seducción”. Para la mayoría, la galantería es lo que es: un conjunto de gestos más bien positivos, vinculados a la seducción, aunque no necesariamente; también a la gentileza.

Susan Fiske y Peter Glick, dos profesores de psicología estadounidenses, fueron pioneros en esto con un estudio a comienzos de los 2000 en el que desarrollan la teoría del “sexismo ambivalente”. El sexismo adopta diferentes formas: hostil cuando es visible y discriminador a ojos vista: por ejemplo, un menor salario para una mujer (algo que tampoco existe en los países occidentales pero abona el discurso victimista) o algún comentario explícitamente despectivo. Pero existe un “sexismo indulgente” o “benevolente” que aparenta buena intención pero que en el fondo quiere colocar a la mujer en una condición de inferioridad. Un ejemplo, según los autores, es la galantería.
Para Fiske y Glick la galantería es particularmente insidiosa porque a través de gestos amables invita a las mujeres a callarse y a dejar que los hombres actúen por ellas. Una “verdad” hoy asumida por muchas feministas. TF1 cita a Raphaëlle Rémy-Leleu, vocera de la agrupación feminista “Osez le féminisme” (Atrévase al feminismo): “La galantería inculca, preserva y desarrolla la idea de que las mujeres son inferiores. (...) ...sostiene al hombre en una posición de poder, muy valorada, bajo cubierta de ser un protector”. La galantería es una forma de resistencia del patriarcado. Para las feministas, en el mejor de los casos, es algo pasado de moda, anticuado, casi ridículo. Pero en el peor de los casos, y les gusta ponerse en lo peor, es un abuso.
Pero la galantería es más que ayudar a una mujer a sentarse, abrirle la puerta o saludarla con una inclinación de cabeza o un beso en la mano; la galantería es una señal de respeto, de atención, una valoración. Y también dice mucho del propio galante: muestra que tiene valores. No siempre, como creen algunas, hay una intención de “levante”. En general no la hay: es un respeto a todas las mujeres independientemente de edad, situación, vínculo. Aunque puedan haber cambiado algunas de sus formas o reglas, la galantería es una demostración de consideración. Y no siempre va dirigida a las mujeres. Es respeto mutuo, conexión humana.

Las reacciones airadas ante un gesto de galantería sí que dicen también mucho de las mujeres. Revelan una psicología. Inseguridad, por ejemplo, si creo que porque dejo que me acomoden la silla estoy siendo sumisa. O si siento que en la explicación que me da un colega, amigo o compañero hay una intención de subordinación. ¿Qué podrían decir los hombres cuando una mujer, su jefa, su profesora, les da una explicación? ¿Que los están tratando de maternar? Pero el feminismo quiere instalar la idea de que la galantería es un machismo disfrazado, una forma solapada de mantener -o recuperar- la iniciativa y el control en las relaciones con el otro sexo. Hipocresía de alguien que quiere quedar bien.
Estigmatizar la galantería no es sólo un problema en el vínculo entre hombres y mujeres sino que promueve el individualismo, la desconfianza hacia el otro, la filosofía de que cada cual por su cuenta, del arreglátelas. Me pregunto si se enojarían las mujeres si les cedieran la prioridad en un rescate (incendio, naufragio, accidente…). O si no criticarían al hombre que se suba primero al bote salvavidas. La galantería no es superficialidad ni pose, es el reflejo de cosas más profundas, porque el modo en que se trata al otro dice mucho de cómo es la persona, del tipo de relaciones que establece, de cómo ha sido educada. El feminismo exaltado es profundamente grosero. Agresivo y resentido.
¿Puede condenarse la galantería incluso si su finalidad es seducir? Esto muestra que progresivamente el feminismo ha tendido un manto de sospecha sobre toda la masculinidad. Se le atribuye a priori una mala intención. No todas las feministas francesas piensan así. Mona Ozouf, aurora de Les mots et les femmes (Las palabras y las mujeres, 1995), quiere creer que la galantería y el feminismo pueden mezclarse. Y Elisabeth Badinter, una feminista histórica muy crítica del “neofeminismo guerrero” actual, compartía su opinión; en 1992 había escrito: “La relación entre hombres y mujeres en Francia es más suave, más solidaria y más seductora que en otras culturas europeas. Nada horroriza más a los hombres y mujeres franceses que una guerra entre sexos o una separación física entre ellos”.

