¿La democracia ya fue?

Caen los indicadores de calidad democrática en el mundo y se abre paso un nuevo orden de la mano de Trump y Musk. Milei avanza con decisiones que llevan a un “estrés institucional”. La orden de Karina Milei en la previa electoral

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Javier Milei y Donald Trump,
Javier Milei y Donald Trump, durante el encuentro que mantuvieron en la cumbre CPAC. Foto: Casa Blanca

A mediados de enero, Curtis Yarvin, un teórico del denominado movimiento neoreaccionario, concedió una entrevista a The New York Times, bajo el título “La democracia está terminada”. Allí sostiene los pilares del ideario que promueve hace años: se trata de un sistema burocrático fallido que beneficia a cierta “aristocracia” y, justamente por eso, hay que demolerla para dar pie a una monarquía de CEOs.

“Ni siquiera es que sea mala, es sólo que es muy débil”, explica Yarvin, que pasó de la marginalidad de difundir su pensamiento en blogs a ser profeta en Silicon Valley y escuchado en Washington, cuya vinculación más cercana es con el vicepresidente, J.D. Vance.

El descrédito por los valores democráticos se expande a medida que crece la fascinación por los hombres fuertes. Los indicadores de calidad institucional muestran un retroceso en el mundo. Según el índice que elabora The Economist, el año pasado se alcanzó el nivel más bajo desde su creación en 2006: sólo el 45% de la población vive en una democracia, mientras que el 39% lo hace bajo regímenes autoritarios y el 15% en sistemas híbridos. Apenas 25 de 165 países están en la categoría de “democracias plenas”, y hay 46 en “democracias defectuosas”, entre ellos, Argentina.

El avance de la tecnología va más rápido que la filosofía y la política, y las reglas son vistas como un corsé para libertad. Se abre paso un nuevo orden mundial –nadie sabe exactamente qué forma tendrá- que corre los límites de manera inédita, muy visible, sobre todo, en Estados Unidos.

Elon Musk muestra la motosierra
Elon Musk muestra la motosierra que le obsequió Javier Milei durante la cumbre de la CPAC. Foto: REUTERS/Nathan Howard

Elon Musk es la novedad más disruptiva de esta era en desarrollo. Estuvo presente el miércoles pasado en la primera reunión de gabinete de Trump, como “titular” del Departamento de Eficiencia Gubernamental, de cuya área no es formalmente jefe. El empresario tecnológico ejerce un enorme poder sin cargo. Quizá debería darle el crédito a Santiago Caputo, salvando las distancias, que también se mueve en los papeles y ante la ley como un simple asesor.

Javier Milei, el precursor de la motosierra, encontró menos obstáculos que su amigo Musk. En la última semana, hubo órdenes de distintos jueces federales para detener el proceso de recortes dejando en stand by despidos masivos (por ejemplo, en California) y, en otros casos, poniendo objeciones al requerimiento de datos personales de los empleados estatales. Eso lo llevó a despotricar en X en contra de la “tiranía del Poder Judicial”, una frase que debe haber conmovido a Cristina Kirchner.

Musk asiste a la Casa Blanca en gorra y remera, eligió como logo de su dependencia la memecoin DOGE, y nutre las redes con performances y provocaciones. Como Trump, parece dispuesto a todo, pero a la vez lo hace con dotes de actor histriónico o conductor de un late night show. Como dice Yarvin, en un artículo de su blog, Gray Mirror: “La política y la religión son hermanas. Y la comedia es prima de ambas”.

En la vorágine, las formas distraen del fondo: no son cambios sólo en los modos, no es una cuestión estética lo que se traen, van a lo más profundo. La escenificación de la pelea entre Trump y Zelensky en el Salón Oval dejó a todos boquiabiertos, pero lo más impactante no fue la humillación en vivo a otro presidente, sino que Estados Unidos haya quedado del lado de Rusia y Corea del Norte contra Ucrania y Europa. Putin sueña con restaurar una potencia imperial. China busca hacerse más fuerte. ¿Y el resto?

Milei navega en esas aguas turbulentas como aliado de Trump, sacudido por sus giros. Lo hace con cierta eficacia y alto perfil internacional, aunque haya sido arrastrado por la denuncia por estafa con la criptomoneda $LIBRA.

