Un giro de 180° que dejó a la Argentina al lado de Cuba y Lula

“No puede haber paz si se premia la agresión y el autoritarismo”

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Javier Milei y Volodimir Zelensky
Javier Milei y Volodimir Zelensky (foto de archivo)

Hace tres años, Vladimir Putin lanzó una invasión inaceptable contra Ucrania, convencido de que tomaría el control de todo el territorio en pocos días para cumplir su objetivo de integrar ese país a la gran Rusia. Sin embargo, se encontró con un heroico pueblo en armas y un líder inesperado y carismático, Volodimir Zelensky, quien se convirtió en símbolo inequívoco de una feroz resistencia. A pesar del desgaste que significan tres años de guerra, esta resistencia sigue en pie.

Más allá de la tragedia humanitaria conocida por todos, es importante señalar que esta invasión expuso por segunda vez -la primera fue la anexión de Crimea de 2014- la grave violación al Memorándum de Budapest de 1994, por el cual Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido dieron garantías de seguridad y de protección de la integridad territorial a Ucrania a cambio de que ésta renunciara a su arsenal nuclear. Ucrania así lo hizo, entregó sus armas nucleares, herencia de la Unión Soviética, y confió en un compromiso internacional que Rusia quebró sin consecuencias proporcionales, más allá de algunas sanciones, dejando un peligroso precedente para la seguridad global.

En este peligroso contexto, la ayuda de Estados Unidos, Europa y otros a Ucrania debe ser vista no como un acto de simple solidaridad o desde la retórica democrática, sino una inversión en su propia defensa y seguridad. Es que si Rusia impone sus ambiciones, y se lesiona el equilibrio estratégico, cualquier frontera quedará en claro riesgo.

Donald Trump y Vladimir Putin
Donald Trump y Vladimir Putin en el G20 de Osaka, Japan, en 2019 (REUTERS)

Hoy, la irrupción de Donald Trump en la escena internacional, con sus acciones desmesuradas, está alterando este equilibrio esencial en varios frentes. Con una estrategia brutal, pretende negociar con Putin a espaldas de Ucrania, llama a Zelensky dictador y exige el reembolso con creces de la ayuda militar, como si la defensa de la democracia fuera un simple negocio. Su visión errática no solo traiciona a un aliado clave, sino que debilita la posición de Estados Unidos como pilar de las sociedades libres y democráticas, a la vez que fortalece y envalentona a los regímenes autoritarios.

En este contexto, el voto de Estados Unidos en la Asamblea General de la ONU en contra de la resolución condenatoria a la invasión a Ucrania, e instando al retiro inmediato de las tropas rusas de su territorio, un voto en el mismo sentido de Rusia y de las dictaduras de Corea del Norte y Nicaragua, enciende todas las alarmas.

Igualmente preocupante, por lo sus implicancias, fue la abstención del gobierno argentino, votando junto con la dictadura cubana, el tan criticado Brasil de Lula, China, Irán y otros. Este posicionamiento hace trizas la tradición diplomática de nuestro país, con el agregado que el gobierno de Milei había explicitado reiteradamente su apoyo incondicional a Ucrania. No olvidemos que Zelensky fue uno de los pocos asistentes “estrella” a la asunción presidencial.

Se trata de un giro de 180 grados en política exterior que solo se explica por el desmedido afán presidencial de congraciarse con Trump. Una relación sospechosamente carente de reciprocidad, como lo demuestra la aplicación a rajatabla, y sin excepciones, de la suba de aranceles al acero y al aluminio argentinos, y el poco entusiasmo manifestado por Trump hacia la propuesta de Milei sobre un tratado bilateral de libre comercio.

Argentina ya vivió en el pasado épocas de relaciones carnales y alineamiento automático con Estados Unidos solo para perder el respeto internacional. ¿Caeremos ahora en lo mismo? Si la experiencia sirve de algo, deberíamos reflexionar que el camino de la grandeza del país es otro: el de la apertura del mundo, la búsqueda de múltiples oportunidades, la dignidad y honestidad de los dirigentes como principio rector y la soberanía en las decisiones, con un único norte: los intereses nacionales.

En cuanto a la guerra de Ucrania, y su marco estratégico actual, la conclusión es clara. No puede haber una solución sin atender los intereses de Ucrania. No puede haber estabilidad si Occidente duda en defender sus principios. Y no puede haber paz si se premia la agresión y el autoritarismo, en lugar de castigarlos.

* Analista de política internacional y nacional, presidente de Iniciativa Republicana.