Asistimos hoy a un colorido desfile de gente que se autopercibe revolucionaria. Al progresismo le gusta sentir que vive en dictadura, pero la verdad es que el mayor riesgo al que los expuso hoy su militancia fue el calor.
“Volvemos a tener miedo”: fue un repetido comentario del público -casi una consigna-. Los argentinos llevamos años viviendo -en democracia- con miedo a salir a la calle por el flagelo de una violencia delictiva a la que ningún gobierno ha podido poner coto. Pero hasta el miedo cae en la grieta, y los mismos que negaron por años la inseguridad, hoy lo invocan.
Secretamente, los referentes de estos sectores habrán celebrado los excesos del discurso presidencial en Davos que los confirma en su percepción deformada de la realidad y les da aire para una convocatoria de otro modo improbable.
Titular como “antifascista” y “antirracista” a la marcha de hoy es un absurdo en sí mismo. Muchas generaciones ya no tienen -afortunadamente- ni idea de lo que es una dictadura por eso pueden ponerle la etiqueta a cualquier cosa que no les guste. Pero en esta marcha y en particular entre los convocantes había veteranos a los que solo se puede atribuir mala fe.
Por otra parte, ¿no es fascismo adoctrinar a niños con ideología de género? Imponerles desde la más tierna infancia una doctrina sin asidero científico alguno parece no ser autoritario ni dictatorial ni fascista para los manifestantes de hoy. Tampoco lo fueron los escraches en años anteriores o la imposición de una neolengua pretendidamente inclusiva.
Hoy desfiló gente que te quiere decir cómo pensar, que te cancela si no te formás en su fila, que te insulta si decís verdades.
La marcha no fue “en defensa de la diversidad” sino de privilegios, cupos y cargos creados en su nombre. El principio de Shirky -por su autor, Clay Shirky- sostiene que las instituciones tratarán de preservar el problema que están destinadas a resolver.
Esto se aplica claramente a la política identitaria de estos años. Lo que se llama “ampliación de derechos” tuvo como resultado la creación de toda clase de entidades, organismos gubernamentales y para-gubernamentales, destinados a preservar o a inventar problemas en lugar de resolverlos. Sus beneficiarios no fueron los sectores en cuyo nombre se creó, sino una amplia burocracia, hoy parcialmente desocupada.
Detrás de cada “derecho” hubo una larga lista de puestos superfluos, dedicados a perpetuar el mal que se suponía debían combatir, como dice Shirky. O a inventarlo, Como el feminismo imaginando un patriarcado que dejó de existir hace casi un siglo, o con la ficción de la brecha salarial de género. Que le pregunten si no a la CGT Arco Iris en qué rubro profesional se paga 30% menos a las mujeres. Si no lo saben ellos…
El racismo en cambio es un ítem que les quedó pendiente en la política de deconstrucción de los últimos años. Un “colectivo” que no alcanzaron a poner en marcha. Estaban trabajando para instalarlo, porque el identitarismo es así: no ve argentinos, ve argentinos blancos, argentinos negros, argentinos marrones. Por eso otra frase repetida en la marcha fue “soy marrón” o “soy marrona”...
El nuestro es un país que siempre se enorgulleció de su condición mestiza, de ser una mezcla de razas, de ser fruto de una superposición de capas inmigrantes, que se mezclaron, sin gueto, sin apartheid. Pero resulta que ahora rascamos el fondo de la olla para encontrar racismo y ponernos a tono con la locura de los estudios decoloniales. Y con su financiamiento, porque las modas penetran mejor cuando vienen lubricadas con dólares o euros.
Desfilaron o convocaron todos los miembros del consorcio DDHH-Feminismo-LGBT y etc. “Las Madres nos sentimos zurdas, travestis, putas, homosexuales, diversas y pobres” fue uno de los mensajes de convocatoria. Lo que lleva a pensar que las ong de DDHH que enarbolan estas banderas están muy seguras de que la generación que luchó en los 70, y en cuyo nombre pretenden hablar, lo hizo por la diversidad sexual, el aborto y el lenguaje inclusivo (“Hijes”, “Nietes”...).
