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Uno suele apelar a ciertas lecturas para explicar algunos aspectos del presente. Recuerdo Los usos del olvido, un texto que desarrollaba la forma en que los seres humanos necesitamos, a veces, borrar hechos que nos lastiman en exceso.
Me ha servido, por ejemplo, para comprender el momento actual en que el Gobierno y sus tenaces obsecuentes intentan enterrar lo que han dado en denominar un “error” del presidente Milei, cuyas consecuencias resultan imposibles de diluir dada la dimensión del hecho. Aquel sueño de convertirse en un líder conservador de la humanidad se perdió para siempre, y el personaje pasó del intento de ser un referente único e ineludible a su contracara, la de quien nadie desea como espejo. De pronto, el mundo se cerró, y se impuso la condena en todos los portales, en todas las primeras planas de diarios extranjeros de diversas tendencias desde Le Monde hasta el ABC de Madrid, en las declaraciones del líder de la derecha alemana Friedrich Merz, del presidente español Pedro Sánchez, de tantos. Entre nosotros, todavía hay ensayos de olvidar la magnitud de ese hecho incalificable, de minimizarlo, cuando está ya relegado al duro ámbito de la Justicia.
Por otra parte, la relación con Ucrania, con ese presidente que fue de los pocos en acompañarlo al asumir, delata que la política de Milei carece de la más mínima coherencia. Cada día trae lo suyo, y, con la desmesurada intención de imponer a Lijo como miembro de la Corte Suprema, el Gobierno nuevamente olvida los elementos centrales de la democracia. Su partido, La Libertad Avanza, dejó de repente de representar lo virtuoso y lo nuevo para desempeñar el difícil rol de quien queda en manos de la Justicia nacional, dudosa y acomodaticia, quizás, pero también de la internacional, que suele ser implacable.
El petulante prócer de alcance planetario reducido a un simple personaje que procura desesperadamente esquivar las consecuencias de sus actos. Los medios oficialistas parecieran lentamente dejar de serlo o, al menos, atenúan sus usuales alabanzas y esbozan algunas objeciones, y Mauricio Macri, quien pretendía con obstinación y sin ruborizarse acompañar este dudoso exitismo de la moneda, pasó de ser el débil a convertirse en el más fuerte de la soñadora derecha nacional. Paradojas cuasi risibles.
La mediocridad del último presidente se imaginaba insuperable; los errores de Milei, aún sin pandemia, se imponen en la definición de un gobierno endeble y cuestionable. Él y sus secuaces imaginaban que el tiempo contribuiría al olvido. Sin embargo, la realidad es adversa, el paso de los días agiganta el asombro de las limitaciones de un presidente cuya soberbia era universal, y a quien el consecuente fracaso redujo a la impotencia de su propia realidad.
Para la apertura de sesiones, el Milei dispuso la prohibición del ingreso al Parlamento de los periodistas no admitidos por él y el desplazamiento de los que puedan entrar a palcos de invitados. Sigue con la cantilena de estar gestando lo nuevo en la necia inconsciencia de la profundización del ridículo. Hubo logros, es cierto que ya no se cortan las calles y pareciera estabilizarse la moneda, pero esos resultados positivos están acompañados por un más que considerable descenso del consumo, una brutal represión a los jubilados cada miércoles, y una confrontación con la verdadera política que dejó de ser fundacional para definir el espacio de lo pasajero.
La política actual es inviable, el desconocimiento de las instituciones y las tradiciones no tiene destino y el Presidente ni siquiera intenta la más mínima autocrítica ni mucho menos asumir la exagerada dimensión de su ignorancia. La oposición se encuentra fracturada como la totalidad de los sectores responsables de las últimas décadas donde solo crecieron la deuda, la pobreza y la marginalidad. Ayer decían soñar con el rebote, el crecimiento, las inversiones lloviendo a cántaros, cuando la realidad es muy distinta y se manifiesta en la angustiosa necesidad de fondos frescos, de nuevos préstamos para disimular el enorme endeudamiento que esta destrucción del Estado, sin surgimiento a la vista de lo privado, nos deja como dura herencia de un gobierno de aficionados.
Por su parte, Cristina Kirchner preside un peronismo en el que no cree, sin que la acompañe ni un solo gobernador y habiendo sido derrotada en su propia provincia, Santa Cruz. En cuanto a Milei, el error de promover una moneda falsa deja a los obsecuentes sometidos al, hasta la semana pasada, desconocido lugar de la duda y el desconcierto, a la ausente mirada de la reflexión. Milei y Cristina son los dos últimos gerentes de la grieta, de esa división que supedita a los argentinos a dos resentimientos carentes de propuestas. Macri, con mucha menos pretensión, llevó adelante con solvencia la primera etapa de su gobierno hasta que la deuda y la fuga de capitales lo llevaron a la inacción y a la derrota. Lo de Milei es mucho más grave, es el intento absurdo de una visión colonial que imagina los negocios como esenciales y a los ciudadanos argentinos, sus connacionales insultados mediante las horrendas metáforas proferidas en el exterior por su presidente, como seres secundarios.
Salvo la rentabilidad de lo improductivo no hay otros temas que atraigan el interés de este desgobierno. Endeudamiento, desocupación, pobreza, todos ellos resultados de una concepción que se imaginó libertaria y era solo demencial. La etapa del gobierno quedó cerrada con la invitación a invertir en los oscuros negocios de socios ignotos. Nos quedamos sin la última esperanza, de ahora en más todo está por reconstruir, esencialmente la política, en esa obligada convocatoria a la unidad nacional.
Recordando a Gramsci: lo que muere está a la vista, sin que asome, hasta ahora, lo que está por nacer.
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