
El ritual de cortar los extremos del pepino y frotarlos entre sí para “quitarles lo amargo” es una práctica común en muchos hogares de América Latina.
Pero, ¿está respaldada esta costumbre por la ciencia? De acuerdo con información proporcionada a la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación por el investigador del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), Gustavo González Aguilar, la respuesta es clara: frotar las orillas no cambia el sabor amargo del pepino.
El origen del sabor amargo del pepino no esta en las orillas
Los pepinos forman parte de la familia de las cucurbitáceas, al igual que el melón, la calabaza o la sandía. Estas plantas producen compuestos llamados cucurbitacinas, responsables del característico sabor amargo que puede notarse en los extremos del fruto. Según detalló Gustavo González Aguilar a la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación, la concentración de cucurbitacinas en el pepino varía según el tejido vegetal:
“La mayor cantidad de dicho metabolito se encuentra en el extremo del tallo y en las orillas del fruto, lo que explica por qué estas partes suelen ser más amargas”.

Los frutos más jóvenes contienen más cucurbitacinas, lo que se reduce conforme alcanzan la madurez. Por ese motivo, el académico del CIAD puntualizó que “escoger un pepino maduro minimiza el riesgo de encontrarse con un sabor amargo”. Ante la popular técnica de cortar los extremos y frotarlos, González Aguilar afirmó que esta acción no modifica el contenido de cucurbitacinas ni elimina el sabor característico.
¿Resulta dañino consumir las partes amargas del pepino?
La costumbre de desechar las orillas del pepino responde principalmente a cuestiones de gusto. El experto del CIAD aclaró que, aunque el sabor puede resultar desagradable para algunas personas, no existe ningún peligro para la salud asociado a la presencia de cucurbitacinas en el fruto. “Incluso, algunos estudios han demostrado que estos compuestos poseen potenciales efectos antitumorales”, señaló.
La cáscara y las semillas del pepino: nutrientes recomendados y seguridad alimentaria
González Aguilar también abordó otros mitos alrededor del pepino, como la creencia de que no debe comerse la cáscara. “Su consumo es seguro siempre que el fruto esté bien lavado, para reducir la presencia de posibles bacterias patógenas”, explicó. El investigador puntualizó que existe una excepción: “Cuando una autoridad sanitaria emite una alerta por brotes de Salmonella o E. coli, se debe evitar la cáscara hasta que el lote afectado haya salido de circulación”.

Lejos de representar un riesgo, la cáscara aporta beneficios. Según el CIAD, “contiene clorofila, flavonoides y fibra, además de antioxidantes que resultan valiosos para la nutrición”.
Por otro lado, las semillas de pepino tampoco suponen un peligro. Pueden tener sabor amargo sí el fruto no llegó a su maduración óptima, pero el consumo de semillas es común en la medicina popular de India y China. “Las semillas son empleadas como remedios antidiarreicos y diuréticos, y algunos estudios señalan la presencia de compuestos con actividad antioxidante y anticancerígena”, compartió González Aguilar.
El mito de un alimento “vacío”: el pepino si es nutritivo
Persiste la idea de que el pepino no es nutritivo y solo aporta agua. De acuerdo con el Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, la realidad es distinta. “El alto contenido de agua convierte al pepino en una opción ideal para la hidratación, aporta minerales como el potasio y algunas vitaminas en pequeñas cantidades: K, C, A, E, y algunas del grupo B”, informó el instituto. Esto lo hace útil dentro de dietas orientadas al control de peso corporal, por su bajo aporte calórico y de carbohidratos.
Además, el consumo de pepino se ha asociado con beneficios para el cuidado de la piel, el cabello, los huesos y el sistema inmune, según lo recopilado por la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación.

¿Qué deben hacer los consumidores?
La recomendación de los investigadores del CIAD es optar por pepinos maduros, lavar bien la cáscara, aprovecharla junto con las semillas, y no preocuparse por los extremos amargos, ya que no hay evidencia de que frotar los bordes modifique el sabor. La costumbre puede continuar como tradición, pero su efecto es simbólico, no real.

