
“Bahía Blanca es una alternativa real, pero falta visibilidad”, comenta Carlos. En esta entrevista, repasa las particularidades operativas, las ventajas logísticas, el rol de la Aduana local y los desafíos para aprovechar todo el potencial de la región como punto de entrada y salida del comercio exterior.
¿Cómo se vive la profesión desde Bahía Blanca? ¿Qué representa trabajar desde allí?
Hay varios despachantes con mucha trayectoria. Lo que veo es que muchos importadores locales todavía traen por Buenos Aires, cuando podrían hacerlo por acá exactamente igual y, en algunos casos, con costos más bajos.
La ciudad tiene una operatividad sólida: dos líneas marítimas y un flujo constante de carga LCL que llega vía Montevideo y se completa en camión hasta acá. Para mí, la clave es que la gente sepa que esta alternativa existe.
Para quien no conoce el término, ¿cómo explicarías qué es LCL?
Es carga consolidada, o sea, carga suelta. Podés traer lo que quieras y pagás por el volumen real. Antes había mínimos de tres metros cúbicos, pero ya no. Si traés uno, pagás eso.
Generalmente conviene este esquema hasta cierto punto, porque a partir de ahí ya es más eficiente traer un contenedor completo, donde toda la capacidad es para vos. Una gran cantidad de personas elige LCL porque es flexible y permite importaciones de menor escala.
¿Cómo estás viendo la actividad económica desde tu rol? ¿Percibís cambios según los sectores?
No diría que hay sectores perjudicados. Lo que sí noto es que hoy la importación está más simple. Primero tiene que llegar la mercadería y después el gobierno gira los dólares, pero han sacado muchas restricciones que antes eran innecesarias. También el dólar alto favorece a los exportadores, que habían dejado de operar y ahora están volviendo a consultar. La dinámica se siente más ágil y hay rubros que retomaron actividad.
¿Cuál es el radio de impacto logístico de Bahía Blanca?
Estamos en una posición estratégica porque somos un puente hacia el sur. La ciudad funciona como punto previo a Neuquén, y en su momento entró mucha baritina, un material que se usa en los trabajos de perforación en Vaca Muerta.
El puerto es muy grande y mueve de todo: actividad cerealera, industrial y general. Todo esto muestra que es un punto clave, con capacidad para atender distintas cadenas productivas.
¿Faltan mejoras de infraestructura?
Infraestructura hay. Lo que falta es dar a conocer. Muchos importadores de Bahía todavía operan por Buenos Aires o Rosario sin saber que acá tienen una zona franca a 30 kilómetros. Para mí, es una cuestión cultural y de comunicación: conocer la alternativa permite bajar costos y ganar eficiencia.

¿Cuánto pesa la confianza a la hora de elegir cambiar de plaza operativa?
Muchísimo. Cuando alguien ya tiene un esquema que “le funciona”, cuesta moverlo. Ahí entra la responsabilidad de explicar y de dar tranquilidad. Acá nos conocemos todos: la Aduana es casi familiar, trabajamos bien entre despachantes y eso genera seguridad. El punto es transmitir que no va a tener ningún inconveniente.
¿Qué tan previsible es el comercio exterior hoy en términos de tiempos de tránsito?
En marítimo, se calcula entre 50 y 70 días para cargas desde China u otros orígenes. A veces llega antes, a veces un poco después. Depende del destino, pero el rango es parecido. Es un esquema relativamente estable, aunque siempre hay factores externos que pueden sumar días.
¿Cómo definís tu rol profesional hoy?
Yo me siento despachante. Me gusta importar, me gusta el desafío, pero mi actividad principal es esa. Tengo la suerte de trabajar en lo que me gusta. Puedo hacer de todo un poco, pero lo que realmente vivo todos los días es el trabajo aduanero.
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