Razón y valores: el arte del equilibrio

La tensión entre lógica y principios éticos ha marcado el desarrollo de sistemas políticos, religiosos y filosóficos. Comprender su interacción es clave para evitar extremos deshumanizantes o idealismos impracticables

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(Imagen Ilustrativa Infobae)
(Imagen Ilustrativa Infobae)

La interacción entre racionalidad y axiología ha sido un tema de estudio recurrente en la filosofía, la sociología y las ciencias políticas. Mientras que la racionalidad focaliza en el uso del razonamiento lógico y la evidencia empírica para tomar decisiones, la axiología explora los valores y principios que guían dichas decisiones. Esta interacción puede ser tanto beneficiosa como perjudicial en contextos de conflictos profundos, dependiendo de cómo se gestionen las tensiones inherentes entre ambas.

La razón y el valor representan dos dimensiones distintas pero complementarias en el proceso de toma de decisiones. La razón busca establecer conexiones lógicas y evidenciales para alcanzar conclusiones objetivas, mientras que el valor otorga significado y orientación subjetiva basada en principios religiosos, morales o éticos. Su interacción no necesariamente perjudica a cada uno de ellos, por el contrario, puede enriquecer la toma de decisiones al combinar claridad analítica con profundidad valorativa. Por ejemplo, una decisión racional sobre la distribución de recursos en una comunidad puede ser complementada por valores que aseguren equidad y justicia.

Un ejemplo notable de esta relación se observa en la interacción entre religión y ciencia. Mientras que la religión opera en un ámbito conativo, indicando lo que debe hacerse o como conducirse desde una perspectiva que en la secularidad se referencia en la moral como conjunto de valores y normas, o la ética como la reflexión filosófica sobre dicho conjunto, la ciencia es principalmente cognitiva proporcionando información sobre el funcionamiento de la naturaleza. Aunque históricamente han existido tensiones entre ambas, su colaboración puede ofrecer soluciones más integrales a problemas complejos.

En el caso del judaísmo, se observa una convivencia armónica entre religión y ciencia. La preceptualidad bíblico-talmúdica está diseñada para guiar el comportamiento bajo una dimensión conativa, mientras que la ciencia informa sobre cómo funciona la realidad bajo una dimensión cognitiva. Por ejemplo, el precepto “Bal Tashjit” “no destruir”, derivado del Deut. 20:19-20, establece un principio de sostenibilidad que puede complementarse con estudios científicos sobre conservación ambiental. Asimismo, en la medicina, los preceptos sobre el cuidado y protección de la vida humana permiten que los avances científicos sean evaluados y adoptados con una perspectiva bioética. Otro ejemplo es el cálculo del calendario hebreo, que combina preceptos religiosos con un profundo conocimiento astronómico, demostrando cómo la ciencia puede fortalecer la implementación de una tradición religiosa.

Más, en el judaísmo, la discusión entre creacionismo y evolución resulta irrelevante para la práctica religiosa, ya que no afecta el deber de cumplir los preceptos. La Torá no pretende ser un manual científico, sino un texto que norma y regla la conducta, análogo a la moral y ética en la secularidad. Por ello, el deber de observar el Shabat, la dieta kosher u otros preceptos no depende de cómo se explique el origen del mundo ni del hombre. Esto permite aceptar los avances científicos sin que entre en conflicto con la práctica religiosa. Los preceptos cuyo cumplimiento se regla según horarios matutinos, vespertinos o nocturnos, tal como el rezo, son indiferentes a una concepción helio o geocéntrica del universo.

El problema surge cuando los valores no tienen el complemento de la razón pudiendo conducir a enfoques idealistas pero impracticables o bien fundamentalismos; así como también cuando la razón se encuentra despojada de valores pudiendo resultar en la deshumanización o cosificación de la persona.

Y aquí cabe profundizar en la influencia de la axiología en la razón, dada por las denominadas razón instrumental y razón comunicativa. La primera enfocada en la eficiencia para alcanzar fines predeterminados, mientras que la segunda, según Jürgen Habermas, busca el entendimiento mutuo mediante el discurso racional. En conflictos profundos, la racionalidad instrumental puede exacerbar tensiones al priorizar resultados pragmáticos sobre principios axiológicos, mientras que la racionalidad comunicativa puede abrir espacios para el diálogo y la conciliación.

