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Pocas cosas tan relevantes como el desenlace de la vida. Una experiencia incierta, difícil y gravosa. Tememos ya imposible sortear enfermedades, dolor y sufrimientos cuando el reloj biológico indica la inminencia del fin. Y en la sana ambición por alcanzar la plenitud buscamos realizar las movidas decisivas en el juego vital.
Es deber y función de la sociedad moldear una cultura que acoja, como debe hacerlo con todas las instancias de la vida, correspondientemente a cada ser humano velando por sus más sustanciales derechos hasta el último suspiro.
En la Argentina, sin embargo, los pacientes terminales padecen las consecuencias de la desidia y la ineficiencia gubernamentales largamente acumuladas. La conducta de los equipos de salud, aún la más intachable, es insuficiente para asumir los desafíos que implica la atención que estos pacientes requieren, sin los recursos necesarios para ello. Es además, muy bajo el porcentaje de pacientes que reciben cuidados paliativos, el instrumento médico por excelencia en estos casos.
En lugar de diagramar una estrategia sanitaria para la correcta atención de estos pacientes, el pasado 17 de abril, los legisladores Jimena Latorre, Margarita Stolbizer, Sabrina Ajmechet, Laura Rodríguez Machado, Martín Tetaz, Alejandro Finocchiaro, Karina Banfi y Carla Carrizo, entre otros, presentaron casi a hurtadillas un quinto proyecto de legalización de la eutanasia con el título: “Buena muerte”.
En ese modelo asistencial, el paciente sufre la osadía de un progresismo cuya prestación es una lápida. Bondades de una cosmovisión que asume prerrogativas providenciales. Este ecologismo anti-persona pretende fijar un sistema de selección artificial, donde los ciudadanos “inviables” e “indignos” se eliminan a sí mismos. El ensueño de todo régimen totalitario.
Las últimas décadas están marcadas por el desmontaje de los axiomas tradicionales y el arreciar de un paradigma social con un eje fundamental: la inhumanidad del desamor. Acervo que habilita y nutre esta concepción eugenésica (eliminar al indeseado), que mira con agrado la artera disolución de los vínculos afectivos y la destrucción de la familia y el hogar. Variables que aíslan al individuo y su entorno en una gélida soledad. Muere así, primero la voluntad para luego matar el cuerpo. De esta manera, a un contristado paciente o a sus afligidos cercanos, les es difícil advertir que la nobleza de este “derecho a morir” de los vulnerables encierra en verdad, el derecho a matar de, aquellos, los invulnerables.
El paciente terminal sin una correcta atención -en Argentina es una gran mayoría- siempre estará obnubilado por miedos, emocionalidad desequilibrada y pesares diversos. Por tanto, la “decisión de morir” es por demás inauténtica. Contrariamente, la adecuada atención paliativa confiere un asiento de lucidez, racionalidad y con ello, de libertad, donde el paciente contenido por todo un equipo interdisciplinario comprende plenamente su situación, y acepta y espera la muerte como proceso natural. En el mundo, la casi totalidad de los pacientes que piden inicialmente eutanasia, desisten luego de recibir cuidados paliativos. Es decir, en tanto que están condicionados no deciden libres y, en tanto que son libres, no eligen morir.
“Elegir morir”. Un mito que se impone con mampostería ideológica y músculo mediático. Un simulacro ético, signo de una medicina deshumanizada que oculta el más radical abandono de paciente y un subyacente tribalismo en el que predomina la incapacidad espiritual para hacer propio el sufrimiento ajeno.
Muerte a la carta: el progresismo corona su gesta cultural
La voracidad deconstructora de esta perspectiva capitaliza el desconcierto ante el culmen y planta ante la mente acongojada su mortuorio producto en exquisito empaquetado: “eutanasiar”. Pose lingüística que diluye la crudeza de una plena sentencia de muerte.
Esta pretensión jurídica arrasa además con la más elemental deontología médica y anula la pregunta profunda del Derecho por el bien real del paciente.
Con la embestida de la eutanasia el progresismo corona su gesta cultural. Si no te mata antes de nacer, busca matarte antes de morir. Esta oscura cosmovisión avanza subrepticiamente en nuestro país por la acción u omisión de la casi totalidad de la clase dirigencial: en la Argentina la dignidad humana no tiene representación política.
Los trascendentales momentos que atraviesan los pacientes terminales exigen una abnegación profesional y social que pueda contemplar todas sus dimensiones y necesidades. Urge la decisión política de ejecutar un plan nacional, sobre todo cuando la formidable evolución global de los cuidados paliativos otorga hoy día la capacidad para abordar integralmente hasta las enfermedades más graves e incurables como, por ejemplo, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Acompañando, aliviando los síntomas, incluso sedando de ser necesario. Este es el único camino genuinamente digno.
La muerte es el culto último a la vida. No la transformemos en un culto al poder.
Morir jamás se elige. Los azarosos modos de la muerte nos eligen a nosotros y, en ese hecho nos iguala, significando paradójicamente, lo más vivo de nuestra dignidad, esa que permite mirarnos con altura en el complejo y cabal espejo de lo humano.
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