A diferencia de otros líderes, debe lidiar con una debilidad política de origen: 6 senadores y 39 diputados propios, ningún gobernador ni intendente. La matemática lo deja muy lejos de lograr imponer, ni siquiera con aliados habituales, sus decisiones. Por eso, se inclina por decretos de necesidad y urgencia, vetos, y cualquier mecanismo que le sirva para esquivar el Congreso.

Como en el peronismo, nunca estuvo en el discurso libertario la bandera republicana. Después de idas y vueltas, finalmente el Presidente designó por decreto a dos jueces de la Corte Suprema de Justicia. Lo hizo porque no tenía los votos para aprobar los pliegos en el Senado, que es el trámite obligatorio. Punto.

Manuel García-Mansilla al momento de
Manuel García-Mansilla al momento de jurar como nuevo integrante de la Corte Suprema de Justicia de la Nación

La excepcionalidad legal a la que recurrió contradice el espíritu para la que fue concebida, pero nadie cuestiona demasiado porque Milei sigue gozando de una aprobación alta en la opinión pública y gran parte de la oposición no tiene ni autoridad moral ni capacidad de reacción.

En la Corte, en forma casi clandestina, le tomaron juramento a Manuel García Mansilla, el preferido por el Gobierno. El argumento para darle la bendición fue que “no podían hacer otra cosa” ya que no hay jurisprudencia de inconstitucionalidad sobre los nombramientos por decreto. Ricardo Lorenzetti, quien propuso a Ariel Lijo, terminó revitalizado en la interna del tribunal, frente a Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, ambos con caras lúgubres en la foto de la ceremonia. Dicen que Rosatti solo sonrió ese jueves cuando se enteró que Fernando Gago estaba con un pie afuera de Boca.

Ahora, la incógnita es cuánto tiempo durarán los jueces nombrados por decreto en sus sillas, ya que si bien es por un año, el Senado tiene la potestad de tratar y rechazar los pliegos, lo que derivaría todo a una dimensión desconocida.

El Presidente lleva al país, se verá con qué costo, a una situación de “estrés institucional”. A eso se suma el pedido de renuncia a Axel Kicillof y la amenaza de intervenir la provincia. Que un gobernador sea incompetente no lo habilita para terminar su mandato, tampoco se configuran las causales para intervención federal, según la Constitución, y en todo caso eso debería ser por ley.

Más allá de si Milei hizo el planteo para marcar la agenda o rivalizar con Kicillof por la inseguridad, esas propuestas al fleje van estirando, de a poco, las fronteras del sistema.

El que salva a su país no infringe ninguna ley”, lanzó, semanas atrás, Trump, y pareciera ser una máxima compartida en el oficialismo.

Entre los libertarios, había posturas divididas respecto de la jugada de apuntar así a Kicillof, lo que terminó aglutinando al peronismo en la provincia de Buenos Aires. La guerra entre el gobernador y Cristina Kirchner venía desangrando al espacio político y la defensa ante la agresión de un tercero los volvió a unir, por ahora. A Milei le conviene la fragmentación electoral.

El Presidente dejó de poner en el ring a Cristina para subir a Kicillof sustentado en el supuesto de que ella tiene un piso alto y más proyección electoral. Al ex ministro de Economía le cuesta asumir el papel de líder y contestarle a Milei fue todo un desafío. Se analizó qué hacer en la mesa política, en la que circularon numerosas posibilidades, algunas extremas, como pedir la “pericia psiquiátrica” del jefe de Estado, algo que no prosperó, pero que exhibe el nivel de alteración.

Las elecciones ya están a la vuelta de la esquina, y eso se hace notar en las discusiones públicas. Este mes empiezan las presentaciones de coaliciones y candidatos en algunas provincias que desdoblan los comicios. Se eligen legisladores, en abril, en Santa Fe y, en mayo, en Salta, Jujuy, Chaco, San Luis y Capital. La instrucción de Karina Milei, quien lleva las riendas de La Libertad Avanza, es ir con candidatos propios y sin alianzas en esos distritos, a excepción de San Luis, donde aún falta el reconocimiento partidario. “Vamos a jugar solos”, fue el mensaje, en una decisión que, de cumplirse, implica optar por el camino más audaz.