
No es extraño que la Provincia de Buenos Aires aparezca en primer plano en un año electoral. Su peso demográfico habla por sí mismo: según los datos publicados del último censo, el distrito más grande de la Argentina concentra más del 38% de la población total. La frase “la madre de todas las batallas”, que se repite como un mantra antes de cada elección, lo dice todo.
Oposición y oficialismo mueven fichas permanentemente en la Provincia. Lo que ocurre aquí influye enormemente en la Nación y los demás distritos. Todos juegan fuerte este partido, pero con distintos planteos e intenciones. Hay una diferencia sustancial en la interpretación que hacen las principales fuerzas políticas de la realidad bonaerense; para entender mejor este momento conviene examinarla minuciosamente.
Para el kirchnerismo se trata, definitivamente, de una batalla. Por más esfuerzos que haga para desmarcarse del peronismo tradicional, el ADN es el mismo: el conurbano es una máquina de votos que ponen a funcionar cada dos años. Las políticas públicas que impactan en el territorio están envueltas en una lógica electoral-partidista que se antepone, constantemente, a la calidad de vida y al progreso de los vecinos.
En esta batalla el primer peligro viene —quién puede sorprenderse— desde adentro. La Cámpora, Cristina, Massa, Kicillof, Alberto, los intendentes…los frentes abiertos son muchos, y la solidez de los acuerdos internos, por demás endeble. La desesperación por permanecer en un cargo, o “controlar” una porción de territorio, domina los objetivos y las estrategias barajadas para conseguirlos.
Del lado de enfrente hay una apuesta muy clara por derribar el paradigma populista que tanto daño provocó en las últimas décadas. No vemos en Buenos Aires a la madre de todas las batallas, sino a la tierra de las mejores oportunidades. Quienes se resisten a mirar para adelante están enfrascados en una realidad chata, cuyos protagonistas excluyentes son la decadencia y el atraso.

A la jerga bélica y agresiva que implica adherir al marco que propone automáticamente el kirchnerismo, oponemos una agenda positiva y de futuro, con eje en la revolución del conocimiento y la creación de valor. El ordenamiento territorial de la Provincia es —al mismo tiempo— una obligación ineludible y una herramienta magnífica, para aprovechar el potencial productivo de cada región y mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
Para tener éxito en esta empresa es imprescindible recuperar el vínculo entre democracia y prosperidad: la organización social y política es un ingrediente determinante en la receta del desarrollo. Las autonomías municipales, y la participación de los jóvenes en los asuntos públicos, deben ser prioridades absolutas en un programa de gobierno transformador.
¿Qué socava la confianza en las instituciones y la política? El esquema perverso y arraigado que supone activar la gestión cuando las urnas asoman a la vuelta de la esquina. Pongamos nombres: el gobierno de los Fernández en la Nación, y el de Kicillof en la Provincia, buscan desesperadamente en este 2023 incrementar su competitividad electoral, cuando llevan más de tres años estancados en un sinfín de escándalos y errores autoinfligidos.
Inmanejable, inviable e imposible son algunos de los adjetivos que surgen cuando se habla de la Provincia de Buenos Aires. Los dirigentes bonaerenses tenemos la enorme responsabilidad impulsar un nuevo paradigma, y transformarla en una tierra de oportunidades para los bonaerenses y en un factor de progreso para todo el país.
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