
“La desventaja de que los hombres no conozcan el pasado es que no conocen el presente” G.K. Chesterton
Pensando en el mediano y largo plazo, pocos temas resultan tan importantes como la formación de nuestros futuros dirigentes. Estos tienen por delante la difícil tarea de liderar en una época de grandes cambios y representar en todo momento los intereses y valores de sus sociedades.
En este sentido, sería un error entender a la educación como la mera transmisión de conocimientos técnicos. Una buena formación -y en especial aquella dirigida a los futuros líderes- depende en gran medida de la enseñanza de la historia, la filosofía y la literatura. Este es el tipo de conocimiento que les permitirá comprender las complejidades de la naturaleza humana y de sus sociedades, y los límites que enfrentarán a lo largo de sus vidas. Aún más importante, los valores que adquieran durante su juventud les darán un sentido de dirección.
Vale la pena mencionar una anécdota. Henry Kissinger, que se destacó tanto en el plano académico como en el político, señala que recién comenzó a comprender la política y las relaciones internacionales cuando leyó -por recomendación de uno de sus profesores en la Universidad Harvard- algunas de las novelas de Fiódor Dostoievski. En efecto, los grandes pensadores y escritores son los que nos permiten salirnos de la inmediatez y hacernos las grandes preguntas.
Si bien formar a los futuros líderes siempre ha sido importante, lo es aún más hoy. Los desafíos que tenemos por delante son enormes. Estos van desde la aparición de innovaciones como la inteligencia artificial, que prometen transformar la economía, al enfrentamiento estratégico que tiene lugar entre China y Estados Unidos. Si bien es cierto que las oportunidades que tiene por delante la Argentina también son considerables, estas sólo podrán ser aprovechadas si contamos con una dirigencia preparada.
¿Qué características debería tener esta clase dirigente? Por lo pronto debería ser meritocrática, tolerante y abierta a todos los argentinos, independientemente de cual sea su origen social. Pero para que esto último ocurra será necesario brindarles una sólida formación a todos nuestros estudiantes. Si no la tienen, los privaremos de la posibilidad de desarrollar todas sus capacidades. El desafío, considerando que el 60% de nuestros niños es pobres, es considerable, pero el que enfrentaron exitosamente Domingo Sarmiento y otras generaciones de argentinos no fue menor al actual.

¿Qué hacer? Además de mejorar la educación primaria, debemos considerar la posibilidad de crear programas universitarios que transmitan conocimiento y valores a los estudiantes con mayor proyección. Esto por ejemplo es lo que hizo Charles De Gaulle una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial al establecer la Ecole Nationale d´Adminsitration (ENA). Esta es una institución a la que se entra por concurso nacional, que beca a sus alumnos y que ha formado a gran parte de la dirigencia francesa.
Al igual que ocurre con la dirigencia en general, las instituciones que deben prepararlas también corren el riesgo de encerrarse demasiado en sí mismas. De hacerlo, terminarán formando una elite distante de la población a la que deben representar. Esto de hecho es lo que parece haber sucedido en Francia, ya que el Presidente Emmanuel Macron ha anunciado, por presión popular, una profunda transformación de la ENA -escuela a la que él mismo asistió. Pero más allá del descontento que pueda existir actualmente con las clases dirigentes, y que también observamos en América Latina, debemos evitar caer en la tentación de sacrificar la búsqueda de la excelencia.
Otro peligro reside en las crecientes restricciones a la libertad de expresión que se observan en algunas casas de estudios de Occidente. Estas van desde la cultura de lo políticamente correcto -que tiende a marginar socialmente a aquellos que cuestionan las posiciones predominantes- hasta la “cancelación” -que directamente busca prohibir la difusión de ciertas ideas. La gravedad de este fenómeno es tal que han llevado al gobierno británico a impulsar legislación para preservar la libertad de expresión dentro de las universidades. Nuestros alumnos necesitan un ámbito de estudio y pensamiento que promueva la tolerancia y la libertad de opinión. Sólo así podrán alcanzar la excelencia.
Todas las naciones necesitan una dirigencia altamente capacitada. Sólo el surgimiento de una nueva camada de líderes formados -en todos los ámbitos- nos permitirá a los argentinos enfrentar los desafíos y oportunidades que nos presenta un mundo en transformación.
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