La batalla por el PJ

El desafío abierto de Milei a Kicillof lo posiciona como su principal rival en una polarización que incomoda a La Cámpora y pone en riesgo la unidad del peronismo

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Axel Kicillof y Cristina Kirchner
Axel Kicillof y Cristina Kirchner

Conforme se acercan las elecciones legislativas de medio término, las grietas que atraviesan el peronismo a nivel nacional se profundizan y hacen cada vez más compleja la búsqueda de una unidad que nos les haga perder competividad electoral frente a un proceso electoral de por sí ya poco favorable para las expresiones de la oposición.

Lo que está en juego en esta elección es para muchos algo que va más allá de la posibilidad de una victoria. No son pocos los referentes del histórico movimiento que hoy ven que una unidad a “como dé lugar” es un costo muy alto para pagar, aun cuando pueda dotarlos de mayor competitividad o llevarlos eventualmente a un triunfo parcial. Es que, más allá de la importancia de las elecciones 2025, el peronismo -entienden muchos de sus referentes- necesita encarar cuanto antes un profundo proceso de renovación de liderazgos de cara a las presidenciales de 2027, y que la presión por la unidad de cara a las legislativas de 2025, sumada a las necesidades concretas de los diversos referentes territoriales, amenaza con obturar dicho proceso.

Lo cierto es que hoy el PJ es a nivel nacional un gran rompecabezas, con piezas de diverso tamaño y espesor, que no solo no encajan ni buscando las alquimias más creativas, sino que tiene varios faltantes que hacen casi una quimera que alguien pueda armarlo en forma completa.

En este contexto nacional, la provincia de Buenos Aires asoma como el escenario privilegiado de las batallas hacia el interior del partido. Y no solo por su tradicional peso en el padrón electoral, la fuerte ascendencia partidaria en el siempre gravitante conurbano bonaerense, y el hecho de que sea un hombre del partido quien gobierne la provincia más grande y pujante del país. Es que es precisamente allí donde se libra la “madre de todas las batallas” por el futuro partidario, en una interna entre Kicillof y Cristina Kirchner que primero con sordina, y ante la proximidad electoral con cada vez más volumen, resuena más allá del territorio bonaerense.

Marzo empezó con importantes novedades que obligaron a varios protagonistas a mostrar algunas cartas y mover varias fichas en este complejo tablero. El destemplado y desafiante discurso del presidente Milei ante la Asamblea Legislativa no solo ratificó el disparatado y delirante pedido de renuncia o intervención federal, sino que construyó al gobernador como “enemigo” según la narrativa presidencial.

Si bien el alineamiento partidario en torno a la condena a las afirmaciones de Milei mostró un significativo grado de “unidad” que pareció galvanizar las expresiones partidarias ante la amenaza de un enemigo común, muy pronto las internas volvieron a aflorar. Sin embargo, algo ya había cambiado: por primera vez el gobernador ocupa el centro de la escena nacional como el principal contendiente de Milei.

Una operación discursiva del Presidente que a todas luces está orientada a intentar capitalizar electoralmente un cuadro de violencia en la provincia que comienza a tener alta visibilidad nacional a través de casos que conmueven a la sociedad, no solo en un intento de desviar la atención del escándalo del cripto-gate sino para procurar, con inocultables dosis de oportunismo, un rédito electoral frente a una problemática que, a nivel nacional (no solo en la provincia), comienza nuevamente a crecer entre las preocupaciones ciudadanas.

Lógicamente, el hecho de que Milei haya subido al gobernador bonaerense al “ring” en el que busca construir una nueva polarización política-electoral, generó una previsible incomodidad en las filas de un kirchnerismo que se venía aferrando a la centralidad y presencia gravitante de Cristina como única figura con la capacidad de enfrentar al libertario.

Está más que claro que la estrategia del Gobierno ha venido explotando ampliamente la crisis opositora, incidiendo con diversas tácticas en las internas partidarias en la búsqueda, en algunos casos, de seducir y cooptar dirigentes y, en otros, de profundizar la fragmentación, obturar renovación de liderazgos y debilitar estructuras territoriales. En el caso del PJ esta estrategia fue muy evidente desde un principio y, hasta cierto punto se reveló bastante exitosa: operando sobre los gobernadores, identificando aquellos más proclives al diálogo y la negociación, logró producir fisuras en los bloques parlamentarios que acabaron siendo vitales tanto para la aprobación de leyes impulsadas por el oficialismo como para bloquear iniciativas opositoras.

En este escenario, la centralidad de Cristina operaba para muchos -por convicción o conveniencia- como un valladar para que esas negociaciones no opacaran la puesta en escena de una fuerte polarización con Milei. El giro discursivo del presidente, como es previsible, alteró significativamente ese escenario, descolocando a la ex mandataria -como quedó en evidencia en su habitual comunicación “epistolar” en la red X durante esta semana-. Y lo hizo, además, en un contexto muy particular para el peronismo bonaerense, en el que se discute nada más ni nada menos que el desacople de las elecciones provinciales y -concomitantemente- la suspensión de las primarias.

Si el gobernador bonaerense esperaba una oportunidad propicia para consumar el “divorcio” definitivo con su mentora, difícilmente encuentre una mejor a esta. Si bien la alta exposición como contracara de Milei no está exenta de riesgos para alguien que gobierna uno de los distritos más complejos del país -más aún con una controversia en torno a la inseguridad que no muestra ni en Nación ni provincia la intención de buscar confluencias mínimas-, Kicillof claramente ya movió sus primeras fichas.

No solo dejó en claro durante la apertura de sesiones en la Legislatura bonaerense, donde realizó anuncios de seguridad y pidió a los legisladores que resuelvan la cuestión de las reglas electorales, que acepta el convite de subirse al “ring nacional”, sino que casi en simultaneo, y mientras crece la expectativa con respecto al desdoblamiento electoral, lanzó su propia corriente interna, denominada “Movimiento Derecho al Futuro” (MDF), al que adhirieron -con diversos niveles de compromiso- unos 40 intendentes.

Si bien la decisión del desdoblamiento no depende directamente del gobernador, en un contexto donde los intereses del oficialismo legislativo no son los mismos que los del ejecutivo, lo cierto es que la posición del gobernador se vería facilitada por la inclinación mayoritaria de los intendentes -y no solo los del PJ- por un “desenganche” que obligaría a los “libertarios”, sin grandes figuras en tierras bonaerenses, a dividir votos con el Pro y la UCR, que también están preocupados por frenar el avance libertario en los 60 municipios que gobiernan.

Así las cosas, aunque desde las terminales del oficialismo se asegure que no es intención del gobernador romper con Cristina ni impulsar iniciativas que abonen una división del voto oficialista funcional a las intenciones libertarias, y se insista con la hipótesis de que eventualmente habrá alianza entre el Pro y La Libertad Avanza, de confirmarse el desdoblamiento, habrá un fuerte impacto político hacia el interior del peronismo que -en principio- favorecerá la posición del gobernador y le quitará protagonismo a una ex mandataria que se perfilaba como la “gran electora”.

Y aunque sea muy probable que la “sangre no llegue al río” y los intentos de mediar en la interna del siempre solicito Sergio Massa acaben de encontrar una ingeniería electoral que favorezca a los tres tercios en pugna -La Cámpora, Kicillof y el Frente Renovador-, lo cierto es que el gobernador habrá dado un paso importante hacia la necesaria autonomía política que le permita aspirar a encarnar una renovación en el liderazgo partidario que, eventualmente y siempre dependiendo de otras circunstancias, podría llevarlo a encarnar una alternativa nacional.