
“En un mercado donde la logística es un jugador clave, quienes no se asomen a los cambios tecnológicos van a quedar fuera de competencia”, afirma Francisco. En esta entrevista, comparte su experiencia en el sector, analiza cómo la tecnología está modificando las formas de comprar, y explica por qué la confianza sigue siendo el motor de la relación con los transportistas.
¿Cómo comenzó tu vínculo con el mundo del transporte?
En 2002 yo estudiaba abogacía y mi papá trabajaba en una concesionaria. Él quería que yo estudie y trabaje, así que me conectó con el área de gestoría del concesionario. Arranqué como ayudante, y al poco tiempo me ofrecieron una vacante como vendedor. Tenía 18 o 19 años y era todo nuevo para mí. Pero enseguida me enganché: me gustó el trato con la gente, la calle, los puertos, las rutas. Ahí encontré mi lugar. Me di cuenta de que ese era mi mundo, y con el tiempo fui dejando de lado la carrera de Derecho para dedicarme por completo a esto.
¿Qué caracteriza al mundo de los transportistas?
La confianza. Esa es la clave del negocio del transporte, incluso hoy. Todavía hay muchas empresas que compran a la vieja usanza, que necesitan la visita de su vendedor, la charla cara a cara. Es un rubro de vocación, de herencia familiar, y eso pesa mucho. La confianza no se construye de un día para el otro: lleva años. Si uno trabaja con responsabilidad, cumple y está presente, esa relación se sostiene por décadas.
¿Cómo cambió el proceso de compra y venta de camiones?
Todavía se trabaja mucho a distancia. El transportista no suele ir al concesionario a mirar unidades como pasa en el mundo del automóvil. Si hay una que le interesa, sí se acerca, pero la mayoría de las operaciones se gestiona por teléfono o digitalmente.
Por eso estamos apostando a acelerar esa transición tecnológica. Queremos que el proceso de compra sea más eficiente y que el cliente tenga más información. Las plataformas hoy permiten comparar modelos, ver datos técnicos, precios de usados e incluso acceder a simulaciones con inteligencia artificial. Esa combinación entre confianza y tecnología es la que va a marcar el futuro del negocio.
¿Cómo ves la adopción tecnológica en el transporte?
Todavía cuesta. Sobre todo en el interior del país, donde el nivel de digitalización es bajo. Muchos transportistas no terminaron el secundario y no están familiarizados con herramientas digitales. Si les pedís que se registren en una plataforma o validen un correo, se les complica.
Por eso creo que las empresas tecnológicas tienen que acompañar ese proceso, no limitarse a lanzar plataformas y esperar clics. Hay que ofrecer atención humana, asesoramiento, una voz del otro lado que resuelva dudas. Si la tecnología no se humaniza, la adopción se frena. La clave está en combinar innovación con cercanía.
¿Cuál es el principal desafío del mercado de transporte hoy?
La falta de planificación y de adopción tecnológica. Todavía hay transportistas que organizan sus viajes de manera manual, sin sistemas ni herramientas. Eso genera viajes vacíos, costos innecesarios y pérdida de eficiencia.
Además, hay un tema cultural: el promedio de edad del dueño de transporte está entre 60 y 70 años, y eso influye en la toma de decisiones. Muchos prefieren mantener las prácticas de siempre. El problema es que el mercado cambió, los costos suben y la competencia es cada vez más fuerte. Si no se actualizan, quedan atrás.
¿Qué rol cumple el factor humano en medio de esta transformación?
Es fundamental. La tecnología sola no alcanza: hay que acompañarla con capacitación, empatía y comprensión. La gente necesita sentirse parte del cambio, no reemplazada por él.
Por eso, además de invertir en sistemas, hay que invertir en personas. Un buen software no sirve de nada si quien lo usa no lo entiende o no confía en él. El equilibrio está en combinar procesos modernos con el valor de la experiencia y la cercanía que siempre caracterizó al transporte.

¿Cómo describirías la situación actual del mercado de camiones?
Desafiante. Las flotas están envejecidas y la renovación depende mucho de la estabilidad económica. En años de tasas altas o poco acceso al crédito, el movimiento se frena. En cambio, cuando aparecen créditos en dólares o planes flexibles, la actividad se reactiva.
Las grandes empresas tienen más posibilidades, pero la mayoría del mercado argentino son pymes de cinco camiones. Para ellas, cada decisión de compra es un riesgo enorme.
También influye el contexto político: una elección puede modificar el tipo de cambio y hacer que un cliente decida cancelar o postergar una operación en cuestión de horas. Es un sector que vive “al día”.
¿Cómo imaginás el futuro del transporte argentino?
Creo que el camino va hacia la modernización y la sustentabilidad. Soy un defensor de la electromovilidad. Deberíamos tener más incentivos para renovar unidades y cuidar el medio ambiente. Hoy seguimos conviviendo con camiones que contaminan muchísimo y eso debería cambiar.
También falta infraestructura, sobre todo en zonas rurales. El agro mueve gran parte del transporte del país, y todavía hay caminos donde es casi imposible entrar en época de cosecha. Hay avances, pero falta mucho.
Si logramos estabilidad, inversión y una adopción real de tecnología, el transporte argentino tiene un futuro enorme.
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