La fantasía de las tierras improductivas

El plan de entregar terrenos públicos a quienes deseen trabajarlos suena progresista pero es de imposible realización

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(Foto: Andres Tedesco)
(Foto: Andres Tedesco)

Es muy notable el esfuerzo organizativo y comunicacional que el Presidente y su equipo están poniendo en un proyecto que está destinado al fracaso. Me refiero al del uso de las tierras estatales para fines productivos, que sin duda suena progresista y hasta romántico pero que es de imposible realización.

En un proyecto productivo, la tierra es solo uno de los factores -y obviamente tierra de calidad, que no es precisamente la que sobra-. Los demás son el capital (maquinarias, instalaciones y capital de trabajo); tecnología productiva y empresarial; acceso a mercados y capacitación.

Ello implica naturalmente montos importantes de inversión: viviendas, agua, herramientas, insumos, depósitos y hasta el dinero necesario para sobrevivir hasta el tiempo de la cosecha. O sea, la posibilidad de desarrollar empresas en el más pleno sentido de la palabra, que tengan capacidades para asegurar medios de vida y progreso a los productores. De no lograrse ello, el peor resultado será la frustración para personas que vienen de historias de vida con otros fracasos difíciles de sobrellevar.

El discurso del Presidente se concentra solo en el factor tierra, sin ninguna otra referencia a los factores de producción; y ninguno de sus colaboradores ha propuesto más que experiencias aisladas en las que todo se limita a lo declarativo. Pero si invirtieran su tiempo en estudiar las experiencias de otros países verían que desde las primigenias granjas colectivas de Rusia y China; hasta otras más recientes no registran éxitos que le cambien la vida a quienes han participado (y en general todo lo contrario).

Ha habido algunas experiencias exitosas de menor escala, como el programa Pro Huerta, que ha sido muy eficaz en mejorar la alimentación a nivel de hogares y comunidades, con el apoyo eficaz del INTA; y que podría incrementarse de manera sustancial.

Hay también experiencias positivas que pueden aumentar de escala, como las de las quintas de verduras diseminadas en varios lugares del país, en las que se puede ocupar más mano de obra a través de programas diversos de estímulo.

Pero el corazón de la discusión parece ser la desconfianza que el Gobierno tiene hacia las capacidades del capitalismo para generar empleo; y por tanto la necesidad de agregarle un tono socialista para, además, satisfacer a su clientela política. Algunas de estas propuestas llegan a niveles delirantes, como las que quieren reubicar a 1 millón de personas, donde las restricciones y frustraciones que mencionamos se aumentarán hasta niveles estratosféricos.

Por todo ello es que el Presidente debería considerar que es posible lograr sustanciales mejoras en el empleo por vías menos mágicas. Obviamente, a través de generar un horizonte de confiabilidad para las inversiones basada en una macroeconomía ordenada y una moneda estable. A ello se han de agregar herramientas promocionales que induzcan el empleo en los sectores más sensibles. Pero hoy y aquí, la gran herramienta de promoción del empleo es la necesaria reforma de las condiciones de contratación laboral, que discrimina claramente contra las personas que están fuera del mercado de trabajo y a quienes los empresarios no quieren incorporar por los costos y riesgos que implica.

En síntesis, hablar de inversión, estabilidad y otro régimen de empleo tiene menos atractivo político que hablar de minifundios o granjas colectivas (que es lo que en definitiva resultará del slogan sobre “el uso productivo de la tierra pública”); pero para un país que necesita desesperadamente resolver el problema del empleo, este discurso “capitalista” es mucho más efectivo, económica y socialmente.

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