
Al describir el rol del talento en los proyectos energéticos, Federico señala que “el cuello de botella de Vaca Muerta es el recurso humano”. En esta entrevista, profundiza en el cambio que trajo la producción no convencional —un modelo basado en pozos de alta intensidad que requieren perforación continua—, su impacto en la logística, la necesidad de infraestructura adecuada y los desafíos para sostener cadenas de suministro en un sector cada vez más exigente.
¿Cómo vivís el momento actual de la industria energética en Argentina?
El presente en la industria cambió con el advenimiento del no convencional. Vaca Muerta es lo que hoy está más desarrollado, pero Argentina tiene otros recursos en Chubut y Santa Cruz que están en fases más iniciales.
Este modelo cambia todo porque te saca el riesgo geológico: vos ya sabés que el recurso está, la pregunta es si lo podés extraer económicamente. Argentina es prácticamente el segundo referente mundial de producción masiva en esta dinámica, después de Estados Unidos.
También cambia el modelo de negocio. Este tipo de desarrollo funciona como una verdadera fábrica, con inversiones iniciales altas y un ritmo de actividad permanente. Son unidades de perforación más costosas que las operaciones tradicionales en tierra (onshore), pero con una productividad inicial enorme. Después declinan rápido y, para sostener los niveles de producción, hay que perforar de manera continua. Eso genera una dinámica muy intensa que involucra ingeniería, logística, servicios y una coordinación enorme.
Un pozo en Vaca Muerta puede consumir 60.000 m³ de agua y alrededor de 10.000 toneladas de arena. Son volúmenes inmensos que requieren una intensidad de actividad constante. Y en un mercado con yacimientos maduros, esto generó una renovación muy grande.
¿Qué condiciones se necesitan para que la industria siga creciendo? ¿Cuáles son los “talones de Aquiles”?
Los “talones de Aquiles” son varios. Primero, el financiamiento. Argentina está fuera de muchos mercados de capitales, y los proyectos de infraestructura que se necesitan son muy grandes. Algunos ya están lanzados, otros están esperando aprobación, pero todos requieren miles de millones de dólares.
Por otro lado, la industrialización del recurso. Proyectos petroquímicos, como los de urea y fertilizantes, podrían duplicar el volumen productivo actual del país y abastecer al campo. Incluso habría excedentes para exportar.
También está la capacidad de la cadena de valor local, que es limitada. Hay rubros donde se achicó la oferta de bienes y servicios por las crisis. Entonces, cuando la actividad aumenta, muchos sectores no pueden responder a la velocidad necesaria.
Y para mí hay un punto clave del que se habla poco: la falta de actores. Tenemos una industria súper concentrada; entre dos operadoras manejan casi el 80% de la producción. Eso hace que se concentren las oportunidades. Si pudiéramos atraer más compañías del exterior, se diversificaría todo el ecosistema.
Y, por último, el recurso humano. Argentina exportó mucho talento y trajo poco. El sector perdió licencia social y dejó de ser atractivo para las generaciones jóvenes. Eso es un problema enorme. Además competimos con un mercado laboral energético global. Si no generamos talento y no atraemos lo que falta, es muy difícil sostener proyectos de escala mundial.

¿Cómo impacta el comercio exterior en la planificación y desarrollo de proyectos?
Casi ningún producto tiene toda su composición hecha localmente. Siempre hay materias primas, componentes o tecnología que vienen de afuera.
Argentina tiene una buena base de proveedores, pero incluso ellos importan: la chapa viene de Brasil o China, la instrumentación de Estados Unidos o Alemania, los productos químicos o las bases para formularlos también vienen del exterior. En equipos de torre o tecnología para perforación pasa lo mismo.
Los proyectos no se pueden hacer sin una dinámica flexible y aceitada de comercio exterior. Cuando hubo restricciones, fue extremadamente complejo. Las empresas terminaban comprando de más porque los suministros no llegaban y había compromisos de entrega que cumplir. Y en un negocio donde el “time to market" es fundamental, eso te complica todo.
Incluso con la arena pasó eso. Al principio se importaba porque no se podía comprometer un recurso local sin saber si era viable o si se estaba dañando la formación. Y estamos hablando de 10.000 toneladas por pozo. Con el tiempo se desarrollaron canteras locales para bajar costos, pero hay insumos que necesariamente siguen viniendo de afuera.
Y después está todo el intercambio con empresas de Estados Unidos o Europa para traer tecnologías, ver oportunidades o adaptar soluciones. Eso también forma parte del comercio exterior y es clave para que los proyectos se puedan ejecutar.
¿Qué perspectivas tenés respecto al desarrollo energético y su futuro?
Para mí es fundamental promover las carreras de ingeniería y técnicas. Argentina necesita desarrollar sus recursos naturales y agregar valor, no quedarse en la materia prima. Para eso necesitás ingenieros y técnicos, y hoy son carreras duras que muchos no eligen.
Energía y minería perdieron licencia social, pero son sectores esenciales si queremos un desarrollo genuino. Además tienen el capital y la capacidad para transformarse y volverse más sustentables. Y si no lo hacen, desaparecen. Así de simple.
También me preocupa el impacto de la inteligencia artificial en la educación. Nuestra generación aprendió a analizar, seleccionar y procesar información. Eso es clave para resolver los desafíos que vienen. Veo que se busca más la respuesta que el proceso de construirla.
Y, como reflexión general, creo que hay que ser consecuentes. No podés decir “no a la minería” viviendo en una ciudad llena de aluminio, acero inoxidable y materiales que vienen justamente de esa actividad. Lo importante es discutir los proyectos con información real y entender que todo pasa por cómo se gestionan, no por negar industrias completas.
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