
La asunción de Jorge García Cuerva en la Arquidiócesis de Buenos Aires da inicio a una nueva etapa en la larga y rica historia de la iglesia de la Ciudad de Buenos Aires.
Impregnado del estilo bergogliano, el nuevo arzobispo llega a una ciudad que, aún en circunstancias complejas que comparte con el resto del país, se sigue abriendo camino, integrando culturas y ofreciendo una perspectiva cosmopolita de enormes desafíos.
Alguna vez Jorge Bergoglio afirmó que Buenos Aires necesitaba llorar. Lo dijo en ocasión de la tragedia de Cromañón ante una comunidad conmovida por el dolor de haber perdido a tantos chicos en una fatídica noche del anteúltimo día de 2004. Aquel episodio definió de algún modo la pastoral que vino después hasta que fuera elegido Papa. Y cabría preguntarse si Buenos Aires ha llorado lo suficiente. Si la vorágine de una cotidianeidad que todo lo devora ha permitido reflexionar lo suficiente sobre la realidad que vive la capital de todos los argentinos.
El comienzo de la nueva etapa que encarna García Cuerva es una oportunidad única no sólo para la ciudad de Buenos Aires sino para todo el país. El arribo de un hombre comprometido con el pueblo y caminador de las calles de la periferia es una ocasión especial para una Argentina desunida que ha hecho de la grieta un gran negocio.

El acervo cultural de Buenos Aires es la confluencia de inmigrantes que llegaron y se establecieron en la confianza de la prosperidad de un país que ha quedado muy atrás. Sin embargo, aquella idiosincrasia llega hasta nuestros días y constituye siempre una fuente donde renovar la esperanza.
Los cultores del desencuentro, de la confrontación permanente, de la especulación de corto plazo, del oportunismo y la ventaja, han dejado un país partido a la mitad donde nadie gana y todos pierden. El compromiso de García Cuerva de poner el oído en el corazón del pueblo va en sentido inverso porque es precisamente en lo más profundo de la comunidad donde aflora el deseo de encontrarse y de compartir genuinamente las experiencias de cada día.
García Cuerva es un hombre de Dios, involucrado con los dolores de nuestro pueblo y decidido a acompañar de cerca ese sufrimiento. Un pastor que contempla la religiosidad popular y muestra un compromiso profundo con la educación, el drama de las adicciones y los padecimientos de las poblaciones más vulnerables.
Tiempo de alegrarse y de caminar juntos ante esta nueva oportunidad que nos regala Francisco en la figura de un nuevo arzobispo y de entender que una ciudad y un país se hacen más grandes cuando somos capaces de comprender que la Patria nos hermana y que “nadie se salva solo”.
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