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El discurso inaugural del Presidente deja claro que no estamos simplemente ante un Capitán de Tormentas que logró sortear la crisis fiscal, la inflación descontrolada y el desbarajuste fenomenal heredado del gobierno anterior.
Es cierto que dedicó varios minutos a demostrar que efectivamente esquivamos el peligro de la hiperinflación, algo que desde la Fundación Libertad y Progreso veníamos advirtiendo desde hace años. Es cierto que logró bajar la inflación del 211% al 24% proyectado para este año. Que, contra el pesimismo keynesiano, el ajuste del gasto público permitió una recuperación en “V” de la actividad económica que pocos pronosticaban. Que la pobreza, según la UTDT, cayó del 56% al 33% (o al 35,5% según la UCA). Que la economía ya crece al 5% anual, un dato ratificado por el Banco Mundial, el FMI y la mayoría de los informes de bancos y economistas independientes.
También es cierto que los titulares destacarán que en poco tiempo enviará al Congreso el acuerdo que se está cerrando con el FMI, lo que permitirá salir del “cepo” cambiario antes de fin de año. Y que, en retrospectiva, la volatilidad de estas semanas habrá resultado una oportunidad de compra.
Sin embargo, la clave del discurso de ayer es que nos encontramos ante un presidente reformista que está impulsando un “cambio profundo”, con una visión clara de una Argentina liberal basada en el respeto a la vida, la libertad y la propiedad privada. Un presidente que se niega a aceptar que lo mejor de la Argentina quedó en el pasado.
La clave del discurso de ayer es que nos encontramos ante un presidente reformista que está impulsando un “cambio profundo”
Podemos destacar que transformó un enorme déficit fiscal en superávit financiero y que ha puesto un torniquete a la emisión monetaria, lo que terminará por desplomar la inflación. También que ya comienza a reaparecer progresivamente el crédito a 30 años.
Pero lo más relevante es lo que proyecta para los próximos años. Su objetivo sigue siendo reducir el gasto público consolidado al 25% del PBI (incluyendo el gobierno federal, provincias y municipios). No se conforma con haber cerrado 200 reparticiones gubernamentales, despedido a 40.000 empleados públicos, eliminado entes descentralizados y fondos fiduciarios, terminado con la obra pública y reducido la pauta publicitaria. La “motosierra” seguirá operando cada año de su mandato, privatizando todas las empresas estatales, no solo para sanearlas, sino para que dejen de ser una carga para los contribuyentes.
Su meta es bajar impuestos y desregular la economía para liberar a los argentinos. Ya eliminó el impuesto PAIS, las retenciones a las economías regionales y empezó a reducir las retenciones a los principales cultivos, prometiendo que “tarde o temprano, las vamos a eliminar por completo”. También eliminó el impuesto a la transferencia de inmuebles, redujo Bienes Personales y comenzó a bajar aranceles e impuestos internos. Su visión es que Argentina termine con solo seis impuestos (hoy existen más de 150), y que las provincias compitan entre sí para atraer inversiones con menores cargas fiscales.
El proceso de desregulación será continuo. No alcanza con la Ley Bases recortada y el Decreto 70, limitado por las trabas judiciales. Las 1.700 reformas implementadas hasta ahora son solo la primera etapa de un programa mucho más ambicioso.
Un punto crucial de su discurso fue su convicción de que Argentina tiene una “oportunidad histórica” para concretar un tratado de libre comercio con Estados Unidos
El cambio también es cultural y se refleja en su política de seguridad y defensa, que ya está mostrando resultados concretos. Esto se vio en la ovación a la ministra Patricia Bullrich, quien, junto con Sandra Pettovello, aplica una política firme bajo el principio de “el que las hace, las paga”. Apartándose de la doctrina Zaffaroni, logró reducir los piquetes “de 8.200 a cero en los últimos diez meses” y llevar el índice de homicidios al más bajo en 25 años.
Este año continuará con reformas clave. Su equipo trabaja en “12 nuevas leyes”, que no solo abarcan cuestiones comerciales, económicas y financieras, sino también reformas laboral, penal, civil, de seguridad y de defensa de la propiedad privada.
Un punto crucial de su discurso fue su convicción de que Argentina tiene una “oportunidad histórica” para concretar un tratado de libre comercio con Estados Unidos, incluso si eso implica flexibilizar o salir del Mercosur. Quiere poner fin a 80 años de proteccionismo empobrecedor.
También busca modificar el Código Civil para fortalecer la propiedad privada y la libertad de asociación, recuperar la igualdad ante la ley eliminando los cupos y reformar el Código Penal y Procesal para garantizar que los delincuentes cumplan condenas para proteger la vida de los inocentes.
Su equipo trabaja en “12 nuevas leyes”, que no solo abarcan cuestiones comerciales, económicas y financieras, sino también reformas laboral, penal, civil, de seguridad y de defensa de la propiedad privada
Como afirmó el presidente, “Roma no se construyó en un día”, pero estamos presenciando el liderazgo de un hombre con una visión clara de una Argentina liberal, que recupere los valores que hicieron grande a Occidente. Su visión es tan nítida que está generando entusiasmo en todo el mundo, incluyendo Estados Unidos, donde la motosierra en manos de Elon Musk se ha convertido en un ícono de la desregulación y la reforma del Estado.
Sin embargo, sabemos que los escollos son innumerables, todo el sistema corporativista de empresarios y sindicalistas que se ve amenazado por la nueva visión y están dispuestos a hacer todo lo que esté en sus manos para evitar los cambios y mantener sus privilegios.
Tal vez por eso, el presidente cerró su discurso parafraseando al de Winston Churchill en tiempos de guerra. Dejó en claro que “va a hacer posible lo que los políticos decían que era imposible”. Librará la batalla en todos los frentes, en todas las provincias y municipios. “Jamás nos rendiremos. Vamos a hacer grande a la Argentina nuevamente”.
El autor es director de la Fundación Libertad y Progreso
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