
La abrupta pérdida de cinco puntos porcentuales en la participación de los salarios entre 2020 y 2021, lamentablemente, no constituye una extrañeza.
En una economía casi sin moneda, en la que los dólares son más que escasos, en la que perdura un ritmo inflacionario que carcome los ingresos cada vez más rápidamente y en la que la productividad global ha venido declinando desde hace décadas y el tamaño de la “torta” (lo que producimos o el PBI) es cada vez menor medido por habitante, y en la que hace tiempo el empleo de más calidad ha dejado de crecer, ese resultado no nos asombra. Si impacta lo que implica en descenso de la calidad de vida de gran parte de la población.
Si bien el empleo recuperó en 2021 algo de su dinamismo, lo hizo principalmente sobre la base de empleo asalariado desprotegido o precario. En 2020 se perdieron casi 2 millones de puestos de trabajo y en 2021 se recuperaron 1,2 millones. Respecto del final del gobierno de Cambiemos el bienio muestra retrocesos en todas las categorías.
Al mismo tiempo el producto creció por el rebote del pésimo año económico 2020. Conclusión sencilla: los salarios crecieron en 2021 más lentamente que el producto, de allí el resultado. El 48% registrado en el primer año de la pandemia se desplomó al 43% en el año último.
La riqueza promedio por habitante en la última década
La cuantía de la riqueza generada medida por habitante ha venido disminuyendo cada año. Esto es que aun cuando hubo años de crecimiento económico, este fue menor que el aumento de la población, sino directamente negativo. O, dicho de otro modo, venimos siendo cada vez más pobres todos los habitantes.
En ese contexto la disputa por el reparto de lo que se ha creado se exacerba. Pero el nudo problemático es que hemos dejado de crecer. Se puede suscribir la afirmación de que el crecimiento económico por sí sólo no aumenta el bienestar de la población. Lo que también es cierto es que sin ese crecimiento no habrá posibilidad alguna de lograrlo. Ni hablar de morigerar siquiera los elevados niveles de pobreza.
Dicha pendiente negativa tiene directa vinculación con la tendencia decreciente de la inversión en el país, en particular la de carácter productivo. Esto a su vez depende en gran parte de la decisión empresaria la que suele tener como parámetro la estabilidad macroeconómica.
Argentina no pudo hacer lo que la mayoría de los países han logrado: dominar la inflación. Peor que eso, hemos llegado a creer que eso es lo normal o, en todo caso, que su subsistencia es independiente del rumbo económico y de las posibilidades de distribuir la riqueza de manera más equitativa. Esa idea parece inspirar al sector del gobierno que no sólo repudió la firma del acuerdo con el FMI sino que bombardea constantemente la morosa gestión del Presidente.

La participación salarial reciente
Más interesante que analizar lo ocurrido en último bienio en sí mismo es ponerlo en el contexto del desempeño de esta variable también en la década última. Allí se ve la intensa mejora registrada durante el mandato de la Dra. Kirchner, si bien su ritmo fue declinando y oscilando en ciertos momentos como el año 2014.
El primer bienio de Cambiemos se mantuvo en el 52% para luego, con la debacle fiscal y la huida de los capitales golondrina en la primera mitad de 2018, se entra en un ciclo recesivo y también de empeoramiento de la distribución del ingreso. Como fue mencionado parte de las oscilaciones más recientes se originan en la abrupta caída del producto mayor al descenso de la masa de ingresos salariales y su reversión ulterior (fuerte aumento del PBI y moderada variación de los ingresos).
Se ha empezado a mencionar -como si fuera una novedad- la existencia de trabajadores pobres aludiendo a que aún los ingresos laborales registrados pueden no ser suficientes para eludir la categoría de pobre. Es posible que en los últimos años esto se haya acentuado, pero en modo alguno es un fenómeno novedoso. Nuevamente, un país con inversión decreciente y productividad baja que se aleja cada vez más de la media internacional es un país cada vez más pobre en su conjunto, en el que una parte creciente de su población padece crecientes carencias.

En estas condiciones reiterar lo hecho en las décadas recientes no parece ser un buen camino para cambiar las condiciones sociales y económicas de Argentina.
Habrá llegado el momento de poner en orden la macroeconomía comprendiendo que tanto el consumo como la inversión son imprescindibles. Es absurdo creer que sólo se trata de “poner plata en el bolsillo de la gente”. Esto es lo que se ha hecho, en apariencia, pero eso nos trajo a este creciente ritmo inflacionario que no hace otra cosa que empeorar la situación de la población más vulnerable.
La lógica disputa por la distribución del ingreso, en especial entre el capital y el trabajo, podrá proporcionar mejores logros al componente más débil si -de verdad- retomamos el sendero de crecimiento y vamos derrotando a la inflación. Ni una ni otra cosa es lo que tenemos actualmente.
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