
La crisis económica que se agudizó en los últimos meses, producto -como le digo siempre- de la combinación de mala praxis y mala suerte, delineará el paisaje que enmarcará el proceso electoral de este año.
Comparado con momentos electorales recientes, resulta difícil, por no decir imposible, encontrar un indicador socio económico, que luzca mejor que durante la elección presidencial del 2015, o la del 2019.
Este será el tercer mandato consecutivo en dónde el gobierno saliente entrega un país con menor PBI per cápita que el que recibió y ahora se le agrega, además, una mayor tasa de inflación, y mayor pobreza.
Pensado desde un marco exclusivamente “economicista”, la derrota del oficialismo en la próxima elección presidencial surge inevitable.
Esto es hasta hoy. Y encima las perspectivas lucen aún más negativas.
Sin dólares en el Banco Central y con la necesidad de emitir más pesos para financiar el déficit fiscal y la porción de deuda interna que no se puede renovar, la situación macroeconómica puede empeorar. Tal como lo expresan las expectativas de mercado, que prevén, justamente, dicho empeoramiento.
Es por ello que, más allá de lo que puedan aportar los yuanes chinos o su eventual conversión a dólares, más vinculados con el nivel de actividad que con la estabilidad macroeconómica, resulta fundamental que el Gobierno pueda reconstruir un acuerdo con el FMI.
Y digo reconstruir, porque el actual, en materia de metas y políticas para lograrlas, se encuentra totalmente caído.
Como es sabido, la sequía impidió que se pudieran lograr las metas de acumulación de reservas, dado el exceso de demanda de dólares producto de la mayor emisión de pesos. Y pese a la licuación de algunos gastos, la menor recaudación fiscal también está haciendo imposible alcanzar la meta de déficit fiscal.

El precio del tipo de cambio oficial mantiene un retraso importante en términos reales, y en cuanto a la actualización de los precios de los servicios públicos, energía y transporte, se han quedado a mitad de camino, las de energía y muy lejos de sus costos las correspondientes al transporte público en el AMBA.
Además, otros gastos, en particular los correspondientes a planes sociales, tampoco se han racionalizado. Por el contrario, se duplicaron en número respecto del período prepandemia -existían 560 mil planes en marzo de 2020, y el último número conocido los sitúa en 1 millón 300 mil-
Entiéndase bien, con el desequilibrio monetario surgido por el financiamiento directo e indirecto del déficit fiscal y para cubrir la no renovación de la deuda interna, aún sin sequía, igual hubiera sido realmente difícil cumplir con las metas previstas en el plan. Pero con la sequía, los objetivos del programa se tornaron inalcanzables.
En este punto, lo que está en juego es cuántos dólares está dispuesto a aportar el FMI, más allá de los necesarios para pagarse a sí mismo, y qué políticas, cambiaria y fiscal exige, precisamente, para minimizar la cantidad de dólares extras que tendría que aportar.
Dicho de otra manera. El Gobierno pretende dólares adicionales para no tener que restringir aún más las importaciones, y poder intervenir en el mercado de cambios para moderar la brecha cambiaria y con ello, las expectativas de inflación, sin tener que hacer un salto devaluatorio, ni ajustar más el gasto fiscal.
El Fondo, por su parte, no quiere poner más dólares que los ya comprometidos, pero, dispuesto, eventualmente, a poner algo más, no quiere hacerlo “gratis”, es decir sin que el Gobierno modifique las políticas aplicadas hasta aquí.
Ignoro el estado de esa pulseada y desconozco obviamente el resultado, pero queda claro que el final de esa negociación definirá los próximos meses de la economía y también de la política.
Y es, justamente, la indefinición de esa negociación entre la Argentina y el Fondo la que mantiene a las expectativas para los próximos meses totalmente desancladas.
A principios de la década del 50, Samuel Beckett escribió la que se conoce como la obra maestra del teatro del absurdo, Esperando a Godot, en dónde sus personajes esperan al tal Godot inútilmente.
Hoy, los personajes de la política oficial bien podrían reescribir dicha obra. El título, perogrullesco sería Esperando al Fondo.
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