Descubrir el mundo a través de la logística: una mirada humana y global del forwarding

Felipe Mazzini, gerente general de una compañía freight forwarder, reflexiona sobre la evolución de la logística internacional, el rol clave del forwarder y los desafíos tecnológicos, burocráticos y de comunicación

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Felipe Mazzini es gerente general
Felipe Mazzini es gerente general de una compañía freight forwarder (Foto: Movant Connection)

“En logística nadie sabe todo”, dice Felipe, quien encontró en este sector un universo diverso, cambiante y lleno de desafíos. En esta entrevista repasa su recorrido, el rol del forwarder, la importancia de la comunicación y cómo los viajes transformaron su visión del mundo.

¿Qué fue lo que te atrajo de la logística internacional?

Lo que más me atrajo fue la diversidad. La logística está en todo, aunque muchas veces se la imagina solo como el viaje de un punto A a un punto B. En la práctica implica un entramado enorme de procesos, decisiones y complejidades invisibles que sostenemos todos los días. Trabajé con alimentos, maquinaria, efectos personales y cada industria tiene su propia sensibilidad, incluso emocional, como cuando acompañás una mudanza internacional.

También tuve un inicio particular: entré a trabajar en una naviera en pleno 2002, postcrisis. Mi mentor me enseñó desde los documentos impresos, sin computadora, y de a poco me fui reeducando en un rubro que terminó por apasionarme.

¿Y qué descubriste cuando pasaste del mundo de las navieras al mundo del forwarder?

Cuando estaba del lado naviero veía al forwarder como un intermediario difícil de descifrar. Operábamos con productores y fabricantes que planificaban según su producción, y esa previsibilidad hacía que el forwarder pareciera un actor gris, sin un rol claro.

Pero cuando me pasé al forwarding entendí todo: el forwarder desarrolla soluciones donde la naviera no llega. Es un complemento esencial. En países como Alemania, Italia o Estados Unidos es una figura central, mientras que en Argentina durante mucho tiempo se lo vio como un obstáculo.

Esa transición me permitió descubrir un campo de acción global. Ya no se trataba solo de operar para Argentina: con los socios adecuados podés armar negocios entre Estados Unidos, China, Asia o Europa. Y viajar —uno de los grandes regalos de la logística— amplió aún más mi mirada.

¿Cómo te impactaron esas experiencias internacionales?

Viajar cambió mi percepción. Más allá de la cultura o del idioma, todos buscamos lo mismo: bienestar, estabilidad, felicidad. Los problemas que encontramos en Asia se repiten en Argentina, cada uno con su matiz. Y en lo profesional, ver cómo operan mercados más desarrollados te permite entender qué herramientas faltan y cómo otros ya resolvieron lo que a nosotros todavía nos cuesta. Un ejemplo claro es el manifiesto electrónico: simple en apariencia, pero en Argentina todavía no está completamente operativo.

"Cuando me pasé al forwarding
"Cuando me pasé al forwarding entendí todo", comenta Felipe, "el forwarder desarrolla soluciones donde la naviera no llega" (Foto: Shutterstock)

¿Cómo ves la irrupción tecnológica de estos últimos años?

La tecnología es necesaria y es una herramienta de comunicación fundamental. La IA está en pleno desarrollo: todavía se equivoca como nosotros, pero es un motor de búsqueda extraordinario. No hay que tenerle miedo; hay que aprender a usarla e integrarla al servicio.

No creo que desaparezca el factor humano. Somos adaptables. Y si la revolución industrial transformó todo, esta revolución digital hará lo mismo. La pandemia aceleró procesos y obligó a repensar modelos. Para mí, la tecnología sigue siendo una herramienta: útil, poderosa y complementaria.

En un contexto de tensiones geopolíticas y regulaciones crecientes, ¿cuáles son hoy los desafíos del forwarder?

Para mí las claves siguen siendo básicas: comunicación, agilidad y flexibilidad. Son pilares que sostienen cualquier operación. ¿Cuál es el gran problema? La burocracia y la falta de confianza. Siempre digo que “la desconfianza es cara”. Lo vemos en procesos aduaneros, en terminales que frenan operaciones por montos mínimos, en trabas que se suman y terminan encareciendo todo.

La pandemia mostró esto con claridad: cuando los fletes llegaron a 25.000 o 30.000 dólares, muchos celebraban. Pero ese costo después repercutió en inflación, recesión y aumentos generalizados que terminamos pagando todos.

¿Qué lugar ocupa la comunicación en tu trabajo?

La comunicación es todo. En una industria que opera 24/7, con husos horarios distintos y canales que se multiplican —mail, WhatsApp, sistemas, IA— se vuelve un desafío. Hoy los canales se mezclan y eso genera ruido. El gran reto es ordenarlos.

Para mí, además, hay un componente humano: entender la cultura del otro, su contexto, su idioma de base. Un empresario alemán me dijo una vez: “Yo hablo alemán, vos español; el inglés es solo un punto de encuentro”. Ese recordatorio es clave. Le quita romanticismo a cómo queremos expresarnos y nos obliga a escuchar. También creo mucho en el “teléfono descompuesto”: siempre revisar qué entiende el otro y, si es necesario, levantar el teléfono. Casi siempre la respuesta cambia.

En síntesis, ¿qué mensaje te gustaría compartir a otros profesionales logísticos?

Cuando uno trabaja en servicios tiene que entender el lugar que ocupa. Anticiparse, ponerse en el lugar del otro, ser generoso: eso marca la diferencia. Nuestro juez principal somos nosotros y también importa cómo llegamos a los resultados, no solo el resultado en sí.

Los procesos, los métodos y la flexibilidad son fundamentales. Y, sobre todo, el trabajo en equipo. En logística nadie sabe todo; todo está por descubrirse y siempre puede hacerse de una manera distinta. Si hay algo que aprendí es que respetar a proveedores, clientes y compañeros es lo que sostiene cualquier operación.

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