El segundo cuarto del siglo XXI se inicia con un grado de incertidumbre geopolítica que puede alterar premisas de estabilidad conocidas desde la adopción de la Carta de las Naciones Unidas e incluso trastocar la geometría de las instituciones de gobernanza global. Esta dinámica tiene un correlato en el ámbito oceánico y en el control de las rutas marítimas que son clave en términos de poder naval y crucial para el comercio entre los distintos continentes. Según la Organización Marítima Internacional (OMI) las perturbaciones de las principales rutas comerciales tendrían la capacidad de afectar el 80% del comercio internacional y alrededor del 50% del petróleo que se consume en el mundo.
Las vulnerabilidades de los espacios marítimos y los desajustes en los cuellos de botella geográficos (choke points) de las rutas navegables empleadas por los buques mercantes se están convirtiendo en cuestiones centrales de la agenda internacional y se debate entre crisis militares y climáticas. Es el caso del Ártico que con el calentamiento global se está transformando en una conexión viable con dos pasajes entre el Atlántico y el Pacífico (el primero bordea Canadá, desde Groenlandia hasta Vancouver, y el segundo Rusia, desde el mar Blanco al de Siberia Oriental). Rusia con el respaldo activo de China considera el pasaje norte como aguas interiores rusas y, a medida que avanza el deshielo, se plantea como escenario hipotético de discordia diplomática.
En ese marco de antagonismo geoestratégico, se podría interpretar el alcance de las polémicas referencias de Donald Trump con relación a la anexión de Canadá y Groenlandia a los Estados Unidos. También en lo que hace al Canal de Panamá cuya efectividad como vía navegable se ha visto afectada por problemas de sequía, sostenibilidad y la progresiva influencia de China en zonas francas en ambas márgenes del Canal. La susceptibilidad de Washington es entendible en virtud que por esa vía discurre el 50% de los contenedores estadounidenses y gran parte de la carga militar. La construcción de un puerto en Colón por parte de una empresa vinculada al ejército de China junto con una aceleración de la presencia china con dos vuelos semanales de Air China, son demostrativos del papel adquirido por Panamá en la estrategia de Beijing respecto a América Latina.
La competencia de Estados Unidos con Rusia en el Ártico y con China en el Canal de Panamá dejan en evidencia las limitaciones de conectividad marítima del hemisferio occidental. A las dos rutas de navegación mencionadas previamente, se agregan las tres históricas del Atlántico sur (Cabo de Buena Esperanza, el Estrecho de Magallanes y el Pasaje de Drake). El Foro de la Cadena de Suministros de la UNCTAD (Barbados, mayo 2024) destacó que tanto el Estrecho de Magallanes como el Pasaje de Drake, adquirieren creciente significación estratégica entre el Atlántico y el Pacífico con el cambio climático, riesgos de congestión y en la medida que el tamaño de los buques mercantes reduzca el aprovechamiento del Canal de Panamá. También por la evolución de circunstancias geopolíticas vinculadas a la Antártida.
En una época en transformación, la Argentina debería estar en condiciones logísticas y técnicas para enfrentar los desafíos de eventuales trastornos de las conectividades marítimas del hemisferio occidental. Eso implica, entre otras cuestiones, contar con una presencia naval adecuada para proteger las rutas de navegación del Atlántico Sur, actualizar y ampliar la infraestructura portuaria y desarrollar una diplomacia activa en coordinación con socios hemisféricos para contribuir a garantizar en las Américas la libertad de navegación del comercio global.