
Sentir celos es una experiencia habitual para la mayoría de las personas. Aparecen en distintos momentos de la vida, desde la niñez por la atención de los padres hasta las relaciones sentimentales adultas. Aunque son una emoción universal, los rodean múltiples interrogantes: ¿son naturales, de dónde provienen y cómo pueden manejarse?
De acuerdo con información proporcionada por UNAM Global, Sofía Rivera Aragón, secretaria general de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México y especialista en el tema, explica que los celos tienen una historia ligada a la evolución y la supervivencia.
En tiempos ancestrales, los celos cumplían una función adaptativa: servía para proteger la descendencia, salvaguardar vínculos familiares valiosos y vigilar la estabilidad de la pareja, elementos cruciales para asegurar la continuidad genética en pequeñas comunidades humanas.

Sin embargo, el paso del tiempo y los cambios en las estructuras sociales y culturales han transformado progresivamente la función de los celos. Hoy, más que una herramienta evolutiva, suelen asociarse a creencias o conductas poco saludables dentro de las relaciones, como la idea generalizada de que sentirlos es una expresión de amor o que forman parte inherente de los vínculos afectivos. Esta percepción puede llegar a normalizar comportamientos de control e incluso violencia bajo la justificación del cariño.
Desde una perspectiva psicológica, los celos se definen como un entramado donde se mezclan pensamientos, emociones y acciones originados por el temor a perder a una persona valorada ante la presencia de un tercero. El trasfondo de esta emoción puede tener varias dimensiones: a veces, la amenaza es real y concreta; en otras ocasiones, es solo imaginada o basada en suposiciones, pero en ambos casos, el individuo experimenta la sensación de que alguien relevante en su vida podría alejarse o mostrar atención hacia otra persona.
Las razones que provocan la aparición de los celos no son las mismas para todos. Existen causas diversas que explican por qué unas personas los sienten más intensamente que otras. Las experiencias personales previas son determinantes; haber sido víctima de una infidelidad o rechazo puede incrementar la susceptibilidad a los celos.

Asimismo, la influencia cultural juega un papel clave, siendo común la creencia de que es necesario celar para demostrar afecto. Las vivencias infantiles, especialmente aquellas marcadas por carencias afectivas o un apego inseguro, también pueden reforzar el miedo a perder el cariño de otros en etapas posteriores de la vida.
El contexto en el que se presentan los celos también influye en su intensidad y en la respuesta emocional que provocan. En relaciones donde existe desigualdad o inseguridad, la emoción puede escalar rápidamente y convertirse en motivo de conflicto. Un aspecto preocupante es que, en ocasiones, la reacción ante ellos suele ser impulsiva y hasta violenta, afectando tanto a quien los siente como a la persona que los provoca.
Aunque los celos forman parte de la naturaleza humana, regularlos y evitar que dominen la relación resulta fundamental. De acuerdo con la especialista citada por UNAM Global, la gestión adecuada de esta emoción comienza con la conciencia plena de lo que se está experimentando.

Reconocer los celos, identificar los pensamientos negativos asociados y trabajar de manera activa en la autoestima y la confianza personal ayuda a disminuir las reacciones impulsivas y a prevenir daños a la relación.
Un elemento esencial para controlar los celos es la comunicación abierta con la pareja. Expresar de manera honesta los temores, analizar juntos las situaciones que desencadenan los celos y llegar a acuerdos puede disipar malos entendidos y aportar estabilidad al vínculo.
En casos donde los celos se presentan de forma obsesiva, constante o generan episodios de violencia y deterioro en la relación, es importante buscar ayuda profesional.