
La pyme tenía todo listo. Después de un arduo trabajo interno, estaban preparados para la exportación del año. Con los permisos en regla y la ayuda de un distribuidor local, por primera vez llegaba al mercado europeo, con un producto que utilizarían tres empresas de la industria alimenticia. Hasta que llegó el golpe. Dos de las tres compañías ahora requerían una nueva condición: una certificación de buenas prácticas para sus procesos productivos que la pyme argentina nunca había siquiera contemplado. Los costos de la exportación diluían la rentabilidad si el acuerdo se hacía con una sola empresa. La oportunidad empezaba a dejar de serlo.
Con las nuevas metas ambientales establecidas en Europa, esta historia –elaborada a partir de experiencias concretas de empresarios argentinos– corre el riesgo de multiplicarse. Reducir el impacto ambiental para las empresas europeas no sólo implica cambios internos de sus procesos productivos, sino que conlleva una transformación en toda la cadena de valor de la que se abastece ese continente. Esta situación acelera los cambios en las condiciones de los mercados para las empresas argentinas, en particular, y latinoamericanas, en general. Aunque parezca una amenaza, también esconde oportunidades.
Empecemos por el principio. El 14 de julio pasado, la European Commission –el brazo ejecutivo de la Unión Europea– impulsó un conjunto de propuestas muy ambiciosas para adaptar las políticas de la UE en materia de clima, energía, uso del suelo y transporte, entre otros temas. ¿La meta? Reducir las emisiones netas de gases de efecto invernadero en al menos un 55% de aquí a 2030 (la comparación es sobre los niveles de emisión de 1990).
De forma inteligente y como forma de acompañar a empresas y organizaciones en esta transición -los incentivos son clave para este tipo de cambios-, la UE creó el Fondo Social para el Clima que movilizará 144 mil millones de euros. Estos recursos buscan aliviar los costos del proceso y generar una nueva ola de finanzas sostenibles.
La llegada de estos fondos refuerza un mercado en auge, que en 2020 representó 460.000 millones de dólares en bonos verdes, sociales y sostenibles a nivel global, y que Latinoamérica todavía no aprovechó en todo su potencial. Nuestra región tiene la posibilidad de subirse a esta enorme ola, ya que sólo se llevó el 4% de las inversiones sustentables el año pasado, según los datos de la Global Sustainable Investment Market.
Esta es una oportunidad para aquellos proyectos que se encuentran atravesados por la sustentabilidad en nuestro país. No son pocos: en los últimos años, por ejemplo, más de 130 compañías en la Argentina lograron certificarse como empresas B y cientos han iniciado el camino para convertirse en empresas de triple impacto.
Además, es una gran oportunidad para aquellas empresas que tienen la motivación y visión de generar esa transformación de impacto. En un país en el que hacer negocios ya es una tarea compleja, el primer paso sería identificar y demostrar -a sí misma, al mercado y a la comunidad- el valor que ya crea en términos sostenibles. Economía circular, eficiencia energética, carbono neutralidad, desarrollo local e inclusión son ejemplos concretos de los caminos a adoptar. Estas iniciativas deben ser diseñadas desde la coherencia con el modelo de negocio y entendiendo que muchos de estos procesos requieren gradualidad, de forma que la organización los pueda asimilar y hacer carne.
La sustentabilidad es un gran creador de valor económico a partir de la construcción reputacional, la inserción en cadenas globales de valor (como el caso de esa pyme) y la atracción de capital humano. También puede ayudar a crear nuevos clientes y, en una tendencia que crece, puede captar inversores y entidades financieras preocupadas por impulsar proyectos sostenibles, generar un impacto positivo y diversificar el riesgo de sus carteras. Todo esto va llevando a las organizaciones a valorar la importancia de que sus negocios cuiden el ambiente y produzcan beneficios para la comunidad.
La otra consecuencia de este plan en la UE tiene que ver con el caso del inicio de este texto y esa pyme que pierde un mercado. Para las empresas y negocios de Latinoamérica, la transformación en Europa implica la necesidad de adaptarse rápidamente para ganar lugar o mantenerlo en las cadenas de valor de ese continente y del mundo. Si bien constituye un desafío importante, tenemos todas las condiciones para lograrlo: es una puerta muy interesante para aquellas compañías argentinas que ya están pensando en clave sustentable.
En definitiva, en Latinoamérica nos toca ser creativos y utilizar todas las herramientas que nos permitan ser parte de las nuevas tendencias. Si lo logramos, el beneficio no será sólo que las pymes obtendrán más oportunidades de exportación, sino que naturalmente promoveremos proyectos que cuiden el ambiente y generen un impacto social positivo. El sector privado debe ser un motor de transformación hacia el desarrollo sostenible. Tiene las herramientas para hacerlo posible.
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