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Los humildes suelen tropezar frente a los obstáculos, los soberbios, en cambio, se lastiman al caer de su ego. Nuestra sociedad eligió un gobierno que le permitiera huir del kirchnerismo. Los males del pasado eran conocidos, cualquier futuro podía prometer cierta bonanza aunque las peculiares características de personalidad de Milei eran tan conocidas que muchos optaron –incluso a disgusto- por Massa.
Es de lamentar que la limitación mental de los derrotados, su autoritarismo y sus miedos se reiteren en la actualidad. Los presidentes inseguros necesitan rodearse de aduladores mientras las crisis de la sociedad exigen convocar a los mejores. Los bien formados suelen ser dueños de sus propias ideas, y para conducirlos se requiere de humildad y grandeza. Hace tiempo que esas virtudes no asoman en nuestra dirigencia. La política es un arte que necesita talento y oficio y que sólo para los expertos deja al desnudo sus virtudes con su mera aparición.
La de Milei fue una aventura de aficionados y lo más absurdo es que nosotros, que vivimos extraviados en nuestros conflictos, engendramos -con el desmedido apoyo de los medios, en su versión “paneles de opinión más stand up” primero, y con reportajes cada vez más tendenciosos, luego- a un oscuro personaje que intentaba convertirse en un nuevo fenómeno universal. Grotesco, no resistió ni el tiempo necesario para probar su solvencia electoral. Muchos insisten en sus logros económicos, tan beneficiosos para los mercados como dañinos para la sociedad. Las bajas del consumo, en especial de alimentos, desnudan la única economía que importa. La posibilidad de un rebote está tan gastada como el despiadado y manido cuento de la concentración económica y la profecía del derrame.
Un gobierno fuerte, o que al menos así se auto percibía y como tal se vendía, dejó de serlo en un instante y de pronto, incapaz de enfrentar una conferencia de prensa, el presidente recurre a una entrevista privada que solo sirve para exacerbar las limitaciones que lo agobian. Como es sabido, las conferencias de prensa conllevan riesgos. Basta recordar la que ofreció Videla , en plena dictadura, cuando un periodista valiente y fiel a sus convicciones humanistas y cristianas, lo obligó con una pregunta inédita y crucial a dar explicaciones sobre los desaparecidos. Me refiero, por supuesto a José Ignacio López, quien con la vuelta de la democracia fue vocero de prensa de Raúl Alfonsín. El mejor de los últimos cuarenta años.
El personaje del líder universal de Occidente y sus principios se esfumó para siempre y el real sobrevive únicamente como antídoto para sacarnos de encima la decadencia del kirchnerismo. La gravedad del error tuvo una dimensión tan desmesurada que fueron sus aliados de derecha y los conservadores los primeros en descargar sobre él las más feroces críticas a las que Milei se hizo merecedor.
Cuando en la fortaleza se despreció y se insultó a aliados y a adversarios, en la debilidad resulta difícil, si no imposible, cambiar de actitud y aceptar los dolores de la nueva coyuntura. El oportunismo, que tanto impera bajo la necia consigna según la cual hay que apoyar al gobierno, entró en crisis. En política, apoyar es aportar ideas, enriquecer con matices propios. Sólo la decadencia nos permitió confundir apoyo con obsecuencia. De todos modos, quedan unos cuantos que no pueden contenerse –vaya uno a conocer los motivos de tal imposibilidad- y persisten en la dócil sumisión que induce a defender lo indefendible. Así, fue penoso ver a Santilli y a Ritondo salir desesperados a expresar sus ciegas lealtades a Milei a la espera de ser premiados con la candidatura a gobernador. Luego, Mauricio Macri marcó sus diferencias, pero no sus legisladores, y la oposición comenzó a demostrar cierta capacidad y oficio en un momento que requiere la mayor de las firmezas. Desgraciadamente, hubo altibajos y contra machas incomprensibles. Quizá convenga preguntarse de qué oposición estamos hablando.
Del ridículo no se vuelve. Lo que sigue de ahora en más puede enriquecer a los encuestadores, aunque, desde ya, exige el surgimiento de una opción política de coalición amplia y moderada – sería lo ideal- que nos saque de esta limitación mental a la que denominamos “grieta”. Políticos se necesitan; economistas, abstenerse.
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