
Al referirse a la transformación del ámbito judicial tras la digitalización, Ana comenta que “la palabra logística hoy juega un rol muy importante”. En esta entrevista, reflexiona sobre cómo la virtualidad y la modernización de los procesos agilizaron la justicia, reduciendo traslados y optimizando la gestión de audiencias en todo el país.
¿Cómo describirías tu recorrido dentro del derecho?
Desde que tengo uso de razón quise ser abogada. El derecho fue siempre mi vocación y mi forma de vida. Soy especialista en derecho de familia, mamá, abuela y una mujer del derecho. La vida me sonrió porque me permitió hacer lo que me apasiona. Con los años entendí que el ejercicio profesional va mucho más allá de un caso: implica acompañar personas, contenerlas y ayudarlas a encontrar equilibrio.
Cuando estudiás, ves todas las ramas y elegís según tu inclinación personal. En mi caso, siempre me interesó el vínculo humano detrás de los conflictos. El derecho de familia no es solo divorcios: abarca sucesiones, acuerdos, bienes compartidos, relaciones parentales. Es el espacio donde más se refleja la vida cotidiana de las personas. Y aunque muchos piensan que mi defensa de las mujeres viene de una historia personal, la verdad es que vengo de una familia unida, sin conflictos. Lo hago por convicción, no por resentimiento.
¿Dirías que la justicia argentina mejoró en términos logísticos?
Sí, aunque todavía hay mucho por hacer. Los procesos virtuales ayudaron a acortar tiempos, pero la conectividad sigue siendo un obstáculo. No todos tienen acceso estable a Internet o buen equipamiento. También hay limitaciones técnicas que generan cortes, demoras o dificultades para subir documentos. Sin embargo, el balance es positivo: hoy podés notificar por mail o mensajería lo que antes requería un oficial de justicia y varios días de espera. La logística judicial se modernizó y eso impacta directamente en la calidad del servicio.
En el comercio exterior se habla de trazabilidad y agilidad. ¿La justicia está alcanzando ese nivel de eficiencia?
Está en proceso. La digitalización de los expedientes permitió trazabilidad: sabés en qué etapa está tu causa, quién la tiene, cuándo se movió. Eso antes era imposible sin ir al juzgado. Hoy lo ves en una pantalla. Falta avanzar en uniformar los sistemas entre fueros y provincias, pero estamos camino a eso. Cuando se logra transparencia en los procedimientos, se gana en confianza social.

¿Qué rol cumple la logística en la práctica judicial cotidiana?
Un rol enorme. La justicia tiene su propia logística burocrática, que históricamente fue lenta. Pero la organización, la coordinación de audiencias, la distribución de oficios o notificaciones son procesos logísticos en sí mismos. Antes, todo eso implicaba traslados físicos, firmas presenciales y largas esperas. Ahora, con un buen manejo digital, podés resolver en horas lo que antes llevaba semanas. La logística de la justicia es invisible, pero sin ella nada funcionaría.
¿Qué desafíos ves aún pendientes en la modernización del sistema?
La conectividad y la formación digital. Muchos profesionales y empleados judiciales todavía no dominan las herramientas tecnológicas. Hay que capacitar y acompañar ese cambio. También mejorar la infraestructura digital del Estado. Sin esas bases, la agilidad se pierde. Además, la justicia tiene que seguir humanizándose: la tecnología agiliza, pero no reemplaza la empatía ni el compromiso.
Desde tu experiencia, qué hace que un proceso judicial sea más justo o eficiente?
Que haya equidad. Que las partes entiendan que ganar no siempre es vencer al otro. La justicia es ceder un poco para que nadie pierda del todo. Si lográramos evitar la conflictividad innecesaria, habría más acuerdos y menos juicios eternos. Prefiero un mal arreglo antes que un buen juicio, porque un juicio largo significa años de espera. La eficiencia también es emocional: resolver rápido es sanar antes.
¿Qué te preocupa del contexto actual?
El nivel de violencia social y la falta de respeto por el otro. Estoy preocupada por las generaciones que vienen, por un mundo convulsionado donde las guerras y el terrorismo se sienten cerca. No hablo solo de los grandes líderes, sino de la sociedad en su conjunto. Si no recuperamos valores de convivencia, la justicia sola no alcanza. Es un trabajo de todos.
¿Creés que los hombres y mujeres enfrentan hoy la justicia en igualdad de condiciones?
Todavía no. Aunque hubo avances, la violencia económica y simbólica sigue existiendo. Cambió el código, ya no hay infidelidad de sábanas, pero sí de cuentas. Muchos esconden bienes para no compartir lo que corresponde. También hay diferencias generacionales: no es lo mismo una pareja joven, donde ambos trabajan, que una mujer que dedicó toda su vida a la familia y queda sin recursos. Por eso defiendo los derechos de las mujeres: porque hay desigualdades estructurales que la ley todavía no corrige del todo.
¿Sentís que encontraste una misión en tu profesión?
Sí, absolutamente. No pienso retirarme hasta que me retire “el de arriba”. Tengo la misma energía y compromiso de siempre. La virtualidad me permitió seguir trabajando con la misma intensidad, sin depender de los traslados. Hoy puedo tener una audiencia en San Isidro a las 9 y otra en La Plata a las 10:30 sin moverme de mi estudio. Esa logística digital revolucionó nuestra forma de trabajar y democratizó el acceso a la justicia.
Antes, los abogados debíamos trasladarnos físicamente para cada audiencia o diligencia. Si te citaban en distintos juzgados el mismo día, era imposible. Hoy, con videoconferencias, firmas electrónicas y expedientes digitales, la justicia se volvió más eficiente. El juez puede estar conectado desde su casa, los defensores desde otro lugar, y todo se resuelve con mayor celeridad. Incluso si alguien está de viaje, ya no se posterga una audiencia: se conecta y participa. Eso antes demoraba semanas o meses.
¿Cómo imaginás el futuro de la justicia en Argentina?
Más digital, ágil y accesible. Pero deseo que no pierda el factor humano. Las audiencias presenciales tienen algo que la virtualidad no puede reemplazar: la mirada, la palabra directa, el tono. La tecnología es un medio, no un fin. El desafío es equilibrar ambos mundos: que la justicia sea moderna, pero siga siendo justicia.
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