Similarmente ocurre con la influencia de la razón en la axiología, por cuanto según Max Scheler, los valores no son subjetivos ni arbitrarios, sino que poseen una jerarquía objetiva que determina su importancia. En conflictos profundos, la confrontación de sistemas axiológicos divergentes puede generar tensiones irresolubles si no se abordan con racionalidad.

En enfrentamientos políticos, religiosos o culturales, el uso de la racionalidad comunicativa puede facilitar la comprensión del otro. En este sentido, Hans Georg Gadamer destacó que la hermenéutica, entendida como un diálogo basado en la interpretación mutua, puede construir puentes entre sistemas axiológicos en conflicto. El enfoque en valores universales, como los derechos humanos, puede proporcionar un marco axiológico compartido que guíe las negociaciones. Y así argumenta Amartya Sen para quien una visión racional de la justicia requiere el reconocimiento de valores humanos comunes para resolver tensiones. Un ejemplo de ello fue la Comisión para la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica, la cual utilizó principios axiológicos como la verdad, la indemnización y la amnistía, combinados con un enfoque racional en la investigación y punición de violaciones a los derechos humanos. Este modelo mostró cómo la integración de racionalidad y axiología puede promover la sanación de una sociedad dividida.

Pero cuando la racionalidad se desvincula de la axiología, puede conducir a decisiones que ignoran la dignidad humana, tal como señala Hannah Arendt quien analizó este fenómeno en su estudio sobre la burocracia nazi, donde la eficiencia racional fue utilizada para justificar las atrocidades más monstruosas. La implementación de los experimentos de control social en China a través del sistema de puntaje social prioriza la eficiencia tecnológica para categorizar a los ciudadanos según su comportamiento. Por ejemplo, negarse al servicio militar quita el privilegio de una buena educación superior, secundaria o universitaria, y las posibilidades de contratación por buenas empresas. Tener un familiar o amigo con bajo puntaje social afecta al propio. Denunciar a quien gasta dinero en frivolidades le otorga carga gratis de crédito en su teléfono. A personas con bajo puntaje social se les impide viajar en vuelos de cabotaje, sólo pueden en clase económica en trenes. Comprar muchos videojuegos sugiere ociosidad y baja el puntaje social. Se publicita la información de las personas morosas en pantallas LED de centros comerciales o paradas de autobuses. Aquí, la ausencia de una consideración axiológica sobre derechos humanos fundamentales generó críticas globales por la pérdida de dignidad, libertad, privacidad y autonomía personal.

Por otro lado, consecuencias similares han devenido de la axiología sin racionalidad conllevando frecuentemente fundamentalismos. Por ejemplo, la imposición de valores culturales o religiosos despojados de toda racionalidad, tal como el wokismo, reduciendo la complejidad de las identidades individuales a una serie de categorías identitarias binarias predefinidas tales como negro/blanco, mujer/hombre o LGBTQ+/heterosexual, donde se es oprimido u opresor por lo que se es y no por lo que se hace, promoviendo la intolerancia y la cancelación consolidando un control cultural autoritario. Análogamente, en estados como Irán, Afganistán, Pakistán, Irak, Yemen, Arabia Saudita o Sudán, las falta de derechos para las mujeres como la prohibición del acceso a la educación o su necesaria tutela masculina necesitando permiso para poder realizar ciertas actividades o tomar decisiones, refleja una visión axiológica que, al ignorar argumentos racionales sobre igualdad y progreso, profundiza estructuras de desigualdad y viola flagrantemente derechos humanos fundamentales.

Conclusión, la interacción entre racionalidad y axiología tiene el potencial de resolver o exacerbar conflictos profundos, dependiendo de cómo se gestione. La clave radica en integrar ambos enfoques de manera que se reconozca la importancia de los valores sin abandonar el razonamiento. La experiencia histórica y los marcos teóricos contemporáneos ofrecen herramientas valiosas para lograr esta síntesis, promoviendo una sociedad más justa y cohesionada.