Del oficialismo a CFK, la batalla por el discurso sube de tono y baja de nivel

Desde el Gobierno, los mensajes son duros tanto en el plano interno como para descalificar cualquier mirada crítica. Predomina la idea de que eso fortalece la imagen presidencial. Es un ejercicio al menos inquietante. Y que no es novedad para la ex presidente

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Javier Milei, satisfecho con la
Javier Milei, satisfecho con la baja dela inflación. Aprovechó para apuntar a "econochantes" y "mandriles"

El Gobierno celebró esta semana, naturalmente, el número de la inflación de enero, que anotó 2,2%. También destacó otras cifras que acompañan al IPC, en primer lugar el registro por debajo de un punto porcentual en el caso de la canasta que marca la línea de pobreza. Al margen de lecturas sobre el panorama más amplio, se trata del dato económico/político de mayor impacto en lo que va de la gestión de Javier Milei. El oficialismo lo festejó con sentido casi excluyente y el Presidente fue más lejos: buscó enemigos para descalificarlos, cuando ni siquiera estaba insinuado un clima de choque.

Dijo Milei, después de un par de consideraciones sobre otros renglones del informe del INDEC: “Somos el mejor gobierno de la Historia, mal que les pese a los econochantas y al conjunto de mandriles que quiere que a la Argentina le vaya mal”. En pocas palabras, mucho más que una cuestión de estilo: expone una línea conceptual -lejos de ser exclusiva, repetida- y un modo de entender la política. La réplica, que refuerza el modo discursivo, suele partir precisamente de Cristina Fernández de Kirchner.

Hay ecos. Es una construcción que muestra al menos tres trazos potentes e inquietantes. El primero: el planteo cerrado y absoluto, es decir, sin espacio para la discusión. El segundo: la utilización repetida de giros o palabras ofensivas, como mandriles, en la línea de gorilas o monos, según la vereda desde donde sea disparada la descalificación. Y el tercero, quizá más peligroso: la repetición de que cualquier expresión crítica es, básicamente, antiargentina.

A ese armado discursivo se estarían agregando consideraciones sobre la “efectividad” de lo que algún consultor, con amargura, describe como un giro que produciría “credibilidad” por el simple ejercicio de la confrontación sin límites en las declaraciones o discusiones públicas. Eso sería valorado como signo de sinceridad, más allá de que esté basado incluso en insultos. El revoleo de calificativos como “zurdos” o “nazis”, otra vez según la vereda, iría en la misma dirección.

Por supuesto y visto así, dominan entonces los resultados, los éxitos, sin medir consecuencias no sólo de fondo, sino además coyunturales, como la fatiga en franjas de la sociedad. Se agrega la amplificación que expresan las operaciones directas, especialmente en las redes o en medios. Algunos de esas prácticas son expresión del discurso o narrativa en la superficie. Un caso reciente: la ofensiva sobre economistas que integran un reconocido centro de estudios, el CEDES, que generó a la vez rechazo entre colegas de muy diferentes posiciones en la cátedra y en la función pública.

Las diferentes miradas sobre el precio del dólar se ubican en los primeros renglones de los temas que irritan a Olivos. Ese reflejo y los casos de tensión interna o de despido de funcionarios alimentan las últimas escaladas en el discurso del oficialismo. Sobresalen gestos que pueden resumirse en las señales de verticalismo, para disciplinar internamente, y los gestos de intolerancia frente a los cuestionamientos externos. Los últimos ejemplos, en ese orden, son Ramiro Marra, Mariano de los Heros y Domingo Cavallo.

El caso de Marra, que casi desde la llegada de LLA al poder estuvo en la mira de Karina Milei, fue rodeado de descalificaciones por vía de trascendidos -“traición”, se repitió- para justificar la expulsión como decisión partidaria. La misma palabra y por la misma vía es utilizada en el quiebre de la relación con Victoria Villarruel.

Cristina Kirchner, con mensajes para
Cristina Kirchner, con mensajes para reponerse como contracara del oficialismo

Milei, en rigor, apeló a un verbo, “ejecutar”, para expresar finalmente el sentido de la decisión tomada con Marra. También uso un giro fuerte –”voló por los aires”- para describir el despido del funcionario que estuvo al frente de la ANSES hasta que habló, sin muchas precisiones, de una reforma previsional.

Por supuesto, aunque se trata de decisiones y calificativos apuntadas al interior del oficialismo, tienen un impacto que trasciende esos límites, entre otras razones porque se dan en un marco más amplio. Y un trazo fuerte de ese cuadro fue la dureza empleada contra Cavallo -pasó de elogiado a la categoría de “impresentable”-, acompañada por el castigo a la hija del ex ministro, Sonia, que fue desplazada del cargo que tenía ante la OEA.

Estos episodios, por supuesto, gatillaron mensajes de tono chicanero por parte de CFK. Aprovechó para calificar a Milei como “autoritario” y de actuar como “un político de la casta”, a la vez que utilizó el giro “econochanta” para renovar ironías sobre Luis Caputo. Es llamativo que también desde el círculo más estrecho de la ex presidente se haga circular la acusación de “traición”, pero para referirse a Axel Kicillof y, especialmente, a quienes cruzaron las líneas para sumarse al proyecto presidencial del gobernador.

Un repaso de tuits muestra que CFK viene encabezando los mensajes dirigidos al Gobierno con un “Che, Milei”, algo que pretende ser urticante. Apuesta a reponerse como contraparte del Presidente. Varias veces logró respuestas, aunque su pérdida de protagonismo tendría relación directa con sus problemas como jefa partidaria, antes que con la batalla discursiva.

Es llamativo porque, en paralelo, la ex presidente o su círculo parece estar atada también a la idea de que ese tipo de confrontación pública, cargada de términos más que ásperos y chicanas, generaría ganancia al transmitir llanura. CFK siempre utilizó un tono provocador y descalificante en su discurso -tuits, documentos, exposiciones-, pero siempre acompañado por pretensiones como “cuadro” político. Lo fue dejando de lado y no se trataría de una cuestión de economía de palabras.

Los últimos ejemplos de ese tipo de doble construcción discursiva se produjeron en septiembre y octubre últimos, como parte de los movimientos públicos para ir por la presidencia del PJ. El más extenso de aquellos documentos, bajo el título “Es la economía bimonetaria, estúpido”, apuntó contra la gestión de Milei -seis carillas, que incluyeron citas y cuadros económicos- y dejó dos últimos subtítulos para el peronismo: dijo que se había torcido y desordenado, en la antesala de su movida interna.

Como se ve, la idea de ordenar, con sentido de alineamiento disciplinado, no registra marca exclusiva. Es parte de un cuadro que expone más bien tonos que escalan frente a un nivel a la baja. Y que además, inquieta.

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