
La figura del xoloitzcuintle ha adquirido una presencia cada vez más destacada en las ofrendas del Día de Muertos, donde se le reconoce como un guía ancestral que facilita el regreso de los espíritus al mundo de los vivos.
En los altares, muchas familias mexicanas colocan figuras de este perro, junto con alimentos y juguetes para sus mascotas fallecidas, reafirmando la creencia de que los lazos con los animales también trascienden la muerte.
El xoloitzcuintle, más allá de su apariencia peculiar y su falta de pelaje, representa una conexión profunda con la cosmovisión mesoamericana. Su nombre proviene del náhuatl, combinando “Xólotl”, el dios mexica asociado al ocaso, la transformación y la muerte, con “itzcuintli”, que significa perro.

Según la tradición nahua, Xólotl creó a este animal sagrado a partir de un fragmento del hueso original del que los dioses formaron a la humanidad. Así, el xoloitzcuintle fue concebido como un compañero inseparable tanto en la vida como en la muerte, con la misión trascendental de guiar las almas de los difuntos a través del Mictlán, el inframundo mexica.
El viaje hacia el Mictlán era considerado arduo y prolongado. Las creencias mexicas sostenían que las almas de quienes fallecían de muerte natural debían atravesar un trayecto de cuatro años, mismo en el que enfrentaban obstáculos como ríos, montañas y criaturas simbólicas.
En este contexto, el xoloitzcuintle desempeñaba el papel de guía espiritual, capaz de cruzar las fronteras entre los mundos. La leyenda dice que estos animales solían encontrarse con los difuntos en el Itzcuintlán, que era un amplio desierto atravesado por un río (Apanohuacalhuia) que loas ánimas cruzaban con ayuda del xoloitzcuintle.
Para que pudiera cumplir esta función, era fundamental que el animal recibiera respeto durante su vida. En los rituales funerarios prehispánicos, era común enterrar a los difuntos junto a un xoloitzcuintle para que los acompañara en su tránsito hacia la eternidad.
Un aspecto relevante de este mito señala que solo los xoloitzcuintles de color oscuro podían llevar el alma hasta el último nivel del Mictlán. Si el perro se negaba a ayudar, se interpretaba como un castigo por la crueldad del difunto hacia los animales en vida. Este detalle subraya la importancia del respeto y el vínculo entre humanos y animales en la tradición mesoamericana.

La integración del xoloitzcuintle en las celebraciones actuales del Día de Muertos refleja el sentido profundo de esta festividad: honrar el ciclo completo de la vida y la muerte, y no solo recordar a quienes han partido. El xoloitzcuintle se convierte así en un símbolo del tránsito, el amor y el respeto hacia todos los seres vivos.
En la actualidad, el xoloitzcuintle ha sido reconocido como una de las razas de perros más emblemáticas de México y declarado Patrimonio Cultural Vivo de la Nación por su relevancia histórica y simbólica. Aunque durante siglos fue marginado o considerado extraño, hoy su imagen es celebrada en el arte popular y la cultura contemporánea, desde murales hasta producciones cinematográficas.
La figura del xoloitzcuintle, especialmente en el contexto del Día de Muertos, recuerda que la lealtad y la guía espiritual persisten más allá de la muerte, acompañando a los vivos desde el ámbito invisible.