Fue lógica la presencia de la izquierda minoritaria -que no se autopercibe ultra, aunque lo es-, que hace tiempo sustituyó la causa “de los trabajadores” por la de las minorías sexuales. Es un fenómeno mundial. Militan el control poblacional vaya uno a saber en nombre de qué intereses.
Estaban las mismas caras de siempre, Nicolás del Caño, Myriam Bergman, Christian Castillo…
Llamativa es la adhesión de la CGT, o de una parte de ella -11 gremios presentes en la reunión donde se decidió apoyar la marcha-. En ese encuentro en la calle Azopardo estuvieron presentes referentes de ong de DDHH para hablar sobre “la situación de los trabajadores y el funcionamiento de los Espacios de Memoria”, que sufrieron recortes del gobierno de Milei.
Es decir que la CGT, que no se movilizó por la situación de los jubilados, principales víctimas del ajuste, se sensibiliza porque en los sitios de Memoria (sesgada) no habrá más militantes a sueldo para garantizar la bajada de línea. Para difundir una lectura del pasado que se supone no debería ser la de la CGT. Si esa es la única desocupación que preocupa, algo anda mal.
Como dijo uno de los manifestantes entrevistado por la televisión, un señor mayor, “ahora que fue por los gays vinimos todos, pero cuando marchamos los jubilados, estamos solos, no viene nadie”.
El sindicalismo sustituye la lucha por sus representados para sumarse a una agenda ajena a sus afiliados y a su doctrina. Una organización, concebida para unir, adhiere a una política de fragmentación de la sociedad en infinitos grupos que reclaman “derechos” basados en la subjetividad de cada uno.
Se sintió la ausencia de Alberto Fernández y de Vilma Ibarra, paladines de todas las causas feministas, antivida y no binaries.
Pero no sorprendió la presencia de Axel Kicillof, entusiasta adherente de la ideología de género, sobre todo en la escuela, inculcada a niños desde los 4 años.
Tampoco La Cámpora, con Mayra Mendoza, Wado de Pedro, Mariano Recalde y Máximo Kirchner al frente de la columna de esta agrupación de militantes ya no tan juveniles que se pretenden herederos de los 70 y quizás por eso han adoptado todos los ítems importados de la agenda woke.
También se habían sumado a la convocatoria Elisa Carrió con su Coalición Cívica y Martín Lousteau desde una corriente del radicalismo. Sergio Massa y Malena Galmarini enviaron una columna.
Las marchas se replicaron en el exterior, porque toda “dictadura” tiene sus “exiliados” y siempre es más glamuroso el estatus de perseguido que el de turista o inmigrante.
Para los convocantes a la marcha hay amalgamas buenas y amalgamas malas.
No se puede correlacionar homosexualidad con pedofilia, estamos de acuerdo. Ahora bien, ¿sí se puede decir que todos los varones hétero son violadores en potencia? ¿Que el mayor riesgo de vida para la mujer es casarse? (Con un hombre, claro).
Los (y las) que hicieron esas amalgamas, esas acusaciones colectivas, que etiquetaron, escracharon y denunciaron falsamente, lo hicieron con impunidad. No hubo marchas, ni repudios, ni siquiera comunicados. Al contrario, hubo aplausos, premios y ventajas.
Se pudo decir impunemente que los hombres matan mujeres por ser mujeres.
Hoy desfiló la gente que celebró todo eso. La que celebra que cada año nazcan menos argentinos. Gente con poco amor a su país y a su legado cultural, dispuesta siempre a describir a la Argentina, que fue pionera en participación política femenina -gracias a Carlos Menem-, como un infierno sexista.
Otro argumento reiterado por los manifestantes fue el de “los derechos conquistados con la lucha”, cuando el grueso de las transformaciones que habilitaron el protagonismo de las mujeres son resultado de la cooperación entre hombres y mujeres, no resultado de una guerra de sexos. Salvo que llamen lucha a la adhesión a una agenda impuesta desde afuera.
