
El recuerdo de Eduardo Palomo sigue vigente en la memoria colectiva del espectáculo latinoamericano, no solo por su legado actoral, sino también por la serie de tragedias que, con el paso de los años, han rodeado a quienes compartieron escena con él.
Este 2025, el actor mexicano habría alcanzado los sesenta y tres años, de no ser por el infarto fulminante que, en 2003, puso fin a una carrera que aún prometía nuevos éxitos.
La vida de Palomo estuvo marcada por una pasión temprana por la actuación, que lo llevó a abandonar sus estudios de Diseño Gráfico en la Universidad Nacional Autónoma de México para dedicarse de lleno a los escenarios y la televisión.
Desde su adolescencia, participó en diversas obras y programas, pero fue en 1993 cuando alcanzó la cima de la popularidad al interpretar a Juan del Diablo en la telenovela Corazón Salvaje, una producción de Televisa ambientada a inicios del siglo XX que se convirtió en un fenómeno cultural.
Tras el éxito de este melodrama, Palomo se mantuvo alejado de la pantalla mexicana durante un tiempo. En la década siguiente, decidió mudarse a Estados Unidos junto a su esposa, Carina Ricco —con quien contrajo matrimonio en 1994—, y sus dos hijos, Fiona y Luca.
En territorio estadounidense, comenzó a abrirse camino en la industria, participando en la serie Kingpin con el personaje de “Captain Lazareno”, y empezaba a ser reconocido en el medio angloparlante.
La noche del 6 de noviembre de 2003, tras asistir a la proyección de una película argentina en el Festival de Cine Latinoamericano, Palomo acudió a cenar a un restaurante de la avenida Melrose, en West Hollywood, acompañado de su esposa, el director Sergio Arau y el actor Edward James Olmos.
Durante la velada, un chiste provocó una carcajada en el actor, quien, en ese instante, se desplomó ante la sorpresa de los presentes. Los intentos de reanimación fueron inmediatos, pero cuando el personal médico llegó, el cuerpo de Palomo yacía en el suelo del local.
El actor fue trasladado al hospital Cedars-Sinai, donde los médicos intentaron salvarle la vida durante cuarenta y cinco minutos mediante resucitación cardiopulmonar. Finalmente, fue declarado muerto a las 23:32 h, siendo la causa un infarto masivo al miocardio.
La noticia conmocionó tanto a sus acompañantes como al mundo del espectáculo latino, ya que Palomo llevaba una vida saludable, no fumaba ni consumía drogas. Posteriormente, se supo que padecía una cardiopatía, lo que explicaría el desenlace a los cuarenta y un años.
El funeral se celebró el 10 de noviembre de 2003 en Los Ángeles, en la Iglesia de la Cienciología, doctrina que el actor profesaba. Sus restos fueron cremados y, tras ser repatriados a México, las cenizas de Palomo fueron esparcidas en el mar.
La muerte del galán de telenovelas no solo dejó una huella imborrable en el medio, sino que, con el tiempo, alimentó una leyenda urbana que lo vincula con el fallecimiento de tres de sus compañeras de reparto.
Dos años después de su deceso, el mundo del espectáculo volvió a vestirse de luto con la repentina muerte de Mariana Levy, quien había protagonizado junto a Palomo la telenovela La pícara soñadora en 1991. Levy, hija de Talina Fernández, falleció de un ataque al corazón el 29 de abril de 2005, a los treinta y nueve años, mientras se dirigía con su familia y amigos a celebrar el Día del Niño en Six Flags, Ciudad de México. El infarto se produjo tras el susto de un intento de asalto durante el trayecto en automóvil.

En febrero de 2015, otra de las actrices que compartió escenario con Palomo, Lorena Rojas, murió a los cuarenta y cuatro años a causa de las complicaciones derivadas de un cáncer de hígado diagnosticado en 2008, que se había extendido a otros órganos.
Rojas había trabajado con Palomo en la telenovela Alcanzar una estrella II y en la obra teatral Una pareja con ángel, consolidando una carrera destacada en el entretenimiento mexicano.
La lista de tragedias se amplió el 13 de junio de 2019, cuando Edith González, quien interpretó a la “Condesa Mónica De Altamira de Alcázar y Valle” en Corazón Salvaje, falleció a los cincuenta y cinco años tras una lucha de tres años contra el cáncer.

González, cuya trayectoria comenzó en la infancia durante la década de los setenta, se convirtió en una de las actrices más respetadas de la televisión y el teatro en México, y su partida representó una pérdida significativa para el medio.
La sucesión de muertes prematuras entre quienes compartieron pantalla con Eduardo Palomo ha alimentado el mito en torno a su figura, reforzando el carácter trágico de una generación de intérpretes que marcaron una época en la televisión latinoamericana.


