
El dinero como canal de energía del universo contiene la luz y la oscuridad, lo bueno y lo malo que habita en el ser humano. En otras palabras, el milagro del crédito y la crueldad de la inflación.
La discusión de dolarización o bimonetarismo impuesta por el marketing político a los economistas y demás hechiceros se parece al debate sobre la música más adecuada para la cena del Titanic. Afortunadamente los contendientes coinciden en que el mantenimiento del equilibrio fiscal es condición necesaria en ambos casos.
La realidad es que Argentina no tiene moneda y los argentinos hace décadas que han optado por el dólar como moneda de cálculo, de ahorro y de transacción en cualquier operación significativa. El ciudadano argentino no es malvado ni parte de un fondo buitre, solo pretende sobrevivir en un país donde la elite gobernante ha decidido, a partir de los años 40, usar la inflación como política de Estado y matar la moneda.
La inflación es la operación por la cual un Gobierno roba pequeñas cantidades a millones de habitantes con la ilusión de que no se van a dar cuenta. El invento no es nuevo, data de miles de años, cuando príncipes y señores feudales declararon el uso forzoso de sus propias monedas que se acuñaban en metales diversos.
En el año 48 AC Julio Cesar prohibió a los comerciantes acuñar dinero. A poco de experimentar mayores necesidades para la corte, el método del fraude fue ir limando el metal de las mismas. Caracalla, emperador romano, fue el gran estafador: en un solo año limo el valor del Denario en un 50%, en los dos siglos anteriores la devaluación total había sido 20%. El regalo de Caracalla abrió el camino que terminó con una inflación del 1.000% y la implosión del Imperio Romano.
“El pecado de Caracalla”, así llamado, ha tenido diversos seguidores a lo largo de la historia, todos con un destino similar generalmente propio de los infiernos del Dante. La costumbre de que las monedas tengan el canto rayado, que aún llega a nuestros días, se originó para evitar su limado, dado que era impracticable limar la cara o la ceca por que se borraban.
Detrás de la devaluación de la moneda hay un gobierno incompetente o ladrón y a menudo ambos: la tormenta perfecta. Muchos países han sufrido inflación e hiperinflaciones. Desde 1794 se registran unas 60 hiperinflaciones, la mayor en Hungría en 1945 donde los precios se duplicaban más de una vez por día; en el caso alemán, más conocido, el 100% de aumentos tomaba solo cuatro días.
Actualmente el argentino ha recibido del gobierno el regalo de una inflación de tres dígitos. La última vez que nuestra población recibió un presente similar fue de manos del gobierno democrático elegido en 1973. Tomó 17 años volver a la estabilidad, desde 1975 hasta 1991. Ojalá en esta oportunidad dicho lapso sea menor.
La experiencia hizo que esos países evitaran volver a cometer los mismos errores. Contrariamente las elites de nuestro país, beneficiadas de los recursos que se roban a la población, han logrado mantener este fraude por más de medio siglo, totalmente reñido con la Constitución y los principios republicanos.
Bimonetarismo o dolarización serán efímeras máscaras mortuorias, si previamente no se convoca a un verdadero Pacto de la Moncloa. Tal como el original, debe ser firmado por las entidades representantes del triángulo de la creación de riqueza en una sociedad: Estado, sindicatos y empresarios, que en nuestro país ha terminado siendo más parecido al Triángulo de las Bermudas, por donde desapareció el desarrollo la estabilidad y la distribución de la riqueza.
Como en La Moncloa, una cuestión central del acuerdo es mantener el equilibrio fiscal y monetario. Habría otros temas para incorporar, pero siguiendo uno de los apotegmas del General Perón, “lo ideal es enemigo de lo bueno”, alcanza y sobra con que el pacto se restrinja a estos temas. Para evitar malos entendidos, lo único que el pueblo les exige a las elites es el compromiso de dejar de usar el estado para robar.
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