Otro tópico en el guion de la marcha fue relacionar cualquier hecho de violencia con “el discurso de odio” oficial. ¿Qué decir entonces de los muchos femicidios y travesticidios que tuvieron lugar en años anteriores, cuando al parecer no había discurso de odio? Una vez más, cada uno rescata los muertos que cree poder usar políticamente.
Las generaciones más jóvenes crecieron con el relato de que la dictadura terminó en 2003, las mujeres argentinas estaban excluidas del sistema hasta el NiUnaMenos y los homosexuales eran perseguidos, encarcelados y asesinados hasta ayer nomás.
Hay que empezar a poner las cosas en su lugar.
No hay peligro alguno para homosexuales y lesbianas en un país donde nunca se persiguió la homosexualidad. Como bien explicó Juan José Sebreli en diálogo con Blas Matamoro [“Entre Buenos Aires y Madrid”, Sudamericana 2022], la represión sexual -en los años 30,40, 50…- iba dirigida a todos. Dijo Sebreli: “No se trataba de la persecución a los gays, se trataba también de la persecución a los amores ilegítimos, las mujeres estaban obligadas a llegar vírgenes al matrimonio (...) dentro de esa sexofobia, la homosexualidad la pasaba peor, por supuesto”. Pero no estaba condenada en el Código Penal: otro dato que subraya el fallecido intelectual. Se aplicaba un edicto policial bajo el título de “escándalo público”, el mismo que se usaba para reprimir la prostitución, pero no era delito tipificado en el código. Como homosexual, agregó Sebreli, “se vivía peor en Londres que en Buenos Aires”. En Inglaterra la homosexualidad fue delito hasta bien entrado el siglo XX.
Las palabras woke y wokismo estuvieron en boca de todos en estos días, pero la confusión fue mayúscula. En Argentina no se conocía el término ni se lo usaba de modo masivo, lo que no quiere decir que no existiera el fenómeno: por el contrario, éste ha invadido mucho de nuestra superestructura y ha inspirado demasiadas leyes.
Pero la mayoría asimiló el wokismo al progresismo. No son sinónimos, aunque lo woke se solapa con esa corriente en sus versiones más extremas, sobre todo con esa izquierda que ha renunciado a representar a los que están más abajo en la escala social para preferir la defensa de los intereses de minorías o colectivos raciales, de género y otros.
El wokismo, del inglés woke (despierto), alude a una actitud vigilante ante el racismo y cualquier otro factor -real o imaginario- de inequidad. Pero, a diferencia del humanismo que ha inspirado la conquista de libertades y derechos considerando a todos los seres humanos iguales por compartir una misma esencia y por ende el rechazo de toda categorización basada en el género, la orientación sexual, el color de la piel, etc, el wokismo hace de esa categorización una virtud y en función de la misma postula una jerarquía de identidades y una gradación que va de los victimarios absolutos a las víctimas idem. En la punta de la pirámide se encuentran obviamente los varones blancos heterosexuales, culpables de todo.
De esta categorización se derivaron injusticias y nuevas discriminaciones, todo ello en un clima de enemistad social promovido desde el mismo Estado.
Todos esos excesos trajeron la reacción que llevó a Javier Mieli a la presidencia. Lo que con horror llaman “ultraderecha” ganó terreno gracias a todos los abusos, arbitrariedades y delirios de la “ultraizquierda” que marchó hoy.
Todas las políticas deconstructivas de que las que nuestro país fue laboratorio de ensayo en los últimos años -vaciamiento educativo, antinatalismo, abolicionismo psiquiátrico, propagandización del transgenerismo, ideología de género o doctrina queer, apartheid sexual, etc.- todo, absolutamente todo, está promovido por ong locales que o bien son filiales de organizaciones internacionales o bien están todas financiadas por las mismas fundaciones extranjeras. O gobiernos.
El que quiera creer en la filantropía de esa gente, como finge creer la ex presidente Cristina Kirchner elogiando a George Soros, que crea. Pero todos sabemos que persiguen un interés.
El gobierno sembró vientos, innecesariamente, y cosechó tempestades.
Pero la democracia no está en peligro, porque tampoco le debemos su consolidación a los que hoy protestan… La democracia ha sido una conquista de todos los argentinos, no de una facción. En esto, no debe haber grietas.