Ámsterdam, enero de 2025, hace frío y llovizna constantemente. Mi periplo me dispone frente a una puerta de color verde en un edificio con frente de ladrillos de molde de apenas tres pisos y nueve ventanas. Es una construcción dura, un testimonio triste pero realista. Es la fábrica que perteneciera a Otto Frank, en la que construyó el escondite en el anexo del edificio de la calle Prinsengracht 263. Allí se mudaron los Frank el 6 de junio de 1942, permaneciendo ocultos más de dos años, junto a la familia Van Pels y un odontólogo, el Dr. Pfeffer. Durante ese tiempo, seis empleados de la compañía Opekta los asistieron y proveyeron de alimentos.
Finalmente, el 4 de agosto de 1944, la Gestapo asaltó el escondite, llevándose a sus ocupantes. Da escalofríos pisar esos mismos adoquines, veredas y calles por las que Ana habrá transitado y caminado tantas veces. En Auschwitz fue asesinada la mamá de Ana y, posteriormente, a finales de 1944, Ana y su hermana Margot fueron transferidas al campo de concentración de Bergen-Belsen, donde murieron de fiebre tifoidea en marzo de 1945.
Lo cierto es que, en abril de 1941, todos los holandeses mayores de 15 años debían tener una tarjeta de identificación personal, con una foto y la huella dactilar impresa de su titular y un número único. En el caso de los judíos, luego se agregaba la letra “J”. A partir del 1 de enero de 1942, todo el mundo debía llevar consigo esta identificación. En marzo de 1943, la resistencia atacó el edificio público que albergaba el “Registro de Identidad” de Ámsterdam. Hoy funciona allí un elegante restaurante. Aquel día hubo cinco explosiones y un gran incendio. Quienes llevaron adelante este atentado fabricaban tarjetas de identidad falsas. El 2 de enero último, la lista con los nombres de unas 425.000 personas sospechosas de colaborar con los nazis durante la ocupación alemana de los Países Bajos se ha publicado por primera vez en internet. De ellos, más de 150.000 recibieron algún tipo de castigo.
En aquellos años, delatar en base al acceso a información privilegiada era apreciado por algunos como un salvoconducto para sobrevivir. Así fue como durante mucho tiempo se pensó que quien había denunciado el escondite de la familia Frank fue Ana van Dijk, una colaboradora de los nazis, luego ejecutada por haber delatado y llevado a la muerte a otros 700 judíos, siéndolo ella también. Pero en 2022 el exagente del FBI Vince Pankoke creyó desenmascarar al hombre que proporcionó a los nazis la dirección de “La Casa de Atrás”: Arnold Van den Bergh, un poderoso y bien relacionado escribano y notario.
Arnold van den Bergh tuvo acceso a la dirección de “los escondidos” por formar parte del Consejo Judío, organización que proporcionaba a los alemanes las listas de personas que debían deportar, creyendo que colaborando podrían atenuar las consecuencias. Se equivocaron; a ellos mismos los deportaron luego en 1943. Pero entonces Arnold van den Bergh ya no estaba en el consejo, había conseguido comprar el mejor salvoconducto: el estatus Calmeyer, otorgado a quienes pudieran demostrar que solo eran medio judíos.
Durante los últimos días de 2024, llegó a mi escritorio la extrema y dramática historia de una persona joven, víctima de acoso y abuso, de amenazas y de instigación al suicidio, una más de tantas duras historias de sufrimiento y dolor que experimentan cotidianamente damnificados en RRSS y el medio digital. Más de cinco años de hostigamiento a través de múltiples plataformas, cercenando libertades, sin posibilidad de trabajar, estudiar, sociabilizar, con el miedo continuo de una intervención física y más de un intento por terminar con su suplicio, su vida.
Salvando la distancia de los hechos históricos, las condiciones de encierro, la conformación de jaulas, celdas, guetos; físicas o virtuales, del uso de instrumentos para identificar a potenciales víctimas, sus costumbres, conductas, el acceso a información clave, privilegiada o de inteligencia y la posibilidad de exponer a otros es una constante a la que nos enfrentamos día a día en la actualidad, tal como lo anticipó Ana hace ochenta años: en quién confiar, ser escépticos y preservar nuestra identidad. Hacer un reconocimiento práctico respecto de que falsear una identidad o suplantarla es cada vez más fácil, para bien o mal.
Durante la Segunda Guerra Mundial, en los Países Bajos fueron asesinados aproximadamente 100.000 judíos holandeses, que representaban el 75% de la población de esa etnia de Holanda, el porcentaje más alto de asesinatos de la comunidad de Europa occidental. Las propiedades de los judíos deportados fueron confiscadas por los alemanes, quienes solamente en 1942 expropiaron y enviaron a Alemania el contenido de casi 10.000 departamentos en Ámsterdam. 25.000 hebreos se escondieron, incluidos al menos 4.500 niños. Cerca de un tercio del total fueron descubiertos, detenidos y deportados.
El 25 de junio de 1947, fecha en que el “Diario de Ana Frank” se publicó por primera vez bajo el título “La casa de atrás”, es aquella Ana, una adolescente de 14 años, que nos propone no aceptar pasivamente el rol de víctima y utilizar la escritura como expresión de libertad, una herramienta para sobrevivir, un acto de salvación, que nos debe interpelar respecto de la elección que tenemos a la mano: no ser violentos y ser protectores.
Ana nos habla y quizás sepa que su palabra, su decir, se perpetuó en el tiempo y colaboró con aquellos que sufren violencia, alentándolos a luchar, aunque sea escribiendo para contar lo incontable o simplemente para pedir ayuda.