La eudaimonía era, para Aristóteles, el florecimiento humano que surge de una vida en comunidad. El hombre, decía el filósofo, no puede ser feliz en aislamiento y necesita de otros para potenciarse. ¿Qué tiene que ver esta idea de hace más de 20 siglos con las ciudades inteligentes? Más de lo que parece.
Desde las primeras civilizaciones, el bienestar humano depende de cómo las comunidades se organizan y conviven en armonía con su entorno. A pesar de muchísimos avances, evidentemente el desafío está vigente: por ejemplo, la ONU desarrolló un Objetivo de Desarrollo Sostenible específico para impulsar “ciudades y comunidades sostenibles” ante los inmensos problemas de las megaurbes. Por eso, de cara al futuro, las ciudades inteligentes no sólo se proyectan a partir de la tecnología, sino que se posicionan como modelos urbanos que fusionan también naturaleza, sustentabilidad y cercanía para crear ecosistemas que nos ayudan a reconectar con aquello que decía Aristóteles: la importancia de una vida en armonía.
El tiempo es, en estos términos, fundamental. Según la Oficina del Censo de EE.UU., el trayecto promedio para ir al trabajo es de 27,6 minutos, y casi el 10% de las personas pasa más de una hora viajando cada día. Este desgaste diario afecta la salud mental, aumentando el estrés y reduciendo la productividad. El informe “Trends in commuting time of European workers”, realizado por la Universidad de Zaragoza, concluyó que quienes viajan más tiempo tienen mayor nivel de estrés, problemas de salud mental y menor rendimiento laboral.
Por eso las ciudades inteligentes, además de pensar en cómo aprovechar la tecnología para el mejor funcionamiento de los servicios, trabajan sobre el modelo urbano. Una ciudad diseñada para que todo esté a tan solo unos minutos a pie o en bicicleta -en donde convergen lo comercial, lo residencial, espacios de ocio y las oficinas- favorece la interacción social y beneficia la salud mental de las personas.
Al ahorrarse el estrés del traslado, los habitantes pueden aprovechar ese tiempo para otras cosas como desarrollarse, trabajar en sus proyectos o simplemente pasar tiempo con familia y amigos para relajarse o también para hacer deporte. Las distancias cortas, además, promueven la movilidad a pie o en bicicleta, y así colaboran en la reducción de la emisión de gases, impactando también en la salud y en el ambiente.
Según un estudio de Jenny Roe y Peter Aspinall, las personas que caminan 8,6 minutos al día tienen un 33% de probabilidad de mejorar su salud mental. Además, estas ciudades son más inclusivas. Por ejemplo, son 100% accesibles para personas que no tienen automóvil o que no pueden conducir. Esto incluye a las personas mayores, las personas con discapacidades y a los niños.
Hay algo adicional y mucho más profundo: hacerle frente a la ansiedad. Posicionada como una de las problemáticas más influyentes en las generaciones jóvenes, la sensación de falta de tiempo juega un papel preponderante en esta escalada. Para el psiquiatra y neurólogo Enrique De Rosa Alabaster, que escribió más de 250 artículos especializados, una variable clave en las diversas formas de ansiedad es el “tiempo interno”. A este concepto lo relaciona con la interpretación del tiempo secuencial, en el que los individuos fijan objetivos, los anticipan y al final sienten que no tendrán tiempo suficiente para cumplirlos, viéndose atrapados por la presión de las tareas o las metas incumplidas.
El psicólogo social y bestseller Jonathan Haidt recientemente publicó un libro titulado “La Generación Ansiosa”, que desvela las causas del colapso psicológico de la Generación Z. Independientemente de los argumentos médicos, los nuevos modelos sociales que primen distancias más cortas en pos de tener lapsos diarios de calidad pueden ser un aporte valioso para mitigar este flagelo.
Las ciudades del futuro se diseñan de manera sostenible, priorizando la caminabilidad y los espacios verdes para lograr una vida en armonía con el medio ambiente. Desde otra perspectiva pero con gran impacto también, la digitalización y tecnologías como IoT permiten una gestión eficiente de residuos y energía, optimizando el funcionamiento urbano y mejorando la calidad de vida de los habitantes. En este sentido, un caso concreto es el de Seúl que a partir de esta herramienta redujo un 83% los costes de recolección y eliminó el problema del desbordamiento de desechos.
Las ciudades inteligentes representan el porvenir. Son un espacio para vivir y disfrutar, y brindan una oportunidad inigualable para construir un futuro más sostenible. Una visión donde la tecnología y la naturaleza se unen para crear ciudades más humanas, más sostenibles y más prósperas, que recuperan lo esencial del ser humano: la estabilidad emocional, la vida en comunidad y el impacto positivo de un entorno que fomenta el bienestar colectivo.