Las feministas francesas están divididas sobre este tema. A poco de estallar el MeToo, un grupo de mujeres publicó un manifiesto en Le Monde en el que reivindicaban el “derecho a importunar”. Allí decían: “La violación es un delito. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”. Entre las firmantes del texto estaban Catherine Deneuve, Catherine Millet, Elizabeth Lévy y un centenar más, unidas para rechazar un feminismo que castiga a los hombres y divide a los sexos, en nombre del mantenimiento de una forma de caballerosidad francesa, un neofeminismo que en todo ve patriarcado y al patriarcado atribuye la totalidad de los males de la sociedad.
La nueva generación de actrices de cine aprovecha todo atril para victimizarse, despertando la indignación de otras íconos como Brigitte Bardot o Fanny Ardant, esta última firme defensora de Gérard Depardieu. Aunque todos los festivales de cine actuales son tribunas para el neofeminismo en su permanente denuncia contra los hombres, Ardant se atrevió a remar contra la corriente en una de las ediciones de los premios César 2021. Al anunciar la categoría Mejor Actor, aprovechó para decir lo suyo: “Es una alegría festejar a los actores. Celebrar a los hombres. Decirles que son lindos, valientes. Que soñamos con conocerlos. Que deseamos volver a verlos. Que nunca olvidamos las emociones que nos han dado. Que nos han hecho reír y llorar. Que nos han enojado, pero que nos han seducido. Y que…. los amamos… los admiramos. Y que… vivir sin ellos, no sería del todo vivir”.

A la inversa, el movimiento MeToo también trajo una serie de iniciativas para deconstruir esa masculinidad que la mayoría de las mujeres admiramos pero que el neofemismo desprecia. Iniciativas para reeducar por ejemplo a los “desubicados” que todavía se bajan primero del auto para abrirle la puerta a su acompañante o ceden el asiento en el colectivo a las mujeres -cada vez serán menos-; hay que inculcarles comportamientos no sexistas. Reformatear las cabezas. Se llama estalinismo. O, si prefieren, totalitarismo (eso sí: de gauche).
Con esto del micromachismo y el patriarcado subliminal, son culpables, las feministas, de haber banalizado la violación y el abuso al poner esa etiqueta a todo, en atribuir toda contrariedad a una violencia -o violencias porque tienen afición por el plural- que sufrirían las mujeres constantemente y en todos los planos. Recordemos que las empoderadas del Congreso argentino incluyeron la violencia política en la ley Nº 26.485 (Violencia contra la mujer). Traducido, quiere decir que cada vez que son criticadas por colegas varones pueden refugiarse en el “me atacan por ser mujer”. Gracias al feminismo y a la llamada “liberación de la palabra”, se perdió la presunción de inocencia ante la menor denuncia de una mujer contra un varón. Gracias al feminismo, a las nuevas generaciones les cuesta distinguir entre la seducción y el acoso. Gracias al feminismo, la galantería es una ofensa capital.
Como vimos, no todas las mujeres emancipadas caen en estos absurdos. De hecho, las neofeminsitas guerreras se atragantaron de indignación cuando la cantante español Bebe, autora de la canción “Malo”, himno por excelencia de la lucha contra la violencia conyugal, en marzo de 2021, con motivo del Día de la Mujer, expresó su hartazgo con el feminismo actual: “Feliz día a las mujeres que sabíamos que podíamos ser iguales sin odio, que estudiamos y trabajamos codo a codo con compañeros”. Y remató aludiendo irónicamente a otra ofensa capital del patriarcado: “Feliz día a las mujeres que supieron escuchar un …GUAPA… con una sonrisa y un rubor…”

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