
Buenas acciones, sacrificios mortales e incluso sucesos inexplicables surgidos por una aparente divinidad, son las razones por las que diferentes individuos fueron beatificados y canonizados por el Vaticano para llevar consigo el nombre de santo.
Todos los días, marcados en el calendario, se conmemora la vida y muerte de estos seres, hombres y mujeres, que dedicaron su existencia a la iglesia católica misma que les valió el nombramiento.
Este es el santoral del jueves 8 de mayo.
Celebración del día: Nuestra Señora de Luján
Patrona de Argentina, Uruguay y Paraguay. Traída desde Brasil, la imagen debía transportarse hasta el Norte, pero inexplicablemente, se hizo imposible pasar del río Luján y allí se quedó para siempre.
En 1935, la Basílica Nacional de Luján, un imponente templo de estilo gótico con vitrales resplandecientes y criptas repletas de tesoros históricos y advocaciones marianas de todo el continente, abrió sus puertas como la máxima realización de un fervor que había empezado más de dos siglos atrás. Este santuario, símbolo de fe para millones, se construyó sobre cimientos de historias milagrosas y profundas devociones, entre ellas la del Padre Jorge María Salvaire, quien, tras sobrevivir a un ataque indígena, prometió dedicar su vida a exaltar la figura de la Virgen.
Construir la basílica fue más que un acto arquitectónico. Representó el cumplimiento de la promesa hecha por Salvaire y el respaldo del arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Federico Aneiros. Desde 1890, cuando comenzó la obra, hasta su culminación 45 años después, el lugar se consolidó como el epicentro de la devoción mariana en Argentina, seleccionado incluso por Pío XII en 1930 para llevar el título oficial de Basílica. En esta misma línea, Juan Pablo II elevó su significado al bendecir la imagen de la Virgen en Roma en 1998, destacando su vínculo con la espiritualidad nacional.
Pero la historia de la Virgen de Luján comienza lejos de esos grandes templos. En las márgenes del río Luján, en el siglo XVII, un evento marcó el terreno como sagrado. Dos imágenes, la Inmaculada Concepción y la Virgen con el Niño, habían sido enviadas desde Brasil para una capilla en la estancia de Antonio Farías Sáa en Santiago del Estero. La caravana que transportaba las estatuas se detuvo misteriosamente cerca de la casa de Rosendo Oramas, pues los bueyes que tiraban la carreta se negaron a cruzar el río. Solo al bajar la imagen de la Inmaculada Concepción, el vehículo volvió a moverse. Para muchos, esto fue señal inequívoca de que la Virgen quería quedarse allí.
La pequeña estatua fue colocada primero en la casa de Don Rosendo, donde por más de 40 años recibió la devoción de la creciente peregrinación. La llegada de un esclavo africano, Manuel, en la misma embarcación que traía la imagen, marcó otro capítulo significativo. Tras ser testigo del milagro en Luján, Manuel dedicó su vida al cuidado de la Virgen, convirtiéndose en su fiel guardián hasta sus últimos días.
En 1671, Doña Ana de Matos, propietaria de tierras junto al río, intentó llevar la estatua a una capilla privada en su casa, pero la Virgen regresó milagrosamente a su sitio original. Este suceso no pasó desapercibido para la Iglesia, que finalmente autorizó el culto público oficial. Ese mismo terreno fue cedido por Doña Ana en 1677 para construir un templo que serviría de precursor de la actual basílica.
Los nexos reales de la Virgen con los milagros no terminaron allí. Don Juan de Lezica y Torrezuri, un vizcaíno residente en la región, aseguró haber sido sanado por intercesión de la Virgen de Luján, un hecho que lo llevó a financiar en 1754 la construcción de un nuevo templo, culminado en 1765, donde se proclamó a la Virgen como Patrona de Luján.
A fines del siglo XIX, el fervor popular alcanzó un nuevo punto culminante. En 1887, bajo la petición del episcopado argentino, la coronación canónica de la Virgen fue aprobada por el Papa León XIII. Este acto consolidó su lugar en el corazón de los fieles, quienes encontraban en ella no solo una Madre espiritual, sino una guía para su vida cotidiana.
Desde entonces, su influencia ha traspasado fronteras. En palabras de Juan Pablo II durante su visita a América Latina, la Virgen de Luján se convirtió en la protectora de un país que mira hacia ella buscando fortaleza en los desafíos y esperanza en su manto inmaculado.
Hoy, la Basílica de Luján no es solo un lugar de historias y tradiciones, sino un testimonio vivo de la devoción que ha unido a generaciones y regiones enteras de Argentina. Con cada peregrino que cruza su umbral, las raíces de su milagrosa leyenda se afianzan aún más en la memoria colectiva de un país cuya fe sigue encontrando refugio en el amparo de su celestial patrona.
Junto a este personaje hay otros santos y mártires a los que también se les celebra este jueves 8 de mayo como los siguientes:
San Dionisio obispo
San Metrón (s. VIII)
San Víctor de Milán (s. IV)
Beata María Catalina de san Agustín (s. XVII)
San Heladio de Auxerre (s. IV)
San Gibriano (s. VI)
San Wiro y compañeros (s. VIII)
San Arsenio de Scete (s. V)
Beato Ángel de Massaccio (s. XV)
Beato Luis Rabatá (s. XV)
Beato Amado Ronconi (s. XVIII)
Beata Ulrica Nisch (s. XX)
San Bonifacio IV papa (s. VII)
San Acacio de Bizancio (s. IV)
El origen de los santos

La Iglesia Católica y ortodoxa usan la canonización para declarar como santo a una persona ya fallecida, lo que implica incluir su nombre en el canon (lista de santos reconocidos) y el permiso de venerarla, reconociendo su poder ante Dios.
Durante el Cristianismo, las personas eran reconocidas como santas sin necesidad de un proceso formal; sin embargo, ello cambió en la Edad Media.
En el caso del catolicismo, la Iglesia debe hacer una investigación exhaustiva de la vida de la persona a santificar y existen cuatro formas de lograr el nombramiento: la vía de las virtudes heroicas; la vía del martirio; la de las causas excepcionales, confirmadas por un culto antiguo y fuentes escritas; y la del ofrecimiento de la vida.
Además, es requisito indispensable que haya hecho al menos dos milagros (o uno en el caso de ser mártir). La canonización se hace en una solemne declaración papal y se le asigna un día de fiesta para la veneración litúrgica.
No hay un periodo establecido para realizar la canonización de un personaje, pues incluso hay casos como el de San Pedro Damián que fue canonizado hasta 756 años después de su muerte o, por el contrario, el caso de San Antonio de Padua que fue nombrado hasta 352 días después de su deceso.
La última canonización tuvo lugar en octubre de 2019, cuando el Papa declaró santos al cardenal John Henry Newman y a la hermana Dulce, de Brasil.
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