En los últimos años la humanidad ha experimentado un tsunami tecnológico que está modificando no sólo la forma de producir bienes y servicios, sino también el conjunto de las actividades de nuestra vida cotidiana. La tecnología irrumpe en todos los campos de nuestro quehacer diario, ya sean simples o sofisticados, proponiéndonos nuevas formas de resolver las tareas. Desde comprar y pagar, acceder a bienes culturales, consultar información, programar viajes, estudiar o hacer entrenamiento físico, en todos los ámbitos las nuevas tecnologías nos ofrecen formas innovadoras de hacer las cosas.
Estos cambios van sucediendo silenciosamente, van penetrando sin causar complicaciones, en su gran mayoría son gratuitos o de bajo costo, y tienen un grado de aceptación popular que sorprende. Están ocurriendo sin que nos demos cuenta de su alcance y su irreversibilidad.
Estamos frente a la sedimentación de una nueva vida social motorizada por la tecnología. Este proceso se conoce bajo el concepto de “absorción social de las nuevas tecnologías”, y la inteligencia artificial es solo el último eslabón de esta cadena, que promete seguir renovando nuestras costumbres con una dinámica que muchas veces supera nuestra capacidad de adaptación.
Debemos percibir estos cambios como una nueva oportunidad para repensar nuestra posición en el mundo. Argentina tiene un ecosistema científico-tecnológico-productivo capaz de competir en las primeras ligas de este movimiento. No es presuntuoso ni absurdo pensar que en nuestro país pueden asentarse las organizaciones que lideren la innovación que alimenta esta nueva era tecnológica.
Para ello se alinean algunos factores clave: el “retorno” de la macroeconomía argentina a una normalidad que habíamos abandonado hace décadas, un ambiente creativo libre y con mínimas regulaciones, un poderoso reservorio de talento profesional y una trama de empresas exitosas adaptada a competir en los mercados globales más exigentes. Estas capacidades propias se unen a dos factores externos: una explosión de la demanda global de servicios tecnológicos de alta calidad, y una marcada tendencia geopolítica que mueve las inversiones de occidente hacia países con afinidad cultural y política.
No es utópico pensar que Argentina puede llegar a ser un hub de nivel global en inteligencia artificial. Sin dudas es un objetivo desafiante que obliga a unir las fuerzas del sistema privado con el público, a la innovación científica con la producción, y al sistema educativo con el laboral. Este alineamiento ya ha dado sus primeros pasos con la reciente convocatoria del gobierno a la Semana de la Inteligencia Artificial, seguida por reuniones de trabajo con el sector privado organizadas por la Secretaría de Innovación, Ciencia y Tecnología, y el reciente anuncio del relanzamiento de un plan nacional de energía atómica.
En sintonía con el desarrollo de estos programas, en los últimos meses se ha conocido el lanzamiento de carreras vinculadas a las nuevas tecnologías en muchas universidades nacionales y privadas, y se ha observado el fuerte incremento de inscriptos en estos trayectos formativos. Muchas de estas novedades fueron analizadas en las segundas Jornadas de Inteligencia Artificial en la Universidad Nacional de Córdoba, realizadas el pasado mes de diciembre, con la participación de los principales referentes académicos de todo el país.
Argentina se prepara para dar un salto cualitativo y posicionarse como país exportador de tecnologías de última generación a todo el mundo. Este proyecto es de singular significación para nuestro desarrollo nacional, no solo por su impacto en el empleo, las exportaciones y la productividad de todo el arco productivo, sino por su capacidad para rediseñar la calidad de vida individual y comunitaria de todos los habitantes de nuestra patria.
Estos cambios provienen de dos fuentes principales: la investigación científica y las empresas innovadoras, muchas de las cuales nacen como pequeñas startups con dominio de algún campo específico de conocimiento.
Las implicaciones de este movimiento ocupan la atención de pensadores de todas las disciplinas, alarmados por la inevitabilidad de lo que sucede. No es posible ralentizar este alud, pero al mismo tiempo no somos capaces de entender hacia dónde nos conduce. Suenan las alarmas de filósofos, sociólogos, políticos e intelectuales de todo el mundo que no encuentran la solución a este dilema.
Observando esta situación, que debemos navegar obligatoriamente sin tener opción a “bajarnos del tren en movimiento”, cabe considerar algunas reflexiones positivas, tanto a nivel personal como social, que nos harán más fácil la experiencia.