
Existe una gran diferencia entre el “quién” y el “qué”. Solemos responder a la pregunta “quién sos” con datos y referencias que responden en realidad a “qué sos”. Datos filiatorios, fechas, nivel de educación, redes, país, ciudad, códigos postales, experiencias laborales y números de documentos varios sólo responden “qué” somos. Pero para llegar al “quién”, se exige un trabajo delicado. Debemos correr los velos y los ropajes que cubren quiénes somos, de todo lo “qué” somos.
Vivimos atrapados en esa tensión entre el adentro y el afuera. Entre lo genuino y el disfraz. Lo ideal y lo real. Lo que somos y lo que creemos. Lo que tenemos y lo que queremos. Lo que soñamos y lo que alcanzamos. Entre el cielo y la tierra.
Es importante quiénes somos allí dentro, tanto como todas esas ropas que cubren lo que somos. Porque la ropa habla. La ropa que usamos dice por nosotros.
Nos vestimos según la situación, el contexto, según la persona con quien nos vamos a encontrar, por nuestras aspiraciones, a veces por nuestros temores, por la moda, por cómo nos ven, por cómo nos vemos, por conveniencia, para aparentar o por comodidad. La ropa no somos nosotros. Pero habla por nosotros. Por más que muchas veces no diga realmente quiénes somos detrás del disfraz de ocasión.
Pero la ropa es muy importante. Porque si bien no desnuda totalmente quienes somos, somos nosotros quienes decidimos en definitiva, cómo vestirnos.
La Torá toma varios capítulos en la descripción detallada de la confección de los diferentes ropajes del Sumo Sacerdote que serviría en el Gran Templo de Jerusalén.
Resulta al menos extraño que el Libro Sagrado dedique tanto texto a la confección de vestimentas. No parece a la altura. Pero un par de elementos nos hacen descubrir que no estamos hablando de la ropa que conocemos.
El primero es que según el texto, los encargados de confeccionar esas ropas debían ser “Jojmei Lev”, “Sabios de corazón”. Por lo que el trabajo no era sólo para artistas textiles. El trabajo requería sabiduría emocional. Las ropas de las que nos hablan, son las ropas del alma.
El alma también está revestida de ropajes. Las ropas del alma son las medidas del alma. Esas ropas son la humildad, la paciencia, la gratitud, la empatía, la convicción, el respeto, la simpleza, el silencio, la verdad. Las medidas del alma son sus ropas y hay un sólo artista que las confecciona: cada uno. Nos llaman entonces a tener sabiduría. Sabiduría emocional. Porque incluso para vestir con belleza el espíritu, somos nosotros quienes siempre decidimos qué ponernos.
La sabiduría emocional se alcanza cuando no son las emociones las que deciden por nosotros, sino que somos nosotros quienes gobernamos nuestras emociones antes de cualquier decisión. Nada más peligroso y destinado al fracaso que decidir o discutir desde el enojo, la bronca, la angustia, la tristeza, la desilusión, y peor aún, desde el amor o la sensación de plenitud. La sabiduría emocional es la que hace que seamos nosotros los que vestimos nuestra alma, y no cualquier reacción emocional que nos genera el afuera.
El segundo elemento extraño en el texto, es el que resalta que las ropas sagradas debían inspirar “Kavod ve Tiferet”, “Respeto y Belleza”. Podríamos entender lo del respeto. Pero, ¿qué hace aquí la belleza? La Torá no nos habla de estética, sino de ética. Definamos entonces, qué es la belleza.
En la Kabalá, los místicos judíos se sumergieron en la búsqueda del funcionamiento interno de Dios. El gran místico Itzjak Luria lo describió en el Árbol de las Sefirot. Allí figuran las diferentes emanaciones divinas, que se expresan a la vez en las diversas dimensiones de nuestro ser. Lo que sucede en el plano de los cielos y lo divino es una copia – imagen y semejanza – de lo que sucede dentro de nuestro alma. Dentro del esquema de las Sefirot, “Tiferet” es la dimensión central. El tronco del Árbol. Y si bien “Tiferet” significa “Belleza”, en el mundo de las Sefirot es la expresión del “Equilibrio”.
El Tiferet es el equilibrio de nuestras emanaciones espirituales. Tiferet es el equilibrio entre el amor y la justicia, entre la moderación y la motivación. Entre la sensibilidad y la rigurosidad, entre lo ideal y lo real, entre la tierra y el cielo. Tiferet es el equilibrio que nos regala la sabiduría de corrernos de los extremos, de abandonar las luchas inútiles. La que nos devuelve de la cima de la arrogancia y nos saca del pozo de la baja autoestima. La que nos invita a caminar en la paz del punto medio.
Eso es la Belleza. No la de la estética exterior, sino la del equilibrio interior.
Amigos queridos. Amigos todos.
Cada uno decide que ropa ponerse. Podamos alcanzar la sabiduría emocional para decidir con altura, con qué ropas vestir nuestro alma. Descubrir que el equilibrio es la llave para revelar quienes somos allí adentro. Y disfrutar en plenitud de la belleza continua, que nos regalan cada día.
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