
En la cosmovisión mexica, la muerte constituía un proceso de transformación y retorno a los orígenes, en vez de un final definitivo. Según explica el Mexican Cultural Institute of Washington DC, quienes morían de manera común iniciaban un arduo recorrido hacia el Mictlán, el inframundo mexica. Este trayecto requería que las almas superaran nueve niveles, cada uno con obstáculos y significados propios, antes de hallar descanso junto a Mictlantecuhtli y Mictlancíhuatl, el señor y la señora de la muerte.
El primer nivel, Itzcuinlan, conocido como el “lugar donde habita el perro", presentaba un reto fundamental: el cruce del río Apanohuacalhuia. Para lograrlo, el alma necesitaba la ayuda del Xoloitzcuintle, que la guiaba con un hilo de algodón en el cuello. Si en vida la persona había tratado bien a los caninos, el animal la llevaba al otro lado; de lo contrario, el alma quedaba errante.
Para el segundo nivel del inframundo mexica estaba el Epeme Monanictlan, cuyo nombre significa “lugar en que se juntan las montañas”, estaba dominado por el dios de los ecos y los montes, Tepeyollotl. Las almas debían atravesar el peligroso paso entre dos montañas móviles que chocaban constantemente. El desafío radicaba en encontrar el instante preciso para cruzar sin ser triturados por las formaciones rocosas.

A continuación, Itztepetl o “la montaña de obsidiana", exigía a las almas avanzar por un estrecho camino rodeado de afiladas navajas de obsidiana. Estas cuchillas comenzaban a desgarrar el alma del cuerpo, obligando a los difuntos a desprenderse de todos sus lazos y pertenencias terrenales, en una prueba de desapego total.
En el cuarto nivel, Cehueloyan, designado como el “lugar donde hay mucha nieve”, imperaba un clima eternamente helado. El dios Mictlampehécatl residía aquí y era responsable de llevar el invierno desde el inframundo hasta la tierra. Atravesar este gélido páramo requería resistencia, mientras la nieve caía sin cesar y el frío envolvía a los viajeros.
El quinto nivel, Pancuetlacaloyan, era descrito como el “lugar donde se flota como bandera”. El ambiente estaba marcado por vientos extremadamente fuertes que hacían levitar y sacudían a las almas de un lado a otro. La sensación era similar a la ingravidez, dificultando la orientación y el avance.

Para el sexto nivel estaba el Timiminaloyan o “lugar donde la gente es flechada”, cruzaba un sendero atravesado por flechas de obsidiana, remanentes de batallas pasadas. Algunas versiones mencionan también un río de agua negra donde moraba Xochitonal, una gigantesca iguana que velaba el trayecto de las almas.
En el séptimo nivel, Teyollo Cualoyan o “lugar donde te comen el corazón”, una multitud de jaguares rodeaba a las almas. Estos felinos abrían el pecho de los difuntos para devorar su corazón, símbolo de la esencia vital y el centro de la existencia.
Llegando al octavo nivel, Apano Hualoyan, las almas, ya despojadas de su corazón, debían atravesar nuevamente el río Apanohuacalhuia. Este último paso garantizaba la liberación final del cuerpo.
Finalmente, el noveno nivel, Chicunamictlan o “lugar donde hay nueve aguas”, introducía a las almas en una densa neblina. El cansancio y la confusión los llevaban a reflexionar sobre la vida y las decisiones tomadas. Al finalizar esta travesía, las almas eran recibidas por los señores del Mictlán, marcando el cierre del viaje espiritual mexica.


