
Durante una conferencia de prensa encabezada por el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Omar García Harfuch, un breve intercambio entre las diputadas morenistas Gabriela Jiménez Godoy y Jessica Saiden Quiroz expuso las tensiones internas que suelen quedar fuera del encuadre.
Lo que parecía una simple diferencia por un lugar frente a las cámaras se transformó en un episodio que, basado en un estudio de la Universidad de Externado de Colombia (LAS REPRESENTACIONES DEL PODER), refleja la lucha por la visibilidad, el reconocimiento y el control simbólico dentro del poder.
El hecho ocurrió tras la reunión de García Harfuch con la Junta de Coordinación Política (JUCOPO) en la Cámara de Diputados.
En la transmisión en vivo se observa al coordinador de Morena, Ricardo Monreal, pedir a Jiménez Godoy que se coloque al lado derecho del funcionario, donde estaba Saiden Quiroz.
Sin embargo, cuando Jiménez intenta ocupar el lugar, su compañera no cede el espacio e incluso hace un gesto de desaire.

Tras un breve diálogo, la legisladora regresa a su sitio, visiblemente incómoda, mientras Monreal reacciona con una risa evasiva.
A nivel político, el episodio parece trivial. Pero desde el análisis psicológico y comunicacional, revela un fenómeno frecuente: la competencia por la imagen en espacios donde cada segundo ante las cámaras equivale a capital simbólico.
En una era donde la percepción pesa tanto como el discurso, la escena muestra cómo el impulso por “estar al lado del poder” —en este caso, de García Harfuch, una figura con alto valor mediático— se convierte en una lucha por la jerarquía visual.

Basado en la investigación de Medium (Comunicación Política: El juego de la fotografía y la psicología), en comunicación política, la imagen pública es una construcción planeada.
Cada fotografía, cada encuadre, busca proyectar unidad, liderazgo y control. Pero cuando la escenografía se fractura se expone el reverso humano de la política: la necesidad de reconocimiento y la pugna de egos que acompañan a todo ejercicio de visibilidad.
En términos psicológicos, lo ocurrido puede interpretarse como una disputa territorial simbólica.
El “espacio junto al líder” funciona como un lugar de validación; ocuparlo implica pertenencia y poder, ser vista implica existir dentro del relato colectivo.
La risa de Monreal, al no intervenir, también comunica. Desde el análisis de grupo, su gesto minimiza el conflicto, pero a la vez deja claro que la jerarquía está definida: quien controla el escenario no necesita mediar.

Este tipo de microeventos, que se viralizan en segundos, desnudan las dinámicas de competencia interna en partidos que buscan proyectar cohesión.
Lo paradójico es que el contexto de la conferencia centrada en temas de seguridad y transparencia, quedó relegado ante el simbolismo del gesto.
En tiempos donde la imagen circula más rápido que la palabra, un segundo de tensión puede desmontar toda una estrategia de comunicación.
El suceso entre las diputadas no fue solo un desencuentro; fue un recordatorio de que, en política, cada gesto es mensaje, y cada encuadre, una batalla por el poder visible.


