
A los que estamos comprometidos con el abordaje científico de lo social, donde nuestras afirmaciones deben estar sostenidas por el cumplimiento riguroso de las exigencias de validez y confiabilidad, nos viene bien recordar las palabras de Aristóteles cuando dijo: “Soy amigo de Platón, pero más aun de la verdad”.
¿Y qué significa ser amigo de la verdad?
Ser amigo de la verdad, significa, en primer lugar, que como científicos estamos obligados a ejercer el espíritu crítico, comenzando por nosotros mismos. Cuando el espíritu crítico se ejerce sólo sobre las ideas de los demás, pierde sustancia y agota su sentido.
Ser amigo de la verdad significa, por lo tanto, preguntarnos ¿Hasta donde es cierto lo que nosotros pensamos que es cierto? Sin confundir convicción con dogmatismo.
Saber que en el mejor de los casos nuestros conocimientos son apenas hipotéticos, y que sólo la investigación empírica dará sustento, siempre temporario, a nuestras afirmaciones. Como decía el más famosos de los epistemólogos argentino: “La ciencia tiene la mala costumbre de fenecer”.
Ser amigos de la verdad significa además que en la ciencia social, como en las demás ciencias, no existen iluminados, verdades reveladas, ni textos sagrados. Que nuestros descubrimientos no son una línea de llegada, sino un punto de partida para la formulación de nuevas preguntas. Un trabajo que requiere mucha paciencia, mucho esfuerzo y mucho compromiso. Que a veces, sólo a veces, nos derrama alguna alegría, pero también muchas frustraciones.
Ser amigo de la verdad significa saber que la ciencia, a diferencia de las ideologías, es el único conocimiento que se reconoce a si mismo como imperfecto y que siempre se encuentra en estado de interrogación.
Ser amigo de la verdad significa también tener en claro que nuestro compromiso con la sociedad, que lo tenemos y mucho, jamás debe conducirnos a renunciar a la objetividad, a la que estamos obligados, como dice Max Weber, más allá de las circunstancias y los caminos por los que el ejercicio profesional o académico nos conduzca.
Saber, por último, que el conocimiento científico, como la democracia, es una tarea colectiva, que se construye entre todos, en pluralidad, sin excluidos ni marginados.
Se dice que vivimos en la época de la posverdad, que no es otra cosa que subordinar la verdad a nuestros intereses. Olvidarla. Negar su existencia. Real o posible.
Por eso, hoy más que nunca, nuestra tarea se hace mucho más difícil. Mucho más trabajosa. Y si se quiere, mucho más sacrificada.
¿Cómo tener la fortaleza necesaria para cumplir con nuestra obligación de abordar científicamente lo social, cuando ya no interesan los hechos, sino el discurso?
Y esta es la cuestión que hoy nos interroga.
Recordemos siempre uno de los principios que guiaron la vida sacerdotal del Papa Francisco desde sus comienzos, y que el Santo Padre plasmara en la Exhortación Apostólica Evangeli Gaudium: “En la tensión entre la idea y la realidad, la realidad es más importante que la idea”.
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