El duro camino de los productores frutícolas de Rio Negro

El ajuste económico reduce el consumo interno, generando sobreoferta y caída de precios de la fruta

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Productores advierten que cosechar no
Productores advierten que cosechar no es rentable, cobrando menos de lo que cuesta producir

La producción de peras y manzanas, que fue soporte económico de la provincia de Río Negro, valor cultural de pioneros y generaciones de chacareros, sostén laboral de miles de trabajadores de aquí y de allá y postal simbólica de una región agroproductiva, se ve hoy encerrada en límites de subsistencia que ponen interrogantes graves sobre su continuidad.

Según dicen los propios productores, no tiene sentido de rentabilidad levantar la cosecha pues van a cobrar menos de lo que cuesta hacerlo. Las grandes firmas que exportan, vinculadas al universo financiero, están ganándole a los más chicos de la trazabilidad, que lejos de las finanzas, sostienen su mundo en trabajo, inversión y cierta suerte climática.

Se acaba la historia de la fruticultura que marcó historia, se funden algunas chacras y se quedan sin trabajo cientos o miles de jornaleros que, con los más y los menos, son sostén de familias rionegrinas. ¿Puede pasar esto? ¡Puede pasar esto!
El mercado, hoy palabra sacralizada, indica que los precios pagados por kilo de fruta, apenas unos centavos de dólar, no se indexan ni aparece “la mano invisible” para mejorarlos a lo que fueron hace un año.

Es probable que las rutas de nuestra provincia muestren imágenes que hemos visto en algunas películas del neorrealismo italiano o en la filmografía de algún grande como Fernando Birri, y entonces se verán millones de peras y manzanas tiradas en los caminos, pudriéndose y sirviendo como dulce aperitivo para pájaros. Y esto tiene que tener respuesta desde lo más cercano a lo más lejano.

Hay detalles en este tema que nacen de las políticas nacionales, ya que la variación de precios relativos, el valor cambiario en el dólar, las dificultades en mejorar consumos por parte de las familias argentinas y la fijación de tributos federales, vienen de la mano de un gobierno nacional que, en virtud de un extremo ideologismo que solo ve cifras que ayuden al superávit fiscal, poca visión le queda, desde la política y desde el equilibrio social, para los que producen y se rompen el lomo buscando ese mango que te haga morfar.

Pero también hay carencia en la presencia del gobierno provincial, como asistente institucional e incluso financiero e infraestructural de los hacedores de la fruta.

Al sentido inverso de las responsabilidades. La principal culpa, sí culpa, es del gobierno nacional, pero está lejos, sordo y ensoberbecido con los aplausos extranjeros. Entonces ahí deben tallar los municipios y el gobierno provincial con lo que sea: con recursos, plata, ideas y presencia; con diálogos y con presión a los exportadores, pocos pero fuertes, que pagan mal y encima hace tiempo que no pagan lo adeudado.

Otro detalle, devenido del año que pasó, es que esa caída de consumo, provocada por el ajuste nacional que puso menos valor en los salarios y, por ende, en todo el país se compró menos, y entre esas compras estaba la fruta, que no salió de las verdulerías con la velocidad requerida e hizo que miles de kilos se mantuvieran en el frío, abrigadas y contentas pero impidiendo que haya más lugar en esa ártico artificial (que, aparte, es cada vez más caro por los tremendos aumentos que tuvo el servicio de energía eléctrica) y entonces aparece la sobreoferta que hace que los precios sean menores. Acá sí se cumple cierta lógica del mercado: hay mucho, vale menos.

El productor, paga más en combustible, paga más la conserva en frío, no aparecen créditos potables, los impuestos son los mismos con aumentos, el dólar sigue en la tabla de planchado, el mercado interno sigue en retracción y “éramos pocos y parió la abuela”: las heladas tardías en el Alto Valle agregaron su cuota de malaria para los productores.

Los productores no tienen una posición opositora en general al modelo económico que lleva adelante Javier Milei. Por el contrario, muchos afirman que la baja de inflación tendrá sus efectos positivos para ellos, pero reconocen que temen no tener tiempo en la espera de alguna reactivación que supere este manejo de la macro. Piden acompañamiento estatal en cuanto a disminución del IVA en combustible, acceder a créditos blandos y que se exima del pago del IVA a fertilizantes y agroquímicos.

Pero más allá de la simpatía que puedan tener por este gobierno nacional, lo cierto es que hoy el valor de venta o recupero está por debajo de lo que cuesta producir. Y eso no es macroeconomía, es la cotidianeidad real de un productor que no puede vender porque si lo hace, pierde plata.
Y, no es menor, cierta tendencia a ver al petróleo y el gas y su explotación, como el valor a defender aun a costa de inutilizar tierras productivas. Esta es una posición que el gobierno de Río Negro viene manteniendo en su agenda más importante.

Lo cierto es que al gobierno nacional solo le mueve el amperímetro la macroeconomía y la búsqueda, sin limitaciones éticas ni sociales, del superávit fiscal, y no tiene en carpeta nada, pero nada, que alivie la situación de producciones regionales, no solo de Río Negro, de ningún lado.

Puede ser, solo es una posibilidad, que el propio mercado haga que, en virtud de la disminución en volumen de la cosecha actual, la industria encuentre cierta estabilidad y mejor precio para el año que viene; ya que cuando hay menor cantidad de peras y manzanas, puede aumentar su valor.

Pero bueno, hay que esperar hasta la próxima cosecha, y mientras tanto, el hoy te pide respuestas. Los pequeños productores de Río Negro, y sus familias, intentan, y lo bien que hacen, comer todos